El destino de la huerfana -
Capítulo 9
Capítulo 9:
Sin embargo es extraño que, al mismo tiempo, un dolor desolado me golpea en el corazón al pensar en dejarlo, Inundándome, cegándome por un segundo.
“No puedes luchar contra el destino, Hay consecuencias si decides ignorarlo. La impresión no nos sucede a todos, y cuando sucede… no lo cuestionas”, el chamán se apresura a verbalizar, pero Juan golpea su escritorio con la mano y envía un fuerte impacto a través de todos nosotros, lo que causa que se haga el silencio una vez más.
Miro mis pies y deseo que el suelo se abra y me trague. Siento una presión aplastante en mi pecho mientras la ansiedad me envuelve.
“¿No me escuchaste cuando dije esto no va a suceder? Ella no va a ser la pareja de mi hijo. La mataré antes de dejar que eso suceda”.
El silencio cae sobre la habitación mientras su tono mordaz hace eco en el aire, aunque, lo juro, escucho un gruñido muy sutil proveniente de Colton, tan cerca de mí y me aseguro de no mirarlo. En lugar de eso, miro mis manos en mi regazo, y rezo para que esto termine.
Temblando por dentro y genuinamente temiendo por mi vida. Nunca había querido regresar al orfanato y pasar tiempo en mi habitación con Vanka, pero ahora eso me llama con desesperación.
No quiero nada tanto como quiero eso en este momento.
Bueno, excepto tal vez que este extraño impulso primitivo que siento por el chico a mi izquierda se calme un poco y deje de molestarme. Puedo sentirlo, sentirlo demasiado.
Demasiado en sintonía y consciente de él, incluso si está a un metro de distancia. Mi cuerpo y mi mente están haciendo cosas extrañas en relación con él y, por más aterrorizada que sé que debería estar en este momento, no siento eso cuando él se acerca y, de alguna manera, me calma sin siquiera mirar en mi dirección.
Un paso hacia atrás, quizás unos centímetros, y mis nervios se calman y se convierten de nuevo en una sumisión cálida y pegajosa, y ese calor interno se extiende a medida que él se acerca lo suficiente como para que su olor despierte un fuego interno en mí.
“Entonces tu hijo también morirá, y perderemos a nuestro futuro líder, No se puede romper el vínculo sin graves consecuencias. La elección ha sido hecha. El destino ha elegido por él, y debes obedecer”, el chamán contesta, sin inmutarse por la ira de Juan, y se pone de pie para enfatizar su punto.
Tiene un tono grave, confía en su sabiduría, y no parece intimidado en lo más mínimo.
“Él puede optar por romper el vínculo si así lo desea, pero la historia nos ha demostrado que cuando una pareja rompe el nexo… ambos miembros mueren”, dijo.
“Hay otra opción, no consumar la unión, es decir, deciden alejarse, no dejar ninguna huella, permanecer totalmente separados, y disolver el vínculo por completo. Empero, este va a sobrevivir eternamente, y ellos vivirán anhelando lo que el otro pueda darles, independientemente de con quién estén al final. ¿Es esto lo que quieres para tu hijo?”, terminó diciendo.
Todos los ojos están posados en Juan. Hay muchísima tensión en la sala mientras los mayores hablan sin verbalizar, para que yo no pueda escucharlos. Colton camina de un lado a otro, y me consta que él también está al tanto de la conversación.
Después de todo, son su gente, y dos de ellos llevan su sangre, el padre y el tío. Él no parece feliz, y los fogonazos de su ira me abrasan e impactan mi propia cordura, amortiguando el calor y reemplazándolo por su rabia.
Ya no aguanto más. Mientras pasan los minutos, se me ponen los nervios de punta, hasta el punto de sentir que voy a gritar, y estalla la vesania que yacía reprimida en mi interior.
“Me voy. Yo tampoco quiero esto”, suelto de manera abrupta en medio de aquel silencio sepulcral, mientras la histeria se apodera de mí y, literalmente, todos fijan la mirada en mí, estupefactos, como si de repente recordaran que yo estaba ahí, en ese rincón.
Sé que hablé de forma inapropiada y que falté el respeto a todos en esta sala, pero estoy sentada aquí, sobreponiéndome, a pesar de tener mi propia sangre coagulada, mis emociones destrozadas y de estar agotada.
Tengo la cabeza hecha un lío, y en un espacio de treinta minutos me percaté de que ser virgen no significa que no puedas sentir unas ansias locas de desnudarte y abalanzarte sobre alguien, aunque ese alguien sea una persona que solías evitar como la peste.
Lo he visualizado desnudo al menos dos veces, sin proponérmelo, ya que él me prodigó cada uno de sus recuerdos íntimos, uno de los cuales es él duchándose.
