Capítulo 17:

El abogado de Román lo inspeccionó con atención, temeroso de encontrar alguna gota carmín que arruinara las hojas, pero estaba íntegro.

“¿Servirá?”, preguntó Román.

“Sí, la firma es legible”, contestó el abogado y le entregó el documento a su jefe.

“Solo hace falta la firma de la Señora Frida y el proceso de adopción de Emma Moretti habrá sido completado”.

Con una amplia sonrisa y abriendo la puerta del vehículo, Román entró a la bodega donde habían sometido a Gonzalo. Vio lo que quedaba de él en el piso y se regodeó. Le satisfacía verlo destrozado.

“¿Qué te costaba aceptar mis exigencias? ¿En verdad era necesario que te resistieras?”.

“¡Eres un desgraciado! ¡Frida no se merece a un monstruo como tú en su vida!”, exclamó Gonzalo intentando levantarse, pero el dolor lo incapacitaba.

Román torció los ojos, aburrido, y con un movimiento de cabeza les indicó a sus hombres que dejaran a Gonzalo en esa bodega. Alguien lo encontraría tarde o temprano.

Frida chillaba de dolor cada vez que quería moverse. Había pasado todo el día sola y sin posibilidad de ver a sus hijas. Estaba desesperada.

De pronto la puerta se abrió y unas risitas llamaron su atención. Eran Emma y Carina, con vestidos color pastel que les daban apariencia de princesas.

Corrieron hacia la cama entonando al unísono un: ‘¡Mami!’, mientras Román veía el reencuentro con atención desde la puerta.

La primera en saltarle encima fue Emma. A Frida no le importó el dolor de sus costillas, solo quería abrazar a su pequeña. Buscó a Carina quien tenía medio cuerpo arriba de la cama mientras sus pies luchaban por empujarse para terminar de subir.

La escena fue tan enternecedora y graciosa que Román no pudo evitar reírse, dejando que su voz varonil e imponente vibrara en la habitación de forma agradable. Se acercó a la pequeña y tomándola por la cintura, le ayudó.

“¡Mami! ¡Román fue quien te salvó!”, dijo Emma emocionada. Ansiosa por ver una historia de amor entre los dos.

“Cuando le dijimos lo que te había pasado no dudó en ayudarte”.

“¿Cómo lo encontraron?”, preguntó Frida sorprendida.

“Emma es muy inteligente”, añadió Román orgulloso de su futura hija adoptiva.

‘Y tú, un abusivo’ quiso responder Frida, pero desistió.

“¿Cuántos días permanecí inconsciente?”.

“Una semana, para ser exactos”.

Era mucho tiempo y lo primero en lo que pensó fue en Jake. ¿Sabría dónde estaba? ¿La buscaría o la olvidaría?

“¡Mami! ¿Quieres ver nuestro cuarto?”, preguntó Emma emocionada.

“¡Sí! ¡¿Quieres verlo?!”, segundó Carina.

De pronto Lorena se asomó por la puerta y con una sonrisa nerviosa llamó la atención de las niñas.

“La institutriz ha llegado, no tarden en bajar”.

“Será en otro momento”, respondió Frida a la pregunta anterior y besó sus frentes con ternura antes de que las pequeñas salieran con rapidez.

“¿Institutriz?”, preguntó sin voltear hacia Román.

“Necesitan ponerse al corriente. Tu constante escape solo provocó que se retrasaran en la escuela. Cuando July termine su trabajo, entonces las niñas entrarán a las mejores escuelas donde continuarán su preparación. No pienso escatimar ni un solo centavo en su educación”.

“¿Después las obligarás a tomar clases de piano o tal vez de ballet? Por tanta presión terminarán yéndose con el primer idiota que se les atraviese en el camino”.

“¿Algún trauma del que quieras hablar?”.

Frida rodó los ojos molesta y cuando quiso ponerse de pie, nuevamente el dolor la hizo desistir. Román se acercó, pero las manos de Frida lo empujaron, odiaba sentirse como una carga y depender de alguien a quien odiaba.

