Capítulo 85:

“Por favor, no te esfuerces, ya casi llegamos al hospital”

Y así fue.

Piero aparcó frente al hospital más cercano y Cassio tomó a su mujer en brazos. En seguida los recibieron y los paramédicos hicieron su parte, mientras él no soltaba su mano a medida que se dirigían al quirófano.

“¡Señor, debe dejarnos hacer nuestro trabajo!” le dijo el doctor que la esperaba del otro lado de la puerta.

Cassio, aunque se moría por estar a su lado, sabía que no podía hacer mucho, así que le prometió que no se movería de allí porque la notaba muy asustada.

“¡Por favor tengan cuidado, está embarazada!” expresó antes de que la puerta se cerrara, y el terror a perderla se apoderara de él, haciéndose cada segundo más y más grande.

Se recargó contra la pared contigua, descubriéndose a sí mismo en el reflejo de la ventana que tenía en frente, el rastro de la sangre de Kathia en su traje de boda, y la sola idea de que ella o el bebé no estuviesen bien lo empujaban al límite de la locura.

“Dios, por favor” suplicó en voz baja a ese ser superior al que nunca había acudido, pero del que ahora más que nunca necesitaba.

“Solo quiero abrazarla y protegerla. Solo quiero…”

Las próximas dos horas Cassio parecía un león enojado, hambriento y enjaulado. ¿Por qué nadie salía a darle noticias de su mujer?

¿Qué diablos estaba ocurriendo allí dentro?

Se preguntaba, mientras intentaba contenerse para no hacer un escándalo allí mismo. Lo que le estaba resultando muy…

Muy difícil.

“Cassio”

Se acercó su prima, con un vaso de café de la máquina dispensadora. Él negó, caminando de un lado a otro. No quería nada, solo necesitaba saber si ella iba a estar bien o no.

¡Debía estarlo!

¡Debía estarlo o… iba a enloquecer en cualquier maldito momento!

“No ganas nada con ponerte así. Kathia es fuerte y estará bien”

“¿Entonces por qué nadie sale por esa puerta a darme razón de ella? ¿Por qué carajos…?”

En ese instante, el doctor que sabía estaba atendiendo a Kathia salió por la puerta.

“¿Son ustedes familiares de la paciente?”

“Es mi mujer. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está? ¿El bebé…?”

“Señor, tranquilícese. Su mujer está bien” explicó el doctor, quitándose el gorro. Cassio sintió que se quitaba un peso de encima, aunque no del todo si no la veía de una buena bendita vez y se aseguraba por sus propios medios.

“Se desmayó apenas entró al quirófano y perdió mucha sangre; por suerte teníamos reservas de su tipo en el hospital. Las heridas no fueron de gravedad, si profundas, pero no lograron comprometer ningún órgano importante”

Cassio asintió y se mesó el cabello.

“¿Y el bebé, doctor? ¿Nuestro hijo está bien?”

“Está perfecto, puede estar tranquilo”

Siena sonrió y agradeció en silencio escuchar todo aquello, y colocó una mano en el hombro de su primo.

“¿Podemos verla?”

El doctor negó y torció el gesto.

“Por el momento debemos darle un par de horas y ver si reacciona positivamente, después podrá ingresar solo una persona. Le aconsejo que por el momento usted también vaya a que lo revisen” le dijo, señalando la sangre en su camisa blanca.

“No es mía” dijo con pesar, porque hubiese deseado ser él el que estuviese pasando por todo eso y no ella.

El doctor suspiró.

“En ese caso podría traer algo de ropa para la paciente y algunas pertenencias personales. Lo va a necesitar cuando despierte”

Cassio no tuvo más remedio que asentir. Quería y necesitaba verla, pero con saber que ella y su hijo estaban bien era algo que lo dejaba más tranquilo… solo un poco más tranquilo.

“¿Trajiste tu móvil?” le preguntó a Siena. “No sé dónde dejé el mío”

“Sí, ten”

En seguida, el Garibaldi se comunicó con Sarah. Había tenido que aprenderse su número de memoria por sugerencia de Kathia, ahora, en una situación como esa, comprendía por qué.

La joven niñera había estado al pendiente de esa llamada mientras intentaba distraer a Cassie en la habitación del hotel.

La puerta estaba siendo custodiada por órdenes de Cassio después de lo sucedido.

Lo primero que quiso saber cuándo contestó fue el estado de salud de Kathia.

Cassio le contó lo que le había dicho el doctor y la muchacha exhaló y sonrió de alegría.

Él le pidió que hiciera una maleta con las cosas personales de Kathia, que pronto alguien iba a ir por ella, y en cuando a su hija, sabía que a Kat no le gustaría que la viese así, sobre todo cuando se suponía que iba a ser un día importante y diferente para ellos.

Cuando colgó, llamó a Piero.

El hombre se había trasladado a la comisaría para asegurarse personalmente de que Vanessa fuese detenida y juzgada, pero también para averiguar por qué diablos había hecho todo aquello. ¿Se había vuelto completamente loca?

Lo que le contó su jefe de seguridad lo dejó perplejo, y la rabia incrementó en su interior. Tanto que maldijo entre dientes.

Vanessa había actuado por órdenes de Francesca, fue de lo que Piero se enteró. De los demás le tendría un reporte detallado para dentro de un par de horas más. No podía creer que Francesca todavía siguiera causándoles daño.

¡No podía creer que la mujer a la que una vez quiso y respetó como a alguien de su familia le estuviese haciendo todo aquello por un sentimiento enfermo!

Transcurrido un tiempo prudente, no las horas que le había dicho el doctor, rogó a una enfermera que le permitiera verla, que iba a desmayarse si pasaba un segundo más sin estar con su mujer y entonces habría otro paciente allí al que atender y seguramente nadie quería eso.

La mujer sonrió y asintió, porque solo un hombre enamorado tomaba medidas desesperantes de chantaje como esa.

“Solo cinco minutos y vendré por usted” le advirtió.

“No me meta en problemas”

Cassio aceptó. Cinco minutos no iban a ser suficiente, no cuando quería estar a su lado la vida entera, pero era eso o nada.

Cuando abrió la puerta de la habitación y la vio allí, recostada, con el cabello a cada lado de sus hombros y varios hematomas manchando su piel, además de las heridas que sabía estaban a un costado de ella, sintió que el mundo entero se abría bajo sus pies.

Se acercó con pasos tímidos y la quijada endurecida. La recorrió una vez más con la mirada y se descompuso de solo saberla así. Tomó su mano con suavidad, como si tuviese miedo a lastimarla, y le besó los nudillos uno a uno.

Ella estaba completamente dormida, así que no podía sentirle o escuchar aquellas palabras de amor que él le relató los próximos cinco minutos.

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