“¡¿Qué?!”.
Tanto Colton, en mi cabeza, como su padre verbalmente, dijeron ese ‘qué’ al mismo tiempo. Y yo me aterroricé, por lo que acababa de decir en voz alta.
“Era el plan, eran esas mis intenciones. Lo que quiero decir es que después de…, esta noche, me toca a mí marcharme, irme sin marcha atrás”.
Parezco una loca, balbuceando como una tonta con diarrea verbal y consciente de la forma en que todos los ojos se dan un hartazgo con la insulsa presentación de mi ridícula contribución. Debí haber huido cuando tuve la oportunidad, y arruinado el orden del rito.
“Eso no romperá el vínculo, Aun así, seguiremos conectados, mantendremos el vínculo. Lo único que lograremos con eso es sentirnos mal. ¿No te das cuenta? Lo que pasó esta noche lo cambió todo, para los dos”.
Colton se ve alicaído. Por telepatía me transmite la imagen de él y Carmen besándose, y tengo que echarla a un lado porque unos celos locos se apoderan de mis entrañas y me vulneran, lo que demuestra que él tiene razón.
Puede ser irracional e ilógico, pero es cierto, y él ni siquiera tenía la intención de volcar en mí sus tristes pensamientos sobre ella.
“¿Y qué? Porque todo lo que oigo es, o someterse sin esperanza o morir”.
Mi ira estalla, y desde algún lugar muy recóndito, mi bravuconería alcanza su punto máximo y me insta a ponerme de pie, a hablar fuerte y a que deje ir la frustración.
Una escalofriante tensión se adueña de mí mientras mis emociones se asoman, y Colton me mira de una manera muy extraña. De repente, se detiene y me mira a los ojos, cual si fuera un chiflado, mientras frunce el ceño dramáticamente, estragando su linda cara.
“No son ámbar”, se sale con una respuesta totalmente fortuita, y lo miro como si fuera un ente bicéfalo que no tiene idea de lo que está hablando.
“¿Qué?”, balbuceo mientras él dirige sus pasos hacia mí.
“Tus ojos… cuando tus rasgos más ocultos se revelan, se ve que no son ámbar, sino rojos, Nadie tiene rojos… todos los tenemos ámbar”.
Se dirige hacia mí, me agarra la mano y me hace girar hacia él para poder escudriñarme de cerca.
“Muéstrame”, me impele, y lo miro desconcertada, confundida, por el rumbo que ha tomado la conversación, y sintiendo que me estaba dando un baño de realidad.
Si pudiera hacerlo como respuesta a una orden, lo haría, pero como era la primera vez que me metamorfoseaba y no tengo idea de cómo hacer que mis rasgos más secretos reaparezcan en mis ojos, me limito a mirarlo fijo, completamente estupefacta con la importancia que le daba un color.
“¿Qué importancia tiene?”.
Soy consciente de que, a despecho del tema más apremiante que nos ocupa, el chamán también se me ha acercado, así como uno de los ancianos que apenas hablan, un anciano impresionante, alto y musculoso, cuyo cabello canoso no logra reducir sus niveles de intimidación y que me lanza gruñidos.
“Porque en parte eres blanca, y ahora Cole ve el color rojo en tus ojos. Importa. Ahora muéstranos, o te obligaré a obedecer mi orden y no te va a gustar”.
Está furioso y se dirige a mí con un tono totalmente hostil. Retrocedo, como quien, una vez quemado, teme volver a serlo. Colton reacciona instintivamente, ante la latente amenaza, y se produce el caos.
En un abrir y cerrar de ojos, está entre el anciano y yo, gruñendo, con destellos de salvajismo en los ojos, con el cuerpo todo enardecido y completamente tenso, al tiempo que se vuelve hacia él y le advierte, bruscamente, que se mantenga a raya.
“Es mi compañera…mía. La tocas…y no voy a dudar en ejercer mi derecho a mutilar o matar para protegerla. No me importa quién eres en este círculo”, su tono ha descendido a niveles satánicos y retrocedo detrás de él, viendo los surcos de su espina dorsal mientras comienza a tornarse agresivo.
Mi abdomen choca con mis rodillas, lo cual me debilita, y no sé qué otra cosa debo hacer cuando el chamán intervenga, ya que el miedo me paraliza en el acto.
“¿Ves? Esto es lo que sucede cuando postergas el vínculo. Mientras más niegas el impulso natural, más salvaje este se vuelve. La necesidad de proteger, la necesidad de estar unidos, engendra locura. Colton, tranquilízate. Nadie va a tocar a tu pareja sin tu consentimiento, y la miraremos a los ojos a su debido tiempo. Respira y regresa con nosotros”.
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