Capítulo 254:

Avanzando paso a paso, pieza por pieza, como si fuera una niña armando un rompecabezas, uní aquellas palabras de los trozos de papel hasta que finalmente tuve ante mis ojos el contenido completo de la página. Satisfecha con mi labor, leí cuidadosamente el texto resultante, con los ojos muy abiertos.

Fue entonces cuando sentí una mezcla de temor y sorpresa. Sabía que debía encontrar a Isabella lo antes posible. La localicé en medio de todo el caos.

“Debes dejar de hacer lo que sea que estés haciendo, pues esto podría ser el factor decisivo para salvar su vida”, la insté con voz firme.

El tono de mi voz no admitía protestas ni cuestionamientos. Mientras nos dirigíamos de regreso a la habitación, reflexioné más a fondo sobre aquel asunto.

“Inicialmente creía que la princesa había sido envenenada, que su malestar no se debía simplemente a una enfermedad. Sigo creyendo eso, pero, a decir verdad, ahora me inclino a pensar que ella misma se ha envenenado; no creo que ello haya sido obra de alguien más», expliqué.

Isabella me miró atónita.

“¿Cómo te atreves a decir eso? ¡Mi hermana jamás haría tal cosa!», me contradijo, incrédula.

«Si no me crees, entonces mira esto», repliqué.

En vez de exponer las razones por las cuales creía aquello, me limité a señalar el papel, el cual comenzó a leer de inmediato. Al concluir la lectura del mismo, exclamó: «¡Oh, Dios! No puedo creerlo».

«Y ahora échale un vistazo a esto», le dije mientras sacaba el cuaderno de Margaret y le mostraba el dibujo de una flor, el cual era idéntico al que había visto en la nuca de Peyton.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente y la princesa entró en un estado de agitación. Quitó el candado de uno de los armarios y comenzó a revolver todas las cosas que había en él. Era como si no quisiera encontrar lo que estaba buscando.

Finalmente encontró una botella grande y pude observar una expresión de sorpresa en su rostro al darse cuenta de que estaba vacía. Atónita, retrocedió y tropezó.

«Esta botella estaba llena de un raro veneno que era propiedad de nuestro reino. Peyton la robó y ahora… está vacía», explicó, sorprendida.

No podía perder tiempo consolándola. Le dije que debía preparar el perfume de inmediato y me dirigí a toda prisa a la casa del viejo doctor.

Durante el trayecto noté un numeroso grupo de personas a la vera del camino. Me aproximé a ellas para ver qué estaba sucediendo y, al mirar por encima de los hombros del grupo de espectadores, me percaté de que estaban congregados alrededor de una pequeña niña.

Abrí los ojos como platos al ver que se trataba de la nieta del viejo doctor.

Pese a que me urgía tratar la enfermedad que sufría Peyton, me detuve para ver si podía ayudar en algo. Aparté a las personas a empellones; algunas llamaban a los servicios de emergencia, mientras que otras trataban de sostener al viejo doctor.

Me arrodillé junto a la pequeña. Cuando la toqué, noté que su rostro estaba helado y que lucía muy pálida. Sus rubios y sedosos rizos enmarcaban su demacrada tez infantil.

Le tomé el pulso y acerqué mi oído a su boca. Suspiré aliviada al constatar que, al menos, aún respiraba, pese a estar inconsciente.

Luego, recordé que en anteriores oportunidades había presenciado aquellos síntomas. Aunque había sucedido hacía ya cinco largos años, aún podía recordar el desmayo que Cathy había sufrido en el baile del palacio debido a una reacción alérgica. Y, al igual que Cathy en aquella oportunidad, ahora la nieta del doctor estaba sumida en un coma provocado por una reacción alérgica.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar