La divina obsesión del CEO -
Capítulo 25
Capítulo 25:
“Me siento ridícula. Ya soy una mujer con dos hijas, no tendría que vestirme de esta forma”, agregó mientras jalaba el borde de su vestido para cubrir mejor sus muslos.
“Que tengas dos hijas no significa que no te puedas ver atractiva y sexy”.
Frida levantó el rostro completamente ruborizado. Había pasado mucho tiempo sin recibir un halago y no se le ocurría cómo contestar. Cuando abrió la boca por fin, alguien la interrumpió.
“¡Qué bien se ven!”, exclamó July desde el barandal del primer piso. Sus ojos llamearon de odio contra Frida.
“Aunque… ese vestido es muy corto, ¿No? Apenas te cubre las piernas. ¿Qué dirá la prensa cuando te vea llegar de esa forma? No creerán que seas la esposa de Román sino… ya sabes… otra cosa… ¿Quieres que te preste un vestido más conservador?”.
Antes de que Frida pudiera responder, Román lo hizo.
“Creí que Frida y tú no eran de la talla”.
Sonrió recordando con molestia el incidente de la casa de campo y dejó callada a July.
“Gracias por quedarte a cuidar a las niñas. Si ocurre algo, no dudes en llamamos”.
“Eso haré”, contestó July con una sonrisa hipócrita.
Justo cuando Román salió al auto, Frida regresó un par de pasos, los suficientes para que, sin alzar la voz, July la escuchara.
“Tienes razón. Tú y yo no somos de la misma talla”, agregó con odio.
“Qué bueno que te das cuenta”.
Mordiéndose la lengua, July la vio regresar sobre sus pasos y perderse detrás de la puerta. El corazón le hervía en odio.
“Claro que me di cuenta, Frida… desde el primer día en que te vi”, dijo entre dientes mientras sus manos apretaban el barandal con rencor.
“Y lo que necesitas es una lección, pero esta noche la tendrás, querida y escurridiza sanguijuela”.
Volteó hacia la puerta entreabierta que mostraba a las pequeñas brincando en la cama y sonrió maliciosa.
“¿Podrías fingir que estás gustosa de venir conmigo?”, preguntó Román molesto por esa actitud vacía y melancólica.
“No es mi culpa que no pueda esconder el odio que te tengo”.
“Un odio infundado”.
“¡¿Infundado?! Te has encargado de quitarme todo lo que me queda y apropiártelo”.
“Silo dices por Emma…”.
“No solo hablo de Emma… ¿Qué ocurrió con Jake? ¿Lo desapareciste de la faz de la tierra como dijiste que podrías desaparecerme a mí?”.
Román se estacionó fuera del club y sonrió de lado, celoso porque Frida preguntara por ese hombre.
“¿Lo amas?”.
“¡No lo amo!”.
“¡Lo estabas besando!”.
“¡Me iba a sacar de ahí! Si mi libertad y la de mis hijas valía un beso, entonces estaba dispuesta a pagarlo”, dijo con el corazón roto.
“Pero descuida, aunque no hubieras llegado a interrumpimos, no me hubiera ido con él. Iba a dejar a las niñas atrás y yo siempre estaré donde ellas estén”.
“Lo sé…”, respondió Román con satisfacción.
“Por eso ambas llevan mi apellido ahora”, agregó antes de bajar del auto, dejando a Frida desconcertada.
“Dentro del lugar, el ruido era ensordecedor y las luces lastimaban los ojos de Frida. Tomados de la mano y fingiendo disfrutar, pasaron entre las miradas sorprendidas de todos los que estaban al servicio de Román.
Nunca lo habían visto llegar con una mujer y los anillos que lucían advertían la naturaleza de su relación, volviéndose el foco de interés.
“Quédate aquí, tengo algo que atender”, dijo Román dejándola frente a la barra.
“Sí, Señor…”, contestó Frida con indiferencia.”, agregó Román tomándola del mentón para dirigir su rostro hacia él.
“Que no se te olvide que soy tu amado esposo”.
Se inclinó hacia Frida y la besó con rudeza sin cerrar los ojos y perdiéndose en su mirada.
Cuando el gesto terminó se encontró ansioso por un beso de verdad y volvió a intentarlo.
Esta vez su boca no fue tosca ni fría, sus labios sedujeron la boca de Frida que accedió, tímida, a corresponder.
“No tardo, seré breve”, dijo contra su boca antes de irse.
Frida le pidió un trago al cantinero y se mantuvo recargada en la barra, ignorando las miradas que la acechaban.
“Hola, amiga!”, exclamó un hombre con aliento alcohólico y mala imagen.
“¿Eres nueva en la empresa? No te había visto antes”.
Quiso acercarse al oído de Frida para que su voz no se confundiera con la música tan alta, pero ella retrocedió asqueada. Lo que menos necesitaba era a un borracho.
Jamás un hombre ebrio había tenido tanta coordinación para distraer a una mujer y al mismo tiempo dejar caer un par de pastillas en su bebida.
Esa noche no le costaría llevársela a casa.
“No necesito soportar también esto”, dijo Frida tomando de su copa sin notar la mirada lasciva de su acompañante.
“Déjame invitarte otro trago o… ¿Qué tal ir a bailar? Estás muy bonita para quedarte aquí sola”.
“Soy casada”.
Frida levantó su mano mostrando el anillo, queriendo repeler al hombre.
“Yo no veo a nadie contigo. Creo que tu esposo es muy descuidado al dejarte aquí sola”.
Intentó tomar a Frida del brazo, pero esta retrocedió molesta.
“¡Román!”, gritó desesperada, buscando entre el mar de gente.
“¡Román! ¡Un borracho me está molestando!”.
‘Por lo menos que sirva de algo este estúpido matrimonio’ pensó resoplando, pero por el volumen de la música veía imposible que Román la hubiera escuchado.
Ni siquiera la gente de alrededor volteó.
“¡Oye! ¡Cállate! ¡No te estoy haciendo nada… aún!”, dijo el borracho, divertido, queriendo tomarla de los brazos. La droga no tardaría mucho en hacer efecto.
Cuando quiso jalar a Frida hacia él, un par de manos lo tomaron de los hombros y lo hicieron girar, encontrándose con el puño de Román.
“¡¿Qué se supone que estás haciendo con mi mujer?!”, exclamó furioso. Tenía ganas de destrozar a ese pobre diablo con sus propias manos.
“¡Señor Gibrand! ¡No sabía que era su mujer!”.
“Sea su mujer o no, deberías de respetar y saber que ‘no’ significa: ¡No!”, dijo Frida ofendida.
“Tu boca dice no, pero tu vestido dice sí”, dijo el borracho con soberbia y recibió un golpe directo en la boca.
“Una mujer como ella nunca se fijaría en una basura como tú”, dijo Román.
“¿Desde cuándo una diosa presta atención a los gusanos bajo sus tacones?”.
Las palabras de Román la hicieron sonrojar. ¿En verdad la veía de esa forma?
“El único hombre que tiene derecho a tocarla soy yo. Ella es únicamente mía”.
Con otro golpe dejó inconsciente al borracho y volteó hacia Frida.
“¿Estás bien?”.
Frida se abrazó al cuello de Román, atrayéndolo y besándolo con deseo.
No solo había sido la demostración de fuerza por parte de su esposo, ni el agradecimiento que sentía hacia él, la droga en su copa estaba enardeciendo su cuerpo, el deseo entre sus piernas la empezaba a dominar y quería que Román la hiciera suya.
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