Esposo infiel -
Capítulo 8
Capítulo 8:
Parpadeo sorprendido. Tengo demasiadas preguntas en mi cabeza ahora mismo, pero no puedo enfocarme en nada más que no sea el atuendo que lleva puesto y cuánto ha cambiado. ¿Es esta mi esposa? ¿La misma que vestía ropa de los ochenta?
“¿Ava?”, digo.
El corsé blanco que lleva puesto le aprieta las tetas haciéndolas lucir más grandes de lo que en realidad son ¿O las tuvo siempre de ese tamaño? La transparencia hace notar la piel de sus costillas, entallando su cintura pequeña y el pantalón del mismo color le estiliza las piernas.
Su peinado también cambio, ahora de hecho está peinada, con un corte nuevo, en nuevos tonos, o nuevos para mí que jamás le había prestado tanta atención como ahora, y el labial rojo que lleva puesto le acentúa la boca, tanto que tengo que tragar grueso por la imagen que da. Como toda una mujer de negocios.
“Hola, cariño, Sorpresa”, dice.
La sonrisa que trae en sus labios no les llega a los ojos y puedo ver que ni siquiera está siendo amable o considerada, solo está ahí, echando una furia por los ojos que incomoda a la mujer que tengo al lado, quien jamás la conoció en persona y parece, que no va a conocerla en realidad, porque sea lo que sea que haya pasado para que cambie tanto, no es la persona con la que me casé.
“¿Qué estás haciendo aquí?”, intento que no se nota demasiada la sorpresa que siento, caminando junto a ella para tomarla de la cintura, pero se aleja de mi casi de inmediato.
“Ava, permíteme presentarte a mi secretaria, Kimberly…”
“Oh, encantada”, tiende la mano, esperando que Kim la estreche y cuando lo hace, enfoca la vista en el anillo de diamantes que tiene en su dedo, lo que hace sonreír y no sé por qué.
“Es… un placer conocerla.
“Qué lindo anillo”, dice Ava.
“Fue un obsequio”, Kim retrocede de inmediato, notando el cambio en el tono de voz.
“Ya veo. Yo tuve uno igual un tiempo, pero lo perdí. Los diamantes son tan diminutos que pensé que no valía la pena perder mi tiempo buscándolo así que me compré otro, con piedras más grandes. Quizás deberías hacer lo mismo”, menciona mi esposa, si quitarle la vista de encima
Mi mandíbula queda descolocada cuando siento lo que dice. Incluso Kim baja la mirada por la humillación que le hicieron sentir por sus palabras, lo que me deja por completo en shock porque ella jamás ha actuado de esta forma.
“¡Ava!”.
No me presta atención, se mueve hacia el escritorio, abriendo unos planos que captan mi interés.
“¿Qué haces, Ava?”, pregunto.
“Revisé tu correo y vi que tenías un pedido del equipo de construcción por una duda sobre dónde iban a comenzar los jardines que pusiste en los planos, pero las medidas no son correctas y estéticamente no quedan bien, así que tomé el proyecto”, responde.
“¿Tú qué?”, sacudo la cabeza.
“’¿No te lo dije? Regreso al trabajo, cariño, y necesitaré una asistente así que espero que me prestes a Cindy”, me dice.
Trago grueso.
“No me llamo Cindy, Señorita Ava”, interrumpe Kim, dando un paso al frente.
Ava levanta la cabeza, fulminándola con la mirada, dejando en claro cuál es su posición, haciéndola sentir tan poca cosa que la obliga a retroceder sin haber dicho algo siquiera.
“Señora White, Cindy”, contesta ella.
Suelto un suspiro, intentando no enloquecer con los cambios que veo en ella. Quizás si tan solo lo hubiésemos hablado no me sentiría tan traicionado al saber que revisó mi correo, un lugar donde tengo cosas importantes, más allá del trabajo, pero por ahora me enfoco en lo de los planos y el proyecto que se suponía, yo llevaría adelante.
“¿Que estás haciendo? ¿Por qué regresaste sin decírmelo?”, le digo.
Eleva una ceja.
“¿Es que necesito tu permiso? Porque te recuerdo que también es mi empresa, mis empleados, mi espacio y mi herencia”, pregunta combativa.
“No es eso, es solo que habíamos acordado…”.
“Pospuse la familia. No estás nunca en casa y me cansé de estar sola así que regresé al trabajo, ahora si no te importa mover tus cosas a tu antigua oficina, me harías un enorme favor porque de verdad necesito arreglar los planos que echaste a perder. Y Cindy, tráeme una taza de café, sé útil”, me corta.
Tanto Kim como yo nos quedamos de piedra. La mujer que tengo de frente no es la misma que dejé en casa hace unos días atrás, ni siquiera es la misma con la que me casé. Parece que fue convertida en una p$rra total porque a este punto solo quiero ahorcarla con mis propias manos.
“Kim, déjanos a solas por favor”, ella asiente, saliendo de la oficina, dejándome a solas con mi dizque esposa.
“Ava, ¿Qué demonios sucede contigo?”, le cuestiono.
Alza una ceja.
“¿A qué te refieres?”, pregunta.
“¿Por qué le hablaste de esa forma? ¿Y qué es esta ropa? ¿Qué pasó con tus antiguos trajes? Esos…”.
Rueda los ojos.
“Pensé que un cambio no me vendría nada mal”, comenta.
“¿Qué tiene de malo?”, posa su mano en su cintura, lo que la hace parecer mucho más intimidante de lo que sé que puede ser. Ava es una cosa dulce, casi una niña mimada, es imposible que esta cara le dure mucho.
“¿Dices que es una fase?”, le pregunto.
“¿Qué cosa?”, se encoge de hombros
“Esto, toda tú, es una fase entonces”, le digo.
Hace una mueca.
“Yo jamás dije eso”.
Tengo jaqueca y eso que apenas comenzamos el día de mi%rda que tengo por delante, así que espero al menos llegar a un acuerdo con ella antes de continuar, porque de otra forma, terminaré sufriendo un maldito paro cardíaco.
“Digamos que esta es una versión nueva de mí. Podríamos llamarla venganza, si gustas”, dice.
“¿Venganza? Es un nombre particular”, le digo.
Sonríe, viniendo hacia mí. Ava toma mi corbata, atrayéndome a su cuerpo y es la primera vez que se comporta de esta forma, como si intentara ser sensual y atrevida al mismo tiempo, cuando jamás lo fue así que es un tanto incómodo.
“¿Qué haces?”, pregunto.
Hace un puchero.
“¿No puedo tocar a mi esposo? ¿Para qué no quieres tenerme cerca?”, susurra.
“Esto es extraño, Ava, no entiendo tu comportamiento. Hace unos días estabas destrozando nuestra casa y ahora te presentas así, cambiada y hablas de venganza. Creo que tienes que dejar de juntarte con Janice porque es obvio que estás dejándote influenciar”, retrocedo, quitando sus manos de mí.
La carcajada que sale de ella me hace sentir como un idiota.
“Ay, Dios. Tantas cosas qué decirme y me sales con puras babosadas ¿Tienes algo más qué decir o preguntar? Porque en serio tengo que arreglar el desastre que hiciste”, reniega, sacudiendo la cabeza.
Me mira con una ceja en alto, no llego a comprender por qué está aquí de nuevo así que la dejo sola porque, a decir verdad, está tan combativa que discutir con ella sería una completa pérdida de mi tiempo dado que se nota, no va a decirme una mi%rda.
“Te presto mi oficina y cuando salgamos del trabajo, tú y yo iremos a casa, tendremos una larga conversación y…”.
Hace una mueca.
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