El presidente tuvo gemelos -
Capítulo 85
Capítulo 85:
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«No, no quiero ir a esa casa…». Se oyó su intermitente hablar y en el rostro tenso de Joseph se dibujó una mirada de compasión. Él tenía trece años cuando falleció su padre y aunque su madre no estaba, seguía teniendo a su abuelo, que lo había criado desde pequeño.
Su abuelo seguía vivo y sano hasta hoy, era enérgico y siempre le había gustado llevarle la contraria. Sin embargo, Hayden era diferente, había perdido a su madre poco después de nacer. Aunque su padre seguía vivo, había formado otra familia.
Después de haber vivido unos años con su abuelo, éste falleció. Entonces fue aceptada de nuevo en la Familia Downey por su padre, pero no importaba cómo, estaba en una posición incómoda. Se suponía que era la legítima propietaria de la casa, pero resultaba que era ella quien vivía bajo el techo de otra persona.
Su único amigo de la infancia, Kevin Jackman solía comentar que era testarudo. Una vez pensó que era el entorno lo que le hacía a uno testarudo, pero en lo que respecta al entorno en el que Hayden creció, ella debería haber sido más testaruda en comparación con él.
Sin embargo, resultó que había vivido tan libremente que incluso rechazó la identidad de segunda hija de la Familia Downey y trabajó como gerente en un hotel. Él solía pensar que la conocía muy bien, que no era más que una mujer corriente, astuta en su trabajo, pero descerebrada en la vida cotidiana. Sin embargo, al convivir con ella durante un tiempo, se dio cuenta de que había muchas cosas que no sabía de ella.
Llovía cada vez con más intensidad. Joseph frunció el ceño, contempló el océano cubierto de niebla y preguntó: «¿Cuánto nos falta para llegar a la orilla?».
«Ya casi hemos llegado, por favor, cálmese, aquí suele dejar de llover al cabo de cinco o diez minutos». Explicó el hombre mientras dirigía el barco, intentaba utilizar la máxima velocidad para volver a la orilla. Después de llevarlos a ambos de vuelta al hotel, Joseph se dio cuenta de que aún había una tormenta afuera luego de que paso media hora.
Sólo entonces la estación meteorológica emitió una alerta de tormenta y todas las barcas de pesca en la superficie del mar se retiraron urgentemente. Algunas pequeñas embarcaciones habían volcado en el océano y el equipo de salvamento fue enviado al rescate. «Señor Beckham, usted…».
Varios empleados de Ray-Trace Media esperaban las noticias de Freddie en el hall principal del hotel. Al ver a Joseph trayendo de vuelta a Hayden, todos se sobresaltaron.
«Llama a un médico». Dijo Joseph sin chistar. Subió a Hayden con la boca abierta y los ojos desorbitados.
«Sólo está mareada. Como ahora no está en el barco, no tiene que tomar pastillas. Supongo que, al mojarse con la lluvia, tiene algo de fiebre. Se pondrá bien después de tomar un antitérmico y dormir».
Después de ser ver que no había mucho problema en ella, el doctor fue sacado de la sala por los encargados del espectáculo. Joseph también les siguió, tras despedir al doctor, uno de los asistentes se dio la vuelta y se sorprendió al verle, pero igual le saludo.
Joseph asintió y dijo: «Que venga una enfermera a cuidarla esta noche».
El personal del Show dejó escapar una mirada incómoda al oír eso: «Señor Beckham, usted sabe, no se veía una tormenta desde hace muchos años, muchas cosas han sucedido. Ya no hay muchas instalaciones médicas en la isla, y como se dice que un ferry que se dirigía a la isla turística ha volcado, hay muchas víctimas y el hospital está ocupado”.
Falta de personal médico y ahora es muy difícil encontrar una enfermera. Al oír eso, una mirada nerviosa y sombría se vio reflejada en el rostro de Joseph. «¿Qué ferry?».
De repente recordó el hecho de que Stella no había regresado hasta ahora.
El presentador pensó que le preocupaba que le pasara algo a Freddie y rápidamente le explicó: «No se preocupe, Señor Beckham, no es el que abordó Freddie. Freddie y la hija de la Señorita Downey ya han llegado sanos y salvos a su destino, sólo que no han podido volver por la tormenta”.
La mirada de Joseph se fue tranquilizando poco a poco.
«En cuanto a encontrar una enfermera…». El presentador vaciló ligeramente.
«Si es así la situación, olvídalo». Le hizo un gesto con la mano y le pidió que se marchara. Luego volvió a entrar en la sala.
Su rostro se volvía cada vez más inerte mientras yacía en la cama azul oscuro. No era la misma persona cuando estaba despierta. Joseph se sentó al borde de la cama y examinó su rostro. Al recordar el encuentro con ella en el ascensor, en el que había afirmado descaradamente que era su novio, una suave luz apareció en sus ojos. Esta mujer era impresionante cuando actuaba de forma audaz y temeraria, pero era capaz de derretir el corazón de alguien cuando se mostraba frágil e indefensa.
Se agachó y trató de verle el rostro con claridad. Sin embargo, a medida que se acercaba a ella, se dio cuenta de que no podía resistirse a acercarse hasta posar un beso en sus labios. El sonido de la lluvia era fuerte fuera de la ventana y la cortina era movida por el viento. Las gotas de lluvia salpicaban la ventana y, por la altiva sombra que se veía desde la pared, estaba besando a alguien en coma.
Hayden sintió que le pesaba la cabeza. Se sentía flotar y hundirse rítmicamente como si hubiera caído al agua. Estaba sintiendo que alguien la cubría con una cobija y le cambiaba el pañuelo de la frente por otro frío para reducir su temperatura, aun aturdida, sabía que había alguien a su lado, pero aun así no pudo evitar caer en un sueño que había tenido hacía muchos años.
Por aquel entonces, su abuelo iba a morir de un fallo cardíaco, y ella, que aún era joven, estaba tumbada en la cama. La mano de su abuelo, demacrada como una rama, la sostenía. Sus ojos estaban llenos de preocupaciones y no dejaba de recordarle: «Hayden, sé una buena chica cuando vuelvas a casa, no tienes que tener miedo cuando hagas algo. Tu padre aún te lleva en su corazón, si has sufrido; díselo, no se negará a ayudarte».
«Abuelo, no quiero ir. Te haré caso y ya no comeré tantos dulces». Era como una espectadora, escuchando como la niña de las dos trenzas lloraba desconsolada.
Parecía no darse cuenta de que su abuelo iba a morir, y pensaba que la estaba abandonando, queriendo que se marchara en su lugar. De repente hubo un alboroto en el hospital y varios hombres y mujeres con ostro malo irrumpieron en la sala.
Uno de ellos era una señora gorda con permanente que llevaba un gran abrigo lujoso de color púrpura. Al verla, le gritó a la joven Hayden: «Pequeña desgraciada, mataste a tu madre cuando naciste y ahora mira cómo has matado a tu propio abuelo siendo tan joven. ¿Por qué siguen todos aquí parados? Dense prisa y sáquenla de aquí, cuanto más la veo más asco me da».
«No, no quiero irme, abuelo, abuelo…». La joven Hayden fue arrastrada fuera de la habitación por dos adultos. Se dio la vuelta y vislumbró el momento en que la sacaban. El anciano de la cama abría los ojos al ver cómo se llevaban a rastras a su nietecita. Parecía tener algo más que decir. En medio de los lamentos de dolor de sus hijos, su mano demacrada finalmente se soltó y quedó colgando a un lado de la cama.
«Oye, ¿Así que ésta es la pequeña desgraciada?».
«Realmente tiene una vida de cucaracha».
«Sí, es ella».
Después de hacerse mayor, Hayden empezó a ser capaz de entender los comentarios de la gente de su alrededor hacia ella. Sin saber qué hora era, después de verse obligada a arrimarse a la esquina de la pared, un impulso explosivo surgió de repente de su interior y berreó: «¡No soy una desgraciada!».
Acto seguido, empujó al suelo al gordito que la estaba escupiendo. «¿Cómo te atreves a empujarle? ¡Maldita desgraciada! ¡Está loca quiere asesinar a alguien!».
«¡No!». Hayden chilló y despertó de la pesadilla de golpe.
El calor del dorso de la mano le hizo recuperar poco a poco la calma. Al ver que Joseph, que abría los ojos cansados, estaba tumbado a su lado, se quedó boquiabierta. Un estruendo atravesó entonces la noche lluviosa.
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