Capítulo 184:

Si transcurrido ese plazo me presentas una propuesta mejor, entonces cederé, pero de lo contrario, el árbol será talado, tal y como estaba previsto», me advirtió.

Me había concedido un plazo sumamente breve, así que partí de inmediato hacia el lugar donde habitaba aquella manada.

Sin embargo, al llegar a la entrada, una gran cantidad de gente acudió a saludarme.

Estreché muchas manos y me ofrecieron numerosos volantes sobre casas en alquiler y alojamiento en hoteles, pues se habían percatado de que era un forastero.

Algunos incluso me ofrecieron recorridos en los que podría apreciar los sitios más destacados de la comarca.

Aquella animación inusitada que había cobrado el lugar resultaba demasiado abrumadora.

De repente, un fuerte lamento resonó.

A pesar de sentirme sobrecogido, me esforcé por determinar de dónde provenía aquel grito desgarrador.

Elevé la mirada y advertí que a mis pies había una mujer arrodillada que vertía amargas lágrimas.

«¿Qué sucede?» pregunté, incapaz de disimular mi enojo.

«¡Le suplico que me ayude, señor! Mi padre acaba de fallecer y no tengo un céntimo. Pero si alquila mi habitación, ese dinero bastará para comprarle una tumba», explicó en tono suplicante.

La escruté con una mirada indolente; permanecí impertérrito a pesar de su amargo llanto.

“Está bien. Será un mes», acepté al tiempo que tomaba el volante que me ofrecían sus manos suplicantes.

La mujer se puso en pie de un salto, con una amplia sonrisa dibujada en los labios.

“¡Sí, por supuesto, señor! La prepararé de inmediato», repuso entusiasmada y luego se alejó corriendo sin decir una sola palabra más.

Mientras aquella joven mujer preparaba mi habitación, me dirigí en silencio hacia el árbol que era objeto de nuestra disputa y contemplé aquel hermoso árbol convertido en monumento.

Sus elegantes ramas se extendían apuntando al deslumbrante sol, mientras sus cintas de amor oscilaban al vaivén de la brisa.

Experimenté una sensación de humildad al imaginar a mis padres parados debajo de aquel majestuoso árbol, manifestando su amor mutuo.

Caminé hacia él mientras observaba las numerosas cintas que decoraban sus ramas.

Pero una de ellas en particular captó mi atención, pues me parecía familiar.

Sin embargo, el sonido de una risa infantil me sacó de mi ensimismamiento.

Me volví y vi a un Alfa jugando con una niña.

Le ofreció un caramelo mientras le decía: «Oh, querida niña, ya deja de llamarme tío. ¡Quiero que me llames papá!»

Pensando aún en la cinta, me volví hacia el árbol y extendí la mano hacia lo alto para tomarla.

Pero antes de que pudiera hacerlo, vi por el rabillo del ojo que alguien se desplazaba velozmente.

Me giré y en ese momento, la niña chocó conmigo, envolviéndome con sus delicados brazos infantiles.

Con su rostro hundido en la parte inferior de mi pecho, todo lo que pude ver inicialmente fue su cabello negro, que caía sobre sus hombros en suaves y delicadas ondas.

Pero luego se alejó, mirándome con sus ojos de color zafiro, los cuales brillaban de entusiasmo infantil.

«¡Papi!», exclamó alegremente.

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