La divina obsesión del CEO -
Capítulo 14
Capítulo 14:
Esa misma noche en otra ciudad, Román veía por la ventana, las estrellas brillaban gritándole que su bebé había nacido lejos de él. Dio un trago más a su bebida mientras la mujer en su cama le llamaba.
“¿Cuándo será la boda? He revisado miles de vestidos y hay uno de 56,000 dólares que me encantó”, agregó emocionada.
“Maldita interesada”, dijo Román con molestia y bebió su trago hasta dejar el vaso vacío.
“¿Por qué me llamas así? Creí que tendríamos una boda enorme”, respondió la pelirroja con los ojos llorosos.
“Solo cállate y duérmete”, añadió Román dispuesto a salir de la habitación.
“Pero… hace mucho que no me haces el amor. ¿Cómo esperas que me embarace?”.
“Descuida, hay otras formas”.
Román bebió toda la noche evocando el recuerdo de Frida, pensando en ella con desesperación, aceptando que esa criatura tan hermosa había dominado su corazón, pero ya era demasiado tarde y sus hombres no la encontraban.
No sabían a qué ciudad se había movido, era como intentar buscar una aguja en un pajar.
“Lorena”, pronunció el nombre de la criada que de pronto pegó un brinco y casi tira la charola que cargaba.
“¿Sí, Señor?”
“¿Cómo encuentras una aguja en un pajar?”, preguntó Román sin despegar la vista de la ventana.
“Ah. ¿Con un imán?”, respondió temerosa y la sonrisa divertida de su jefe le dio miedo.
“Quemando el pajar por completo”, corrigió Román y permitió que se fuera.
Contrataría más gente si era necesario, pero la encontraría, aún no sabía si para hacerla pagar por sus ofensas, para arrebatarle a su hijo o para recuperarla, pero lo haría.
…
Emma recibió con cariño a su nueva hermanita y mientras la cuarentena de Frida le permitió estar con ellas, el departamento se llenó de flores y música.
Eran tres mujeres disfrutando de la vida y buscando ver con optimismo el futuro.
El tiempo pasó y después de la recuperación, Jake le ayudó a Frida a recobrar su trabajo como «hostess» y no solo eso, permiso para llevar a la pequeña Carina y cuidar de ella.
Ahora, como parte de su uniforme, lucía una cangurera donde cargaba a la pequeña de ojos celestes que se había vuelto la sensación del restaurante.
Las cosas volvían air viento en popa y Frida se sentía cada vez más afortunada de tener a Jake en su vida, aunque no pudiera verlo de la misma forma que a Román.
…
Cuando la pequeña Carina daba los primeros pasos, Frida tuvo que dejarla en un pequeño corral en la zona de descanso de los meseros, los cuales no dudaban en mimarla y hacer gestos para escucharla reír. La pequeña era como un ángel.
“¿Listo para un día más?”, preguntó Frida acomodándose el gafete.
“A tu lado, siempre”, contestó Jake viéndola con ilusión y arrepintiéndose en el proceso.
“Disculpa si te incomodé. Sabes que no lo dije con el fin de…”
Se moría de amor por Frida, pero sabía que no era el hombre de su vida y le costaba aceptarlo.
Frida se acercó, acarició su mejilla y la besó con ternura.
“Te quiero, Jake”, dijo con ojos tristes.
“Te quiero, bonita”, agregó el cocinero, sintiendo que su vida se escapaba en cada palabra. Queriendo gritarle que la amaba, pero guardándoselo en el corazón.
…
Frida llegó a su puesto donde comenzó a recibir a los comensales con el mismo gusto de siempre hasta que una pareja la dejó sin aliento. Frente a ella estaba Román con esos ojos negros que parecían carbones encendidos en cuanto la vio.
“¿Mesa para dos?”, preguntó Frida con el corazón latiéndole en la garganta y tomando un menú.
“¡Sí! ¡La mejor que tenga! Estamos de luna de miel y esto debe de ser lo más romántico posible”, dijo la pelirroja colgada del brazo de Román.
