La divina obsesión del CEO -
Capítulo 6
Capítulo 6:
“Sí, la trasladaré a otro lugar”, contestó Frida sintiendo un tirón en el estómago.
Durante el camino Román había sido claro; ”Hoy se trasladará Emma al hospital de neurología, el doctor que lo dirige es muy bueno. Sabrá qué hacer”.
Frida estaba sorprendida, pues no era la primera vez que escuchaba de ese hospital, sabía de su buena reputación, así como de sus altos costos, pero claro, para Román no era nada comparado con la riqueza que tenía.
“Ya hablé con el director del hospital, el doctor Bennet”, dijo Román acercándose a Frida.
“La doctora Sofía Duran recibirá a Emma en cuanto lleguemos”.
“Entendido”, respondió Frida nerviosa, sintiéndose más obligada que antes a cumplir con su parte del trato.
Fueron directo a la habitación donde Emma los esperaba, en cuanto Frida abrió la puerta y vio los ojos de su pequeña, su rostro cambió por una inmensa alegría, detalle que Román no logró ignorar.
“¡Mi amor!”, exclamó Frida abrazando con ternura infinita a la niña, besando su frente y acariciando sus mejillas. Se volvía a sentir completa.
“¡Mami! ¡Te extrañé!”, respondió Emma con los ojos llenos de lágrimas.
“Yo también te extrañé, mi cielo. ¿Cómo te portaste?”.
“¡Bien!”
Román notó que la niña hacía un gran esfuerzo por mostrarse feliz.
Al igual que Frida, se anteponía a la adversidad y daba su mejor cara, pero tanto madre como hija estaban cansadas, con el espíritu roto y el cuerpo agotado.
Nunca había presenciado algo tan deprimente y a la vez lleno de alegría. De pronto la niña posó la mirada en él, clavando esos enormes ojos azules tan parecidos a los de su madre.
“¿Quién es?”, preguntó en voz baja, sorprendida por ver a ese hombre tan atractivo como frío, frente a ella.
“Es un amigo. Se llama Román y es quien nos va a ayudar a curarte”, respondió Frida sin dejar de ver con infinita ternura a su hija.
“Ahora todo estará bien”.
“¿Y papá?”.
De nuevo las sospechas de Emma torturaban su corazón. Algo le decía que no lo volvería a ver y que ese hombre no era solo el amigo de su madre.
“Papá… Sigue trabajando arduamente, por eso no ha podido venir”.
“No es cierto”, respondió Emma agachando la mirada y apretando las sábanas entre sus dedos.
“Papá no me quiere porque estoy enferma. ¿Verdad?”
“¡No mi amor! ¡No digas eso!”
Frida prefería mil veces poner a Gonzalo como un héroe antes que ver a su hija con el corazón roto.
“Entonces. ¿Por qué no viene?”.
“Ya te dije, mi cielo, está muy ocupado y…”.
“Emma… creo que estás perdiendo de vista lo importante”, intervino Román acercándose con paso seguro y sentándose del otro lado de la cama.
“¿Por qué esperar a que tu padre venga, cuando tienes a tu madre que está dando todo por cuidarte?”.
Le dedicó una sonrisa tierna y tomó la pequeña mano de Emma entre las suyas con gentileza.
No pienses en lo que no tienes, mejor piensa y valora lo que tienes a tu lado.
Tanto Román como Emma voltearon hacia Frida quien, enternecida por las palabras dulces de ese monstruo tan frío, liberó un par de lágrimas.
Emma se abrazó al torso de su madre y comenzó a llorar arrepentida, apoyando su rostro contra el pecho de Frida y sintiéndose reconfortada por su calor.
Cuando el alta voluntaria fue aceptada, Román y Frida salieron de la habitación mientras un par de enfermeras preparaban a Emma para el viaje.
En ese momento, Frida pudo sentir empatía por ese hombre con apariencia de ángel y actitud de monstruo.
“Gracias…”, dijo en voz baja.
“No tienes que agradecerme nada. Es parte del Trato”, respondió Román sin ni siquiera levantar la mirada.
“Pero no era parte del trato que hablaras así con Emma. Fue muy lindo lo que le dijiste”.
Frida puso su mano en el brazo de Román, logrando que por fin este la viera directo a los ojos.
“’Madre es el nombre de Dios en el corazón y en los labios de los niños’”.
La mirada de Román se había vuelto cálida.
“O eso decía un tal William Makepeace y creo que tiene razón. No hay sacrificio más puro que el que hace una madre y lo veo claramente en ti. No es justo pensar tanto en un padre ausente, cuando la madre está dejándolo todo por su hija”.
“Hablas como si fuera gran cosa, pero la verdad es que no lo soy y si no fuera por ti, no sabría qué hacer”.
Frida resopló y trató de contener sus lágrimas cargadas de frustración.
“No soy tan fuerte, no soy tan capaz, no soy… suficiente. Siempre quise mostrarme como una mujer con corazón de león, pero la verdad es que tengo el corazón de un conejo y es agotador y deprimente”.
“Solo voy a decir esto una vez. Eres una mujer muy capaz y que no le importa sacrificarse por su hija. ¿Sabes cuántas han abandonado a sus hijos por menos?”
“Creo que lo primero que tienes que hacer es usar ese maldito orgullo de forma productiva y presumir quién eres”.
Frida se quedó escuchando cada palabra y sintiendo como las lágrimas fluían por sus mejillas.
¿Cómo era posible que un hombre tan frío y soberbio como él pudiera decir cosas tan dulces?
No dudó en brindarle una sonrisa de agradecimiento y estiró su mano hasta alcanzar la mejilla de Román que se sentía rasposa por esa barba recortada que adornaba su rostro.
El tacto fue reconfortante y confuso para él, pues la mano de Frida era tersa y cálida, pero sus ojos no dejaban de llorar y no estaba muy seguro si la había lastimado con lo que había dicho.
“¿Frida?”.
Esa voz interrumpió el dulce momento.
Frida tembló como si hubiera escuchado un lamento de ultratumba y cuando buscó el origen se encontró con Gonzalo parado ante ellos, juzgándola con la mirada, como si ella estuviera sosteniendo una infidelidad ante sus ojos.
“¿Gonzalo?”, preguntó no muy segura de que él estuviera ahí.
“¿Viniste a ver a Emma?”.
“No. Lo siento, pero estoy aquí por otros motivos”, respondió agachando la mirada, incómodo por recordar que tenía una hija.
“Te ves bien, Frida”.
Ese vestido rojo que lucía en su esbelta y delineada figura había cautivado los ojos de Gonzalo desde que la vio a lo lejos, siendo el motivo por el cual avanzó como una polilla hacia la luz, seducido por la curiosidad.
“Román Gibrand”, se presentó ofreciéndole un apretón de mano firme y más fuerte de lo que acostumbraba. La sangre le había comenzado a hervir.
“¿Gibrand? ¿De Corporativo Gibrand?”, preguntó Gonzalo sorprendido y agitando su mano adolorida en el aire.
“Soy el CEO”, respondió con soberbia.
“Vaya… ¿Me estás engañando con un hombre poderoso?”.
Gonzalo estaba celoso.
“¿Perdón? ¿Engañándote? ¿En verdad tú me estás reclamando a mí?”.
Frida estaba sorprendida e indignada. Era una mala broma.
“Frida, tú no eres así. Yo sé que… cometí una falta y sé que te lastimé, pero no tienes por qué intentar pagarme con la misma moneda”.
“Sigo esperando el divorcio, Gonzalo. ¿Cuándo me entregarás los papeles para que los firme?”, preguntó con la sangre vuelta hielo.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar