La Novia Fugitiva y el Magnate Misterioso -
Capítulo 5
Capítulo 5:
Atónito, el hombre estaba en un dilema.
Y es que no quería aprovecharse de ella dado que estaba dr%gada. Además, él había sido abstinente esos años y casi no tenía interés en las mujeres.
No obstante, esta frente a él era muy se&y y persistente.
Ya que él no respondía, Celia bajó la cabeza, se metió un dedo de él en la boca y lo chupó seductoramente sin reprimir los suaves gemidos que sentía la necesidad de emitir.
Pese a eso, era muy obvio que ella no tenía experiencia en complacer o acariciar a un hombre.
De todos modos, la lujuria la había vuelto loca y la hacía tentarlo provocativamente.
El hombre no podía soportarlo más, y cada segundo que pasaba con Celia era un tormento.
La lengua húmeda, tibia y suave de esta se envolvía alrededor de la punta de su dedo enviándole hormigueos eléctricos a través del brazo hacia sus extremidades, y eso lo estaba encendiendo cada vez más.
Aun así, seguía sin responder. Independientemente de estar en la bañera, Celia arrojó su cuerpo mojado hacia él para presionar sus labios rojos y suaves contra los suyos, y frotándose contra su cuerpo, finalmente separó sus labios para que su lengua se abriera paso en la de él.
El deseo del hombre despertó en el acto. Por mucho que planeó contenerse, el calor del beso le elevó la lujuria y los punzantes deseos de estar dentro de ella.
«¿Sabes quién soy?», le preguntó con una voz profunda y hambrienta sobre los labios a Celia mientras le envolvía la esbelta cintura con sus brazos.
Ella simplemente negó con la cabeza, aunque la verdad era que casi no podía pensar en otra cosa que las ganas de que él la hiciera suya.
«Pues recuerda siempre mi nombre». Con eso, él se lo susurró al oído.
Sin embargo, Celia ya estaba abrumada por la lujuria, y solo escuchó vagamente la palabra «Reyes». Como en ese momento no estaba muy interesada en eso precisamente, ella siguió aferrada a él, coqueteándole en un tono casi suplicante.
En ese punto, el hombre ya no pudo controlarlo.
Rindiéndose y cediendo ante sus impulsos, levantó a Celia y caminó hacia la cama en el dormitorio. Allí la bajó con mucha delicadeza sin ningún motivo.
«Te… Te deseo. Hazme…», balbuceaba ella al tiempo que le quitaba la ropa.
Él tenía una sonrisa asomándose en las comisuras de su boca, pues no esperaba que esa mujer fuera así de fuerte ni que sus movimientos fueran tan ágiles.
Por su parte, ella no podía esperar para sentirlo dentro, así que a medida que lo besaba una y otra vez, se fue quitando la ropa interior.
Su figura curvilínea ahora estaba claramente expuesta a él, quien ya no se podía contener ni un segundo más.
Celia lo abrazó con fuerza, presionándose contra su piel, con lo cual el fuerte cuerpo del hombre se aferró al suyo suave gradualmente hasta quedar entrelazados. Las palpitaciones que ella estaba sintiendo en su entrepierna eran insoportables, y llamaban a gritos el falo de él.
Sus caderas se movían casi por cuenta propia hacia él, frotándose contra la dureza de él que ya la tenía mojada por completo. Eso ya los estaba volviendo locos a ambos.
Mientras se daba el placer de observar el cuerpo se&y del hombre, los ojos de Celia fueron atraídos por la cicatriz en su cintura. Sin reprimirse, ella de pronto se la acarició.
Fue esa simple acción la que añadió fuego al deseo de él.
«¿Cuál es tu nombre?», le preguntó en voz baja al tiempo que posicionaba su hombría en la entrada de ella. Él ya sabía que esa era la mujer dispuesta por la Familia Shaw para ser su esposa, pero no sabía su nombre.
«Ce… ce…», balbuceó ella automáticamente e inconscientemente. No obstante, de sus labios rojos solo podían salir gemidos.
«Cece…». Los delgados labios del hombre se curvaron en una sonrisa; él definitivamente lo recordaría.
Habiendo entrado en Celia, él poco a poco aceleró el paso, y ella no pudo evitar dejar libres gritos de placer y sensualidad. Sin poder controlarlo, ella pronto comenzó a sentir el impacto de los espasmos de placer, producto del delicioso orgasm% que la dejó jadeando y de ojos cerrados.
Definitivamente ambos quedaron locos por el cuerpo del otro.
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