Capítulo 40:

Karise vio cómo el coche de Evan se alejaba.

La culpa la consumía por completo, pero, ¿Qué más podía hacer?

Le prometió al Doctor Scott no decírselo a Evan.

Se preguntó a sí misma:

“¿Estoy haciendo lo correcto?”.

Entonces, al recordar cómo Shantelle lloraba por Evan, cómo había renunciado a tanto por él solo para salir herida, Karise murmuró:

“Lo siento, Evan, pero más que nada, mi amiga necesita amarse a sí misma. No puede estar contigo”.

Karise estaba segura de que su mejor amiga no vendría ese día.

Y era porque, ese mismo día, Shantelle estaba en el hospital, a punto de dar a luz.

En Warlington, dentro de la sala de partos del hospital, se escuchaban los gritos de una mujer.

“¡Aahhh!”. Shantelle contenía las lágrimas.

Grandes gotas de sudor se formaron en su frente mientras empujaba y empujaba.

“¡Arrghh!”.

“¡El bebé está casi fuera, Shanty! Puedes hacerlo”, le indicó el Doctor.

Entre lágrimas, Shantelle dio otro empujón.

Su hermoso rostro se frunció mientras contenía la respiración.

“¡Buah! ¡Buah! ¡Buah!”.

Al oír el llanto del bebé, ella también terminó llorando.

Finalmente, su hijo había salido.

“¡El niño Scott!”, anunció el Doctor.

Las enfermeras lo limpiaron rápidamente y lo colocaron en el pecho de Shantelle.

El bebé seguía llorando y llorando, lo que hizo que Shantelle siguiera derramando lágrimas.

“Ay, eres tan hermoso, pequeño”, dijo Shantelle mientras le acariciaba la cabeza y la espalda.

“Te amo. Te amo. Eres mi bebé de la suerte, mi regalo, mi amor”.

Besó la cabeza del bebé y afirmó:

“Gracias por entrar en mi vida. A partir de este momento, nunca amaré a otro hombre. Solo a ti. Solo te amaré a ti”.

“Te amaré, Lucas”.

Más de siete años después…

En el Hospital de Warlington, Sala de Operaciones 1.

“Bisturi”, dijo la mujer vestida de azul.

Llevaba una lupa quirúrgica mientras sus ojos se concentraban en el pecho del paciente.

Cortó a través de la piel sin vacilar.

Todos observaron y ayudaron a la gran cirujana jefe del Hospital de Warlington mientras ella seguía con la incisión, cortando a través del esternón.

Ese día, la Doctora que se había hecho famosa en apenas un año por su índice de éxito en las operaciones de tórax, tenía dos inesperadas operaciones consecutivas.

Dos horas antes, había extirpado el tejido pulmonar dañado de un paciente.

Ahora, en la segunda intervención, estaba operando a corazón abierto a un paciente con un aneurisma aórtico roto.

La situación ponía en peligro la vida del paciente, así que no se podía posponer la operación.

El paciente fue conectado a una máquina que ayudaba a su corazón a seguir latiendo, mientras que la excelente Doctora continuaba con el proceso.

La cirujana insertó un tubo de injerto de Dacron para sustituir la aorta rota.

La Doctora siguió cosiendo el nuevo tubo, apretando la válvula aórtica que se había aflojado.

Justo después, ella misma cosió las arterias de vuelta. Se tardó una hora más en completar todos los puntos.

Entonces fue que el equipo en la sala de operaciones pudo despertar el corazón con una descarga.

Tras examinar el corazón y observar los signos vitales del paciente, la Doctora y su equipo empezaron a cerrar el pecho del paciente.

“Gran trabajo, Doctora Shant. Otra cirugía exitosa”, comentó el anestesiólogo.

“¡Estamos orgullosos de usted, Doctora Shant! ¡Otra vida salvada!”, dijo un médico asistente.

La cirujana jefe del hospital no era más que Shantelle Scott, a quien todos llamaban Doctora Shant.

“Gracias a todos. Hoy ha sido un día muy largo. Todos trabajaron muy duro”, dijo Shantelle con una sonrisa.

“Es hora de recuperar el sueño”.

Al salir de la sala de operaciones, los familiares del paciente lloraban mientras aplaudían a Shantelle por su gran trabajo.

Las enfermeras y el personal la rodearon rápidamente, dedicándole palabras de elogio.

Incluso cuando aún llevaba el uniforme de quirófano, los familiares de la paciente no dudaron en darle un abrazo.

“Gracias, Doctora Shant. Usted es un ángel bajado del cielo”, dijo la pequeña hija del paciente entre lágrimas.

Shantelle se sintió orgullosa.

Se inclinó hacia ella y le dijo:

“Me alegro de haber podido ayudar. Cuida de tu padre cuando se recupere de la operación, ¿De acuerdo?”.

“¡Si, Doctora Shant!”.

La niña se despidió antes de limpiarse descuidadamente las lágrimas de la cara.

Después de despedirse de los otros familiares y del personal que la rodeaba, se dirigió al consultorio, donde la esperaba su hel amigo y seguidor de siempre con un ramo de rosas.

“Otra exitosa cirugía, sumando a tu récord de éxitos. Si sigues así, este hospital será conocido como el mejor centro para pacientes cardíacos”, dijo Keith Henderson con una enorme sonrisa.

Sus brazos se extendieron, ofreciendo un abrazo.

“Ayyy, que lindo”.

Shantelle abrazó rápidamente a Keith.

Dijo: “Gracias, Keith”.

Shantelle había pasado por momentos difíciles.

Debido a su embarazo, dejó de estudiar durante un semestre.

Sin embargo, a su regreso, su padre la ayudó a entrar en un programa acelerado para obtener su título de Doctora.

Se esforzó en sus estudios mientras su madre, Eleanor, se ocupaba a tiempo completo de su hijo durante el día y a veces incluso por la noche.

Fue una bendición que su padre fuera cardiocirujano.

El Doctor Scott le dio a Shantelle pleno acceso a sus operaciones, atribuyéndole a su experiencia médica.

Además, también entrenó con otro Doctor especializado en cirugía torácica, el Doctor Hale.

Shantelle se especializó en cirugías torácicas, brindando atención quirúrgica a enfermedades de arterias coronarias, cánceres de pulmón, esófago y pared torácica.

Las anomalías de los grandes vasos del corazón y de las válvulas cardíacas, las anomalías congénitas, los tumores del mediastino y las enfermedades del diafragma también estaban dentro de su especialidad.

“Gracias por las flores, pero, ¿Qué te trae por aquí? ¿No te ibas a Europa?”, preguntó Shantelle.

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