Se habían casado en una ceremonia sencilla y personal que no había gustado mucho al abuelo de Román, pues esperaba ver a Frida con ese vestido blanco y no a la pelirroja que parecía tener aire en la cabeza.
Frida pudo escuchar cómo su corazón crepitó al romperse, pero contuvo su dolor y mostró ese semblante agradable que le ofrecía a todos los clientes. Dio media vuelta y los guió a la mesa que daba hacia el balcón, tenía una vista espectacular.
“¡Qué hermoso!”, exclamó la mujer al asomarse.
“¿No lo crees, amor?”.
Román no la había escuchado, su atención estaba por completo en Frida quien acomodaba con precisión y habilidad los cubiertos, así como desdoblaba las servilletas.
Cuando puso la carta frente a él, este la tomó de la muñeca en un intento desesperado por detenerla de la manera más disimulada.
“En un momento el mesero pasará a tomar su orden”, dijo Frida viendo directo a los ojos de Román y su voz se quebró. No sabía si tenía miedo o ganas de abrazarse a él y besarlo.
“Con su permiso”.
Dio media vuelta y su cuerpo tembló, sentía la mirada de Román clavada en su espalda. Le pidió a su compañera que la cubriera mientras buscaba refugio en el baño. Se plantó frente a su reflejo y notó gotas de sudor surcando su frente.
Con algo de papel secó su rostro sin arruinar su maquillaje y, antes de poder salir de los baños, ese hombre que parecía ser la representación del diablo, entró altivo y con gesto frío, acorralándola en un rincón.
“Has sido muy buena escondiéndote de mí”.
“Román… yo… aún no tengo el dinero, pero lo estoy juntando… te juro que…”.
Román tomó por el cuello a Frida y la presionó contra la pared mientras inhalaba su olor, embriagándose con él.
“Te fuiste de mi cama y te llevaste algo que no te pertenecía”, dijo Román con sus labios pegados a la tersa mejilla de Frida.
“Lo siento, perdóname… no quise irme así, no quise llevarme tu dinero, pero estaba desesperada”.
“No estoy hablando del dinero”, dijo Román y antes de que Frida pudiera comprender a qué se refería, la besó con furia, saboreando sus labios como hace mucho no lo hacía, mordiéndolos con deleite y liberando su cuello, pues sus manos ansiaban volver a sentir ese delicado cuerpo y hacerlo vibrar con su tacto.
Frida lo atrajo más a ella al abrazarse a él, sucumbiendo ante la lujuria y el calor de Román. Las manos de él resbalaban por sus muslos queriendo esconderse debajo de su falda.
Lentamente ella cerró los ojos en cuanto la boca de su antiguo amante descendía por su cuello, acariciándolo con la punta de la lengua y recordándole la pasión que solían derrochar en la cama.
Román la tomó por el cabello y la obligó a levantar el rostro para admirar esos ojos color cielo con las pupilas tan dilatadas por la lujuria. No quería terminar con aquel momento, deseaba volver a poseer su cuerpo, pero una duda lo atormentaba.
“¿Dónde está mi hijo?”, preguntó con voz dolida y desesperada.
Frida estaba sorprendida pues no esperaba que Román tuviera conocimiento de Carina. Tragó saliva y pensó en que se arriesgaba a perder a su bebé si Román la conocía. La arrancaría de sus brazos y su pequeña crecería con esa pelirroja cabeza hueca como madre.
“¿Cuál hijo?”.
Agachó la mirada y pudo escuchar el rechinido de los dientes de Román. Estaba furioso.
“Hablaron del hospital y dijeron que la inepta de la doctora se equivocó, que en realidad estabas embarazada”.
De nuevo volvía a ser el hombre exigente que conseguía lo que quería.
“¿Dónde mi hijo?”.
“Lo perdí”, respondió Frida viéndolo a los ojos y al borde del llanto.
“¡¿Lo perdiste?! ¡¿Cómo que lo perdiste?!”.
Volvió a tomarla del cuello y ponerla contra la pared. Deseaba lastimarla y hacerla sufrir el mismo dolor que él había sufrido.
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