Capítulo 4:

Sienna levantó la mirada y se encontró con aquellos ojos verdes que presagiaban una tormenta en el desierto, ella tragó e intentó hablar, pero su madre fue más rápida.

“¿Dos días?”, preguntó sin poder creerlo.

“No puede ser tan pronto, no me dará tiempo de preparar nada”, alegó consternada.

“No tiene que preparar nada, señora Mackenzie, basta con que la señorita Sienna y yo nos demos el sí”, afirmó.

“No tengo prisa por casarme”, susurró Sienna encontrando su voz.

“Puedo imaginar las razones, señorita Mackenzie. Soy un hombre de negocios y mi agenda está siempre llena, como usted comprenderá no puedo darle la boda de ensueños con la que podría haber soñado toda su vida”, dijo.

“Además nuestro matrimonio no es más que un mero acuerdo comercial, no hay amor entre nosotros que amerite, ¿Cómo es que le dicen ustedes?”, preguntó.

“Lanzar la casa por la ventana”, añadió con fina frialdad.

Fiona Mackenzie abrió y cerró la boca como si fuera un pez fuera del agua al escuchar las palabras del hombre, ella había esperado tener tiempo y organizar la boda del siglo. Que toda la sociedad se enterara del matrimonio de su hija con el árabe y dar un golpe sobre la mesa para quienes pensaban que estaban solas. No contaba con que el oriental fuera a querer una boda simple y con prisa.

“Puede aceptar o desistir de cumplir con el acuerdo matrimonial, señora”, se aventuró a decir, Hassan sabía muy bien que Fiona jamás rompería el acuerdo y que aceptaría todo lo que dijera si no quería perder su patrimonio y la estabilidad económica que solamente él podía darle a su familia.

“¿Quién se ha creído para hablarle a mi madre de esa manera?”, preguntó Sienna recuperando su vena rebelde, sobre todo, ahora que el hombre le estaba dando la opción de renunciar al contrato.

Esta era su oportunidad para demostrarle a su madre que era muy capaz de llevar sobre sus hombros la responsabilidad de la empresa y de mantenerla en la cima del éxito.

“No digas nada más, Sienna”, pidió Fiona al ver que su hija pensaba aprovechar aquella oportunidad que se le estaba dando.

Ella no le había advertido sobre la cláusula que incluía el trato entre los hombres.

“Mamá”, susurró con los dientes apretados.

La mano de Fiona cerrándose con fuerza sobre la pierna de Sienna le hicieron callar.

“Se hará como usted diga, señor Rafiq”, aceptó.

“Ahora, si me disculpa, necesito usar los servicios”, dijo, levantándose de la silla.

Sienna intentó imitarla y seguirla para discutir sobre el tema, pero la mano de Hassan se cerró sobre su muñeca y ella se giró.

“Tenemos que hablar”.

“Me parece buena idea que vayan conociéndose, les daré tiempo”, intervino Fiona marchándose de la mesa.

“No me mires de esa manera”, pidió Sienna.

“¿Cómo crees que estoy mirándote?”, refutó Rafiq.

“Con ganas de querer asesinarme”, dijo con premura.

“Créeme que tengo motivos suficientes para querer hacerlo, ¿Qué esperabas conseguir acostándote conmigo?”, preguntó directo a la yugular.

Sienna se sonrojó.

“Anoche no tenía idea de quién eras”, aseguró Sienna poco dispuesta a dejarse amedrentar ahora que su madre no estaba presente.

“¡Eres una descarada!”, gritó Hassan elevando dos octavas su voz.

“¿Perdón?”

“¡Te entregaste a mí, me diste tu pureza sabiendo que estabas comprometida! ¿Cómo puede llamársele a una mujer como tú?”, preguntó ofendido, pues, si no hubiera sido él, seguramente Sienna habría terminado entregándose a cualquiera en aquel antro.

“¿De la misma manera en la que se le llamaría a un hombre como tú?”, cuestionó Sienna a manera de respuesta.

Hassan apretó los dientes y su mano se cerró con mayor fuerza sobre la muñeca de Sienna.

“La diferencia entre tú y yo es que soy hombre y puedo hacerlo con quién se me plazca. No puedo decir lo mismo de ti, si habías aceptado cumplir con el acuerdo. ¿Qué es lo que buscabas?”, Sienna g!mió al sentir la presión sobre su muñeca, sin embargo, Hassan solo pudo pensar en los g$midos que ella dejó escapar la noche anterior mientras se entregaba sin reservas y sin culpas, como si tuviera la jodida libertad de hacerlo…

El enojo bulló en su interior, pero también lo hizo el deseo, recordar su noche de pasión, hizo que su cuerpo se calentara ¡Estaba en medio de una discusión, ¿Cómo era posible?!

Hassan soltó la muñeca de Sienna como si la piel de la mujer le quemara la mano.

“¿Cuál era tu plan, Sienna?”, preguntó, colocando las manos detrás de su espalda.

“¿Plan?”, preguntó Sienna sin entender.

“No tienes que fingir conmigo, estamos solos y no me cabe duda que tu madre desconoce de tus andanzas. Te cree noble y pura, pero tú y yo sabemos que ya no lo eres”, señaló con tono mordaz.

Sienna guardó silencio.

“¿Esperabas hechizarme para que cayera por ti y no pudiera negarme a casarme contigo? ¿O tu intención era buscar que rompiera el acuerdo con tu madre y de esa manera poder quedarte con todo”, preguntó.

Sienna parpadeó.

“Yo, no…”

“Hiciste una jugada magistral, Sienna, cualquier decisión que tome con respecto a ti y nuestro matrimonio, te beneficiará solo a ti”.

Sienna no entendía nada de lo que Hassan decía, ¿Cómo iba a ganar únicamente ella?

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó finalmente, ganándose una mirada de odio por parte de Hassan, quién pensaba que todo era actuado.

“Si renuncio a casarme contigo por ser una mujer de cascos ligeros. Estaré rompiendo el acuerdo y tu familia recuperará su empresa y se quedará con mi capital”, dijo.

“Si me caso contigo, estaré obligado a hacerme cargo de tu madre y hermana por el resto de mi vida, ¡Qué disyuntiva!, ¿No te parece?”

Sienna se sorprendió al saber las condiciones del acuerdo de su padre, su madre no le había hablado sobre eso. Lo que quería decir que, si ella se negaba a pasar, las cosas serían en completo beneficio para el árabe. Su familia se quedaría si nada, absolutamente nada… ¿Qué es lo que podía hacer?

“Yo no sabía…”, susurró.

“Discúlpame con tu madre, no tengo estómago para quedarme y ver cómo finges inocencia”, gruñó.

“Si tienes un poco de dignidad, espero que no te presentes al ayuntamiento en dos días y solo entonces creeré en ti…”

Las palabras de Hassan se repitieron como un mantra en la cabeza de Sienna, la joven no tenía ningún interés en casarse con él y si esta era su oportunidad para escapar, ella no iba a dudarlo. No le importaba el concepto que el árabe podía tener de ella, eso era irrelevante para Sienna, pero si podía limpiar su imagen, aunque fuera un poco, tampoco iba a desaprovecharlo, ¿A quién le daban pan, que llore?

“¿Dónde está Hassan?”

La voz de Fiona sacó a Sienna de sus pensamientos.

“Se ha marchado”, dijo casi sin interés.

“¿Se ha marchado?”, preguntó como si Sienna no hubiese sido clara.

“SÍ”.

“¿Cómo pudo marcharse? ¿Qué fue lo que le hiciste o dijiste para que se fuera de esa manera?”, preguntó acusándola en el proceso.

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