La boda del heredero
Capítulo 35

Capítulo 35:

“No es que sea el pensamiento más romántico ni nada, pero… En siglos pasados, todos los matrimonios eran arreglados, por conveniencia, por dotes y herencias… Pero no todos eran infelices, ¿No crees que podemos apostar a nosotros?”.

Alzó una ceja, en gesto desafiante y no pude hacer más que sonreír.

“Vale, apostaré a nosotros”.

“Maravilloso”, dijo sonriendo.

“¿Puedo empezar a dormir en la cama ahora?”.

No pude controlar la carcajada, que terminó siendo un resoplido brusco, pero asentí, sin terminar de entender cómo se le hacía tan fácil hacerme sentir cómoda si durante tanto tiempo, en el pasado, su energía parecía repelerme.

Pero aquello fue solo el inicio de lo que fue caer por Emmett, una experiencia que terminó marcando mi vida.

Propiedad Lefebvre. Estrasburgo, Francia

Presente…

Un silencio denso e incómodo reinó en el salón luego de que yo contara lo que había pasado aquel día.

Yo parecía no poder sonrojarme más de lo que ya estaba, y Emmett miraba a cualquier parte menos a mí, mordiendo su labio inferior, de seguro impresionado por el relato.

“Entonces… Lo que veo en mi cabeza… ¿Es de la primera vez que estuvimos juntos?”, preguntó un minuto después.

“Sí, en ningún otro sitio estuvimos con esos ventanales verdes… Y no sé por qué tu mente lo trae como algo importante, me refiero a que… no sé el motivo por el que lo considera algo importante, pero para mí… Fue un momento clave en mi vida, por una parte tú y yo empezamos a llevar las cosas con un poco menos de tensión, y por otro lado… Fue entonces cuando procreamos a Elliott, así que…”.

“Puedo imaginar por qué fue importante para mí”, murmuró él, haciéndome arquear una ceja.

“¿Cómo dices?”.

“E-Ehm…”, tartamudeó.

“Me refiero a que… Si es como tú dices que nuestra buena relación empezó a darse luego de eso… Entiendo por qué fue importante para mí también”.

“Claro. Y pues… No sé qué decirte de que sea justo ese el primer recuerdo que tienes, pero me dijiste que lo hablaste con el Doctor Giroud, ¿No? ¿Qué te ha dicho?”.

Mi curiosidad fue respondida con una sonrisa; Emmett miraba hacia el suelo mientras jugaba con un elástico entre sus dedos, pero soltó una risa muda que me dejó intrigada.

“¿Qué ocurre?”.

“Bueno… Es que obviamente el doctor sabe de la amnesia, pero no de todo el trato que hicimos para casarnos”.

“¿Qué quieres decir con eso?”.

“Pues él piensa que si mis recuerdos, si es que esas imágenes fugaces en mi cabeza se pueden llamar así, están orientados a nuestros momentos íntimos, entonces debería dejarlos fluir y ver si traen algo más”, respondió entornando los ojos.

“¿Dejarlos fluir? ¿Qué quiere decir con eso?”.

Emmett me miró y alzó una ceja, entonces me ruboricé un poco.

“Aguarda… ¿Intentas decirme que debemos tener se%o para que recuperes la memoria?”.

“No, no lo digo yo… Es cosa del doctor, pero…”.

Él alzó ambas manos, fingiendo estar enfadado, cuando no logré contener la risa.

“L-Lo siento, lo siento… Es que…”, no podía parar de reír mientras hablaba.

“Eso me hizo recordar el dolor de testículos que se inventó tu hermano una vez.

Tan pronto como dije aquello el semblante de Emmett cambió, ya no había rastros de humor en él, y fue como si hubiesen dejado caer un montón de agua helada sobre mí.

“Esto también ha sido algo que ha marcado nuestra relación”, murmuré, completamente apenada por mi propia estupidez.

“¿Damien?”, preguntó en tono brusco.

“No, no Damien… Sino que yo lo mencione cada cierto tiempo, obviamente no fomenta buenos lazos románticos que alguno de los dos esté mencionando al ex, pero… el asunto es que yo solo estuve con…”, dejé de hablar, sabía que no hacía falta terminar la frase.

“Fue muy duro para mí, sacar de mi cabeza que fui suya, que… realmente podía estar con alguien más. Yo era muy ingenua, muy joven y…”.

“Estabas enamorada”, terminó él por mí, mientras yo solo pude asentir.

“Lo entiendo, ¿Pero lo hiciste?”.

“¿Qué cosa?”.

“¿Sacártelo de la cabeza?”.

Su pregunta ofendía, me pregunté qué tantas dudas quedarían en él sobre ese tema… ¿Creía que seguía liada con Damien? Tan siquiera pensarlo me parecía horrible, manchaba el recuerdo que acababa de contarle.

“Sí, la verdad es que… Pensaba cada vez menos en tu hermano cuando estaba contigo, y sé que tengo mi lugar apartado en el infierno por esto, pero… Solo una demente escogería a Damien por encima de ti, y no lo digo a modo de comparación, sino que… Por ti pude darme cuenta de lo egoísta que era él conmigo… en todos los sentidos, caer en esos detalles fueron matando lo poco que quedaba de amor en mí para él.

“Pues que bueno”, resopló Emmett sacudiendo la cabeza.

“¿Inventarse un dolor de bolas para tener se%o? Es un completo idiota, pero no es eso lo que está pasando aquí… volviendo al tema”.

“Lo sé, me refiero a que… sé que tú nunca harías eso. Lamento haberme burlado, solo me pareció gracioso”.

No había terminado de encogerme de hombros cuando él se estaba poniendo de pie.

“Para mí no es gracioso, Irina… El Emmett que describes en tus recuerdos es la persona que yo sé que hubiese sido, pero… ¡No recuerdo nada! ¡¡Maldición!! Siento que no puedo confiar en nadie, que todo es una maldita broma y todos se confabularon para mentirme”.

“Puedo comprenderte, Emmett, pero no es así. Solo debes afrontar esto con paciencia y entereza, te aseguro que pronto podrás ver luz en el camino”.

“Lo haces sonar muy fácil”, murmuró con desgana.

“Tú lo haces ver muy complicado”.

Al oírme se giró hacia mí.

“El doctor dice que hables, ¿No? Que preguntes, pues eso hiciste y te respondí… No tengo problemas en hacerlo, te ayudaré… te contaré todos mis recuerdos si quieres. Y con respecto a lo otro… sé que es absurdo, quizás… no lo sé, pero… Creo que debemos esperar un poco, luego de todo lo ocurrido… Creo que ambos necesitamos un poco de tiempo si es que queremos volver a ser los de ese recuerdo”.

“Descuida, no me parece descabellado, justo ahora creo que haríamos más mal que bien”, dijo con gesto enfadado.

“Te agradezco que compartieras ese recuerdo conmigo, también hubo otro…”, hizo una pausa antes de hablar.

“¿Recuerdas la ropa que tenía puesta ayer?”.

Tan pronto oí esa pregunta, mi cuerpo se estremeció de la vergüenza; me llevé ambas manos al rostro y me incliné hacia adelante, lanzando una exclamación entre dientes.

“¡Dios! ¿En serio solo has recordado esas cosas?”, pregunté ruborizada.

“Sí, ya te dije que no sé por qué, pero descuida, no tienes que darme detalles está vez… Ya confirmé lo que quería”, comentó sonriendo con burla.

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