Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 72
Capítulo 72:
La vena plateada brillaba de tal modo que parecía que corrieran por ella la luz de la luna y el acero, y no la sangre, pulsando suavemente como un latido del corazón.
Observé horrorizada cómo la plata comenzaba a expandirse lentamente, pasando por su muñeca hasta llegar a su antebrazo.
Apenas si tuve tiempo para preocuparme ante aquella visión inquietante, pues comenzó a avanzar hacia mí.
Di algunos pasos tambaleantes por la habitación mientras me lanzaba una mirada salvaje y amenazadora.
Me acechaba con la habilidad y la elegancia características de un depredador, obligándome a adentrarme en la habitación hasta acorralarme contra la pared.
Puso sus brazos a mis costados mientras yo respiraba agitadamente, presa del pánico.
Impotente, cerré los ojos mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
Pensaba para mis adentros que él estaba fuera de control. Sentí un escalofrío al percibir que algo frío y afilado se deslizaba a lo largo de mi clavícula.
Me preparé para sentir el dolor de un ataque inminente, pero no sucedió nada.
Abrí los ojos en el momento en que me arrancaba del cuello el collar de rubíes de mi madre.
Me estremecí cuando el collar cayó al suelo con estrépito.
En el momento en que dejé de sentir el contacto de este en mi piel, fue como si algo indescriptible hubiese explotado dentro de mí.
Una fuerza que no acierto a explicar con palabras recorrió mi cuerpo; estaba atrapada en un vórtice de energía invisible que escapaba a mi comprensión.
Algo se había alterado en lo más profundo de mi ser, como si una cadena que ciñera mi espíritu me hubiera sido arrancada, y aquel daño fuera irreparable.
Jadeé en un estado de trance mientras un aullido de lobo reverberaba en mi mente.
Pero entonces, con la misma rapidez con la que había surgido, la energía que circulaba a mi alrededor se disipó y aquel inquietante aullido se extinguió.
Ahora todo en la habitación estaba inalterado, como hacía solo algunos instantes, así que comenzaba a pensar que todas aquellas experiencias no habían sido más que una jugada de mi imaginación.
Sin darme tiempo para reflexionar, volvió a rugir, y esta vez su aullido de dolor fue tan abrumador que olvidé de inmediato el aullido de lobo que acababa de resonar en mi mente.
«¿Qué… qué te sucede?» susurré angustiada.
Respiraba con dificultad y advertí un destello en sus ojos, como si todavía hubiera una parte de él que siguiera luchando con tenacidad contra aquella fuerza que pugnaba por apoderarse de su cuerpo.
Lentamente, levanté mi mano y la presioné contra su pecho agitado, tratando de calmarlo de alguna manera.
Aquel contacto pareció aplacarlo y observé con asombro cómo revertía a su forma humana.
Pero aquellas brasas rojas de locura aún ardían en sus ojos.
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