Capítulo 249:

Dado que el veneno no produce síntomas evidentes, la muerte parecería natural; simplemente surgiría la imagen de una flor en la nuca del difunto.

Sin embargo, precedida por un pequeño asterisco, había una nota al pie que señalaba que si la víctima recibía el tratamiento adecuado a tiempo o si la dosis de veneno inyectada era relativamente baja, podría sobrevivir entre seis meses y un año.

Sin embargo, se explicaba que la toxicidad en la sangre aumentaría lentamente con el paso del tiempo y, en la nuca, se formaría gradualmente el dibujo de una flor de color claro que luego se oscurecería.

Mis ojos brillaron de emoción.

“¡Eso es, Marco! ¡Esto es lo que ha debilitado a Peyton!” exclamé, casi saltando de alegría por mi descubrimiento.

Le lancé una mirada a Marco y vi que aquel hallazgo lo había trastornado; se veía pálido. Era como si se hubiese enterado de un terrible secreto. A pesar de mi confusión, no me inquieté demasiado.

De inmediato, eché un vistazo a los ingredientes y fruncí el ceño ligeramente al darme cuenta de que tenía un problema.

“Pero necesitaré vid de jade, que es una flor muy rara. Espero que la princesa pueda proporcionarme un poco», observé.

Luego, empaqué mis pertenencias y me marché sin dirigirle la palabra al atónito Marco.

Me puse en camino para reunirme con la princesa Isabella, con el fin de preguntarle si tenía aquel ingrediente esencial para tratar la enfermedad de Peyton.

En cuanto me reuní con ella, le formulé esa pregunta.

“Hay un viejo y prestigioso médico que tiene el ingrediente en su poder. Pero me temo que no se mostrará dispuesto a dárnoslo», repuso.

“¿Pero por qué?», le pregunté perpleja.

“Será mejor que tú misma descubras la razón. Te llevaré con él», replicó riendo ligeramente.

Entonces, nos pusimos en camino con la intención de hacerle una visita al viejo doctor. Seguramente aquel anciano de la manada había tenido una larga y exitosa carrera como médico. Tenía una casa espléndida de estilo moderno situada al final de la calle.

En cuanto llegamos a la puerta principal de su casa, lo saludamos y fui directo al grano.

Se burló de mí, como si le hubiese hecho una petición absurda.

“Supongo que no esperarás que te dé una flor tan rara. No sabes nada de medicina. ¡No has trabajado como médica o enfermera ni un solo día en tu vida!», dijo pomposamente.

“Por eso no eres digna de poseer un espécimen tan raro. Esa flor es una rareza y no permitiré que la uses para jugar a la doctora. ¡Eso es ridículo!», añadió.

Fruncí el ceño, incapaz de entender por qué complicaba las cosas.

“Pero estoy segura de que esa flor es esencial para salvar a la Princesa. Por favor, doctor, le ruego que sea razonable y me la entregue», lo insté.

Por desgracia, no cedió un ápice. Sacudió la cabeza con firmeza y luego me dijo en tono de reproche: «¡No permitiré que desprestigies mi profesión! Si tanto quieres hacerte con esa flor, si esperas que al menos considere la posibilidad de dártela, entonces deberás demostrarme que realmente deseas tenerla en tu poder».

«Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para conseguirla», murmuré en voz baja.

“Bueno, en ese caso…», repuso. Bajó los escalones de la entrada de su casa y se dirigió al patio trasero mientras lo seguíamos.

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