“Tienes experiencia para trabajar en cualquier restaurante… ¿Qué haces aquí?”, preguntó Román al chef que permanecía frente a él, en posición de firmes, como si fuera militar.

“Deseo algo más tranquilo y mejor pagado”.

Sonaba sincero, pero no lo era tanto.

Jake había llegado aquella vez al departamento, encontrándolo solo. Ni siquiera las niñas estaban. Quiso buscar a Frida, pero solo encontró la comida desperdigada en la calle, aplastada y batida, así como la marca de llanta quemada en el pavimento.

Supo que algo andaba mal y buscó incansable hasta llegar a la residencia Gibrand. Le bastó ver a las niñas jugando en el abundante jardín para comprender que Frida también estaba adentro.

“Tienes puntos por sinceridad, pero más te vale que no intentes hacer otra bromita petulante enfrente de mí. Yo no soy tu amigo, soy tu jefe y tu mi empleado, que jamás se te olvide”, dijo Román viéndolo con desconfianza.

Su expediente hablaba maravillas de él y todas comprobables, pero le daba mala espina.

Jake cambió su chamarra por el mandil y revisó el menú para esa mañana. Preparó todo con habilidad y fue él mismo quien entregó los alimentos a las niñas, tomándolas por sorpresa y viendo sus hermosos rostros.

“¡Jake”, exclamó Emma, pero de inmediato el cocinero cubrió la boca de la pequeña.

“Emma, Carina… no pueden descubrirme, tienen que guardar el secreto y fingir que no me conocen. ¿Entendido?”.

Ambas niñas asintieron, pero Emma estaba confundida por la petición.

“¿Dónde está Frida?”.

“En su habitación. Mamá aún no puede salir, está malita”, dijo Carina con tristeza.

“Es la segunda a la izquierda, subiendo las escaleras”, agregó Emma frunciendo el ceño.

“¿Por qué nadie puede saber que te conocemos?”.

“Porque Román me cortaría la cabeza y no me dejaría estar con ustedes…”, contestó Jake cabizbajo.

“Iré a ver a su madre y les prometo que pronto saldremos de aquí”.

“Yo no quiero”, dijo Carina concentrada en perseguir el cereal flotando en su leche.

“Yo tampoco”, segundó Emma viendo a Jake como si fuera un desconocido.

El rechazo de las niñas lo tomó por sorpresa y entonces lo entendió: Román se había ganado su afecto y sería complicado hacerlas cambiar de opinión.

Cuando estaba dispuesto a tomar el plato de Frida y buscarla, la mano de Román se le adelantó.

“Yo entregaré esto”, dijo con gesto serio y salió del comedor, dejando a Jake frustrado.

La noche había caído y las niñas se despidieron de Frida antes de ir a sus cuartos. De pronto la puerta se abrió suavemente y el rechinido la puso en alerta.

Era Jake, que entró con sigilo y se acercó a la cama. Era su hora de salida, pero necesitaba arriesgarse y ver a Frida. Esta se emocionó y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, extendió los brazos hacia él esperando un abrazo reconfortante.

“Frida… no sabes cuanto tiempo te he estado buscando. Tenía tanto miedo de no encontrarte”.

“¿Viniste por nosotras?”, preguntó llena de ilusión.

El abrazo se disolvió y Jake recordó el rechazo de las niñas. Sabía que no sería tan fácil.

“No creíste que te olvidaría, ¿cierto?”.

Tomó el rostro de Frida con cariño y la besó.

Mientras Frida hacía un gran esfuerzo por corresponder ese beso, un par de ojos celestes espiaban desde la puerta.

Era Emma, quien, al no poder dormir, había decidido buscar a Frida y tal vez pasar la noche a su lado. Retrocedió herida y de inmediato salió corriendo hacia el despacho de Román.

Román permanecía en silencio, escuchando a Emma, conteniendo su furia.

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