Capítulo 3:

Abrió el cajón con brusquedad y sacó varios papeles, los aventó sobre el escritorio y los señaló para que ella los tomara.

“¿Qué es eso…?”

Logró preguntar Kathia, con la voz rota.

Tomó los papeles entre sus dedos temblorosos y leyó, horrorizada con cada línea, con cada mentira. Y las fotos… sintió repulsión.

Esa no era ella, pero era algo que el hombre que amaba sí creía. Su vista empañada buscó la de él.

“Cassio, no, yo…”

“Cállate” le pidió él, conteniendo su sufrimiento.

“Déjame explicarte, por favor, esto…”

“Kathia, cállate” volvió a pedirle, herido por su comportamiento y por creer que realmente esa era ella. Y aunque lo parecía, seguro habría una explicación.

“Cassio…”

“¡Maldita sea, Kathia, solo cállate!” exigió él, enfrentándola con furia e impotencia.

Ella lloraba, intentando reunir las pocas fuerzas que le quedaban para defenderse.

“Tienes que dejar que te explique” suplicó ella.

“Esto… Dios, esto es un error, te lo juro, y las fotos, Cassio, mi amor…”

Él soltó una carcajada amarga e indignada.

“¡¿Mi amor?! ¡Qué sinvergüenza eres! ¡¿Y sabes qué es lo peor de todo esto?!” la miró con desdén, como si ella no valiera lo que él había creído todo ese tiempo.

“¡Que yo también creía que se trataba de un error! Pero el único error aquí fuiste tú… este matrimonio” concluyó con voz baja, ya cansado.

Kathia g!mió de dolor al escucharlo y retrocedió. No podía reconocer en él al hombre cariñoso y dulce que había conocido.

“No digas cosas de las que te puedes arrepentir” le dijo, destrozada, pues aún amaba a ese hombre.

Cassio negó con desprecio.

“De lo único que me arrepiento en esta vida, es de ti, Kathia. Así que te voy a pedir que te largues ahora mismo de esta casa, y si te queda un gramo de dignidad, nunca vuelvas. ¿Me has entendido? ¡Nunca!” ladró, asqueado.

“¿Francesca?”

Kathia enarcó las cejas y sonrió sin alegría.

“¿Es ella la que te ha metido todas estas ideas en la cabeza? ¡Nunca me ha querido, Cassio, lo sabes!”

“¡Y con justa razón! ¡Me lo advirtió! ¡No eres más que una…!”

Antes de que pudiera terminar, Kathia lo silenció con una bofetada, un acto de desesperación y dolor.

Cassio tensó la mandíbula, mirándola con rabia contenida.

“Lárgate de esta casa antes de que diga cosas que no podrás soportar escuchar, Kathia. Ah, y no te preocupes, no levantaré cargos en tu contra. Considéralo como lo último que voy a hacer por ti. ¡Ahora, fuera de mi vida!”

Con el corazón lleno de coraje, Kathia alzó el mentón y le lanzó la última mirada de amor que él recibiría de ella.

Salió de allí con lo poco que le había entregado la empleada del servicio y con lo mismo que había llegado hace tres años.

Fuera llovía a cántaros y ningún auto quería llevarla, ni siquiera el chofer de la mansión que solo bajó la cabeza y se disculpó con el argumento de que solo estaba cumpliendo órdenes de su esposo.

Después de caminar varios kilómetros, con una pequeña maleta arrastrándose por los charcos, Kathia llegó a un hostal de mala muerte que tenía solo una pequeña habitación disponible. Aunque le parecía más bien un sótano, afuera estaría peor, así que no pudo quejarse y la aceptó.

Se tumbó en la cama hecha un ovillo y lloró hasta que amaneció.

Para la primera hora del día, con los ojos hinchados y el recuerdo de las palabras de Cassio impregnadas en cada uno de sus poros, se presentó ella misma en la oficina de su abogado y firmó los papeles del divorcio.

Esa fue la última vez que se vieron las caras, y sin dar marcha atrás, Kathia compró el primer boleto de avión que encontró y se marchó, dejándolo todo atrás.

Más tarde, ese mismo día, todavía devastada, no creía que podía sentirse peor; sin embargo, la prueba de sangre que se había hecho un par de días atrás únicamente para descartar sospechas, le demostró que un ‘positivo’, a través del e-mail que le mandó su doctora de confianza, la uniría por siempre al hombre que amaba y odiaba al mismo tiempo con todas sus fuerzas.

Han pasado cuatro años y medio desde entonces y Cassio no ha sabido cómo diablos dar vuelta a la página.

Tantas mujeres a su entera disposición, aunque a cada una de ellas haya rechazado sin piedad, tantas noches de alcohol, de agonía, tantas noches en vela… y nada conseguía borrar de su corazón el recuerdo de la única mujer que había amado: Kathia Scuderi.

Cuatro años y medio sumido en una constante soledad; cruda miseria. Y parecía no haber forma de sacarse a sí mismo de allí… no sin ella.

Y es que desde que Kathia firmó los papeles del divorcio y cumplió su promesa de no volver a cruzarse en su camino ni por asomo, Cassio no había vuelto a ser el mismo.

Contrario al hombre que solía ser en esos otros tiempos, ahora transitaba por la vida sin apegos ni emociones.

Frustrado, solo era así como vivía la vida.

Todavía podía recordar con amargura ese día, cuando llegó a casa siendo un hombre divorciado. Lo observó todo con un enorme vacío instalado en el centro de su pecho y, furioso, comenzó a aventarlo todo, completamente descompuesto, fuera de sí.

Desde ese momento, todo se convirtió en oscuridad para él. Se comportaba de manera fría, distante, incluso los empleados, tanto de la mansión como de la empresa, temían que en algún punto sus trabajos peligraran. Cassio Garibaldi, simplemente, era la sombra del hombre que jamás volvería a ser.

Hasta que un día… no supo si la vida le dio una nueva oportunidad o se trataba únicamente de un castigo, porque uno de los cómplices de aquella hazaña en la que su ex mujer, sin saberlo, fue la principal víctima, no pudo más con el peso de la culpa y tuvo que confesar que había sido sobornado por una fuerte cantidad de dinero para que mintiera.

“¿De qué diablos estás hablando, Eric?”

Exigió saber Cassio, exhausto, sin ánimos. En ese punto de su vida no estaba para juegos, mucho menos para bromas de ese tipo.

El hombre del otro lado del escritorio tomó una respiración profunda, consciente de que una revelación como esa podía enviarlo directo a la cárcel por quien sabe cuántos años; sin embargo, no le importaba. Había cometido un error, y aunque probablemente eso no enmendaba el daño causado, sabía que estaba haciendo lo correcto.

“Observa, por favor” le pidió, señalando la pantalla de su propio ordenador.

Cassio entornó los ojos, y sin comprender todavía de qué se trataba toda aquella tontería, obedeció. Segundos más tarde, una foto apareció frente a sus ojos. La misma foto que…

Se incorporó con los puños apretados.

“¡¿Por qué diablos me muestras esto?!” gritó, furioso.

¿Cómo se atrevía a remover el pasado?

¿Cómo…?

Eric, que había imaginado que esa sería su reacción, tomó una respiración profunda y suplicó que por favor prestara atención a los detalles, que era importante.

“¡Lárgate de aquí ahora mismo!”

“Cassio…”

“¡Seguridad!”

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar