La divina obsesión del CEO -
Capítulo 16
Capítulo 16:
¿Había dejado de buscarla?, esa era la pregunta que torturaba a Frida, pero entendía que era lo mejor, aunque doliera. Desvió la mirada de ese rostro frío y cruel, y apuró a Emma para que siguiera caminando.
Lo mejor era llegar al departamento y evitar correr el riesgo de encontrarse a Román mientras estuviera en la ciudad.
Pararon en la esquina y esperaron a que el semáforo les diera paso. Cuando iban a mitad de calle, Frida escuchó un auto acelerando, apenas lo vio por el rabillo del ojo y estuvo segura de que no se detendría.
Soltó las bolsas con comida y se lanzó, empujando a las niñas, quienes cayeron sobre la acera, pero Frida no tuvo la misma suerte, el auto la había arrojado un par de metros y solo alcanzó a ver a sus hijas que lloraban asustadas mientras el culpable huía del lugar.
Frida abrió los ojos, dándose cuenta de que no estaba en el hospital, pero tampoco en el departamento. Se encontraba en la habitación que alguna vez compartió con Román y creyó que seguía soñando.
Quiso sentarse sobre la cama y arrancarse el oxígeno de la nariz, pero el dolor era insuperable, incluso respirar se volvía molesto. De inmediato una enfermera se acercó para auxiliarla y le sonrió dichosa.
“Por fin despierta, Señora Gibrand…”dijo con ternura mientras la ayudaba a incorporarse.
“¿Señora Gibrand?”, preguntó con terror. ¿Todo lo que había vivido había sido un sueño? ¿Se había casado con Román? No, eso era imposible. De pronto sintió el peso del anillo de compromiso en su dedo y ahogó un grito.
“¡¿Qué está pasando?! ¡¿Dónde están mis hijas?!”.
“Por favor, debe de mantener la calma y permanecer en reposo. Un auto la arrolló, pero ahora todo está bien”, dijo la enfermera tomando por la cintura a Frida y queriendo hacerla regresar a la cama.
“Las niñas están con su padre”.
“¡¿Cómo que con su padre?!”.
Frida comenzó a jalar aire, luchando por no desvanecerse.
“¡¿Qué está pasando?!”.
“Estuvo un par de días inconsciente, con un par de costillas fracturadas, además, recibió un buen golpe en la cabeza, pero pronto estará como si nada”.
“¿Dónde está Jake? ¡Quiero ver a mis hijas!”.
Le costaba distinguir entre la verdad y la mentira. Sus recuerdos eran difusos y las palabras de la enfermera la mareaban.
“¡Señorita Frida!”, exclamó la criada al entrar a la habitación.
“¡Despertó!”.
“¿Lorena?”.
“Aún se acuerda de mí, ¡Qué gusto!”, dijo la criada ayudando a la enfermera a regresar a Frida a la cama.
“Sus niñas son un encanto. Emma es toda una Señorita a su corta edad y la pequeña Carina es una traviesa con cara de ángel, se ha vuelto la tortura del Señor Román”.
“¡¿Qué está pasando?!”.
Para Frida era como estar en una dimensión que no le correspondía.
“Tengo que salir de aquí, tengo que ir por mis hijas”.
Se levantó y caminó aguantando el dolor hasta salir de la habitación, mientras la enfermera y la criada le suplicaban que regresara. Se tomó del barandal con ambas manos y comenzó a descender por las escaleras, buscando con la mirada a sus hijas.
“¡Emma! ¡Carina!”, gritó a todo pulmón, generando más dolor en su torso, y cuando pisó el último escalón, tropezó. Antes de caer al piso, un par de brazos fuertes la detuvieron.
“¿Por qué está aquí gritando como loca? ¡Era su obligación mantenerla en el cuarto y avisarme cuando despertara!”.
