Capítulo 62:

“No lo sé… creo que hubiera preferido una hamburguesa con queso y papas”, dijo Frida con una risita que Gerry compartió.

“Dudo mucho que la vendan aquí.”

Gerry la vio por encima del menú y se quedó pasmado ante esa carita pícara que acompañaba la broma.

“Aunque podríamos preguntar”.

“¿Qué? ¡No! ¡¿Cómo crees?!”, dijo Frida entre risas y mirándolo con advertencia, no quería pasar por un momento bochornoso.

“¿Tiene hamburguesas con queso y papas?”, preguntó Gerard sin dudar cuando el mesero llegó.

Con sorpresa y desconcierto, el mesero revisó su libreta como si ahí estuviera la respuesta.

“Ah… no Señor, pero tenemos los ingredientes para prepararlas. ¿Desea que lo hagamos?”.

“Claro, sería un gran detalle”, dijo Gerry con una amplia sonrisa.

“De inmediato hablo con el cocinero, Señor Raig”.

Con una ligera reverencia, el mesero se fue.

“¿Es en serio?”, preguntó Frida cubriendo su boca con emoción, silenciando una carcajada.

“Digamos que mi apellido me da ciertos beneficios“, dijo Gerry fingiendo soberbia.

“Vaya, todo un hombre influyente”, contestó Frida entre risas.

Parecían dos adolescentes, riendo y comiendo, recordando su niñez juntos y reviviendo recuerdos y sentimientos.

Cuando Frida era niña, no era indiferente a la presencia de Gerry. Era el hermano mayor de su mejor amiga y lo veía como un héroe, ahora su corazón podía recordar esa emoción.

Devoraron sus hamburguesas dedicándose miradas de complicidad y risas compartidas. Mientras el corazón de Frida se llenaba de dicha, unos ojos negros observaban todo desde lejos, con un martini en la mano y el pecho lleno de odio.

Román se había enterado por Marianne de la cita y no podía dejarlo pasar. Su intención era interrumpir y sacar a Frida del lugar, pero al verla reír de esa forma le hizo recordar cuando él era su alegría.

Ahora se sentía reemplazado y eso lo encolerizaba.

Cuando terminaron sus hamburguesas, hicieron sobremesa un par de horas antes de salir entre jugueteos y sonrisas. Román no ignoró dos detalles que le dieron esperanza. Frida no iba de su mano al salir y tampoco se había llevado su rosa.

Jamás había olvidado ninguno de sus regalos cuando fueron dados por Román, eso significaba que Gerry no estaba tan arraigado a su corazón.

Tomó la flor sobre el mantel y la apretó en su mano hasta que los pétalos colapsaron. Estaba lleno de odio y al mismo tiempo de esperanza.

Frida despertó más temprano que los demás, como solía hacer cada mes. Se adentró en el viñedo y al llegar al límite de la plantación, donde comenzaba ese bosque no tan frondoso, hizo una llamada.

“¿Lorena?”, preguntó en cuanto escuchó que la llamada había entrado.

“¿Sí?”.

La criada de inmediato buscó la zona más alejada de la casa para no tener interferencias.

“¿Cómo está Emma?”.

El corazón se le salía del pecho. De pronto llegaron un par de fotografías que mostraban a la pequeña en sus labores diarias.

“Ha crecido mucho, ya es toda una Señorita”.

“Sí, su cumpleaños número catorce se acerca… pero no está emocionada”.

“¿Por qué?”.

“Su madre está desaparecida y como si eso no fuera poco, el Señor Román salió. Lleva un par de días ausente”.

Frida se quedó congelada, con la mirada perdida y las flores rojas que le había regalado ese hombre misterioso a Marianne llegaron a su mente.

“¿Dijo a dónde iría?”, preguntó y se mordió los labios.

“No, solo comentó que era una oportunidad de inversión, pero no parecía muy animado”.

Los días pasaban y las rosas rojas comenzaban a llenar la finca. Marianne estaba dichosa pues pensaba que el corazón de Román era suyo, mientras Frida sentía desconfianza.

“Es muy detallista”, dijo Frida acariciando las rosas con sus dedos.

“Es un hombre guapo, de ensueño y está invirtiendo una gran cantidad de dinero en el proyecto. ¡Es maravilloso!”, dijo Marianne ilusionada.

“¿Cómo se llama?”, Frida no sabía cómo ocultar su incertidumbre.

“¡Ahí está! ¡Por fin llegó!”, exclamó Marianne y corrió hacia la entrada.

Román entró con su altanería, su traje fino y esa mirada hostil que le congeló el corazón a Frida.

Marianne corrió a sus brazos y lo estrechó con fuerza. Ella parecía completamente enamorada, mientras que él daba la apariencia de un cruel depredador.

“¡Llegaste temprano!”, dijo Marianne y depositó un tibio beso en sus labios.

“Te presento a Frida, mi mejor amiga”.

La mirada de Frida era desconcertante, aunque los ojos le comenzaban a arder, no parpadeó. Su garganta se secó y la lengua se le encogió.

“¿Ya se conocían?”, preguntó Marianne.

“No, no tengo el gusto”, respondió Román viendo a Frida con molestia y rechazo, recordando con rencor haberla visto con Gerard.

“Frida, él es Román Gibrand, mi novio”, dijo Marianne invitando a Frida a acercarse.

“Román, ella es mi mejor amiga en el mundo, es como mi hermana”.

Gerry, lleno de curiosidad, llegó a la recepción y la escena le pareció desconcertante. El hombre imponente y frío tenía por la cintura a su hermana mientras que Frida parecía haber visto un fantasma.

“¡Gerry! ¡Qué bueno que estás aquí! ¿Dónde está Hugo?”, preguntó Marianne emocionada.

“Aquí”, respondió Hugo y cuando se dio cuenta de la presencia de Román entró en pánico.

“¡Santa Madre de Dios!”.

Cuando sintió la mirada de todos en él, quiso disimular.

“Es hora… de rezar… con su permiso.”

Retrocedió lentamente con una sonrisa fingida.

“Oye, Frida, ¿no quieres rezar conmigo?”.

“Sí, sí quiero”, dijo Frida dando media vuelta y con ganas de correr. Su piel se erizó al sentir la mirada de Román en su espalda.

“¡Amén, hermana!”, exclamó Hugo y la tomó de la mano para salir juntos de ahí.

“¿Desde cuándo son tan devotos?”, preguntó Marianne confundida.

“Tal vez desde que invitaste al diablo a nuestra finca, hermanita”, contestó Gerry sintiendo la antipatía de Román.

“¡Gerard! ¡No seas grosero!”.

“Que agradable, aún no me presento y siento que lo intimido”, dijo Román y ofreció su mano, en cuanto Gerard la estrechó no dudó en darle un apretón doloroso.

“Román Gibrand”.

“Gerard Raig”, respondió Gerry sin desviar la mirada.

“Si me permiten, iré a buscar a Frida”.

“No entiendo qué fue lo que pasó”, dijo Marianne desilusionada.

“Frida es muy linda o bueno, lo era antes de ese matrimonio destructivo que tuvo”.

“¿Matrimonio destructivo?”.

Román estaba ofendido. ¿Cómo se había atrevido Frida a llamar así a su unión?

“¿En verdad fue tan malo?”.

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