Capítulo 39:

Punto de vista de Alina

Estaba pálida de ira cuando, después de lo que pareció una eternidad, el guardia finalmente nos permitió pasar.

Me costaba creer que no nos hubiera prestado la menor atención, ni a Brandon ni a mí, por culpa de Tanya.

Mi sangre hervía de cólera.

Estaba completamente decidida a vengarme de Tanya por haberse atrevido a humillarme.

También estaba enfadada con el guardia, así que casi no presté atención cuando me entregó un dispositivo con el que los invitados a la subasta pujarían, y me explicó su funcionamiento.

Era un artefacto pequeño, que cabía fácilmente en la palma de la mano, con un botón rojo brillante en la parte superior que permitía al subastador saber quién hacía una oferta por un artículo determinado.

“…el botón iluminado indica que está dispuesta a pagar cinco mil dólares más que el precio de oferta”, explicó el guardia, que seguramente estaba familiarizado con las subastas, pero me limité a hacerle señas de que se alejara.

“Déjame ayudarte”, dijo una chica muy joven, ataviada con un vestido rojo, mientras se acercaba a Brandon y a mí, y tomaba mi pequeño bolso. “Permítanme que los conduzca a sus asientos”, añadió.

Nos llevó entonces a una fila de asientos vacíos y nos sentamos allí, justo detrás de Tanya.

Incluso de espaldas lucía radiante, lo que intensificaba mi odio hacia ella.

Me había propuesto humillarla delante de todos aquellos dignatarios, pero no sabía cómo hacerlo.

Me incliné ligeramente hacia adelante para espiarla y vi que sostenía débilmente el dispositivo en la mano.

Entonces concebí un plan retorcido.

Me recliné en mi asiento, sonriendo malévolamente, y aguardé pacientemente el momento propicio para actuar.

Punto de vista de Tanya

Me sentía muy nerviosa mientras me acomodaba en mi asiento, pues me resultaba bastante intimidante estar rodeada de todos aquellos distinguidos asistentes a la subasta.

Jamás había estado rodeada de un grupo de personas tan importantes, así que me sentía en una posición de inferioridad respecto a ellos.

La voz del subastador interrumpió de repente las conversaciones triviales entre los asistentes, dispersos por el recinto, dando comienzo a la subasta.

Estaba pasmada de asombro ante los exquisitos artículos que se subastarían y las exorbitantes sumas de dinero que el público ofrecía por ellos.

Nunca imaginé que alguien pudiera ser tan fabulosamente rico como para gastar millones de dólares en una pintura antigua sin la menor vacilación.

Escudriñé el pasillo, con la esperanza de ver a Marco.

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