Era Román que de inmediato la puso de pie y la mantuvo entre sus brazos, estrechándola contra su pecho. Estaba molesto y veía a las mujeres con desaprobación.
“Señor, apenas despertó y quisimos detenerla, pero no sabíamos cómo hacerlo sin lastimarla”, dijo Lorena apenada.
“¿Román?”, preguntó Frida llamando la atención de esa mirada iracunda.
“¿Qué demonios está pasando aquí?”.
“No te ves bien, tienes que descansar”.
Román la cargó con gentileza y subió las escaleras de regreso a la habitación donde la depositó en la cama.
“¿Dónde están mis hijas?”, preguntó con temor.
“Dirás, ‘nuestras hijas’”, contestó Román con media sonrisa. Había ganado o por lo menos así se sentía al tener a Frida y a las pequeñas en casa.
“Jugaste sucio, Frida. Me negaste la existencia de Carina, ‘mi’ hija. Mi sangre corre por sus venas y tú dijiste que la habías perdido”.
“Te quiero lejos de nosotras”, respondió Frida entre dientes. Frustrada y acorralada.
“Eso no es posible, como te habrás dado cuenta estamos comprometidos”, dijo Román tomando la mano de Frida y mostrándole ese anillo.
“Es el que mi padre le dio a mi madre. Decidí que eres la indicada para continuar con ese legado familiar”.
“¡No quiero tu maldito anillo!”, exclamó y trató de sacárselo, pero Román la tomó de las manos y las puso contra el colchón como tantas veces lo había hecho al poseer su cuerpo.
“Te explicaré lo que ocurrirá, Frida…”.
Disfrutaba de verla dominada y debajo de él.
“Te quedarás aquí hasta recuperarte, después de eso nos casaremos”.
“¿Qué te hace creer que me quedaré aquí? No soy una más de tus criadas…”.
“Hay un contrato que jamás expiró, huye y haré que la policía vaya por ti y te traiga de regreso. Además, Carina es mi hija y en el contrato estipula que ella se quedará conmigo”.
“¿Qué planeas? ¿Tenerme aquí como un mueble más?”, preguntó Frida mientras la nariz de Román acariciaba lentamente su rostro, deleitándose y recordando lo que se sentía tener poder sobre ella.
“¿Qué hay de tu esposa?”
“¿Te preocupa Casidy o que termines siendo la segunda?”.
Sonrió divertido, haciéndola molestar.
Tomó posesión de su boca con un beso hambriento que doblegó la fuerza de voluntad de Frida.
En un ataque de rebeldía, mordió el labio de Román con fuerza, obligándolo a parar, y aunque su molestia fue grande, no pudo evitar reír divertido.
Tenía todo bajo su control, nada de lo que pudiera hacer Frida lo pondría de malas.
“Eres un maldito. Yo no pienso ser la segunda, no seré la amante ni…”.
“Nunca has sido la segunda…”, respondió Román interrumpiéndola.
“Siempre fuiste la primera y eso no cambiará. Casidy se fue y el divorcio se concretó hace un par de días, Señora Gibrand.
“No me llames así”.
Hizo un intento por liberarse, pero el peso de Román la mantenía cautiva.
“Acostúmbrate, pues te comenzarán a llamar de esa forma#, dijo Román escondiendo su rostro contra el cuello de Frida.
“Esto es secuestro. No puedes tenerme aquí en contra de mi voluntad”.
“La puerta siempre estará abierta… solo recuerda todo lo que tienes en contra, como el contrato, el robo de la cuenta bancaria y nuestras hijas, pues he comenzado el proceso de adopción de Emma”.
“¡¿Qué?!”, exclamó Frida furiosa y solo desató la risa de Román.
…
Román esperaba en su auto, un Bentley negro de alto valor, mientras se acomodaba los puños de la camisa.
Alguien tocó en la ventana antes de pasar un documento con cuidado de no mancharlo con la misma sangre que ensuciaba sus ropas.
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