El destino de la huerfana -
Capítulo 76
Capítulo 76:
Por algo mi intuición que me decía que tenía un carácter gentil y que era el eslabón más débil de esta instalación. Era un hombre decente que se preocupaba por los demás, y tenía que demostrarle que ya estaba jodida para que siguiera hablando conmigo.
“Colton es mi pareja predestinada, pero Juan lo prohibió… e incluso lo obligó a marcar a otra por el bien de la manada. Nunca me dejarán ir… probablemente terminaré como Sierra, o peor”, le confesé.
“Soy una rechazada de la manada, vengo de un linaje débil que avergüenza a su gente, y la única razón por la que vendrá aquí es para acabar conmigo de una vez por todas… nada de lo que digas cambiará lo que me va a hacer. No voy a salir de aquí”, susurré apresuradamente, guardando silencio y mirando por encima de su hombro para ver a su ayudante salir de la habitación de Sierra.
Asentí con la cabeza para alertarlo, pero él parecía completamente aturdido. Se quedó rígido, inmóvil y mirándome fijamente.
“Ya he terminado, voy a subir al laboratorio a analizar las muestras de sangre que nos han enviado desde el sur, doctor”, lo llamó su asistente desde el pasillo al otro lado de la plataforma y, sin devolverle la mirada, él agitó una mano con displicencia, con los ojos clavados en mí de la manera más alarmante.
Ella tomó eso como una respuesta, asintió con la cabeza y se alejó hacia el ascensor para volver a subir. De repente el aire a nuestro alrededor de cargó de tensión.
“¿Eres su pareja predestinada? ¿El destino unió sus almas para que se enamoraran y estuvieran juntos para siempre? No creí que ningún alfa tuviera la autoridad para socavar eso. ¿Eso significa que estás vinculada a la línea de sangre de Sierra?”, podría jurar que en ese momento su rostro palideció considerablemente, y sus ojos se oscurecieron de forma extraña.
Su mente iba a mil por hora, con tantas preguntas que arrugó la frente y frunció el ceño. Un aire de leve nerviosismo se apoderó de él.
“Sí, bueno, a Juan no le importa nada más que su propia autoridad, y Colton está tan inmerso en su sombra que prefirió dejarme ir antes que honrar el vínculo. Así que me fui sin mirar atrás, y algo me atrajo a este lugar. No creo que me haya topado con esta instalación por casualidad…”, le dije.
“Soñaba con este lugar casi todas las noches, y algo me trajo aquí. Me dirigía hacia el sur, pero un impulso me hizo cambiar de dirección y tomar este camino… la voz de Sierra me llamaba, o quizás era algún estúpido recuerdo que se colaba en mis sueños y no me dejaba en paz”, me sinceré con él ahora que sabía que su compañera estaba en el ascensor.
Me sentí bien al poder contárselo a alguien, en lugar de estar atrapada en mi propia cabeza. Llevaba días dándole vueltas a este asunto.
“Detente. No sigas”, el médico hizo un gesto con la mano, devolviéndome a la realidad, y me miró aterrorizado como si acabara de decirle que tenía una bomba bajo el trasero.
Se dio la vuelta bruscamente, golpeando la tarjeta con pánico contra el panel de la pared para abrir la puerta, y salió a toda prisa sin mucha coordinación, sacudiendo las manos y la cabeza. Lo seguí sin entender muy bien por qué huía. Su cuerpo temblaba de miedo. Podía sentirlo.
“¿Qué sucede? ¿Acaso crees que estoy mintiendo?”, su repentino cambio de humor me tenía en vilo, y pensé que tal vez lo había asustado demasiado y había arruinado mi oportunidad de escapar.
Creí que estaba huyendo, pero cuando se volvió hacia mí para cerrar la puerta, observé sus lágrimas y guardé silencio. Lo vi respirar profundamente y bajar las manos. La puerta abierta entre nosotros nos mantenía a un par de metros de distancia, pero su tristeza me abrumaba.
“Ocho años de silencio… ocho años viéndola dormir. Ocho años esperando que un día las cosas que decía se hicieran realidad. Nunca pude aceptar del todo la idea de que mi amiga había perdido la cabeza”, dice.
“Ocho años… convenciéndome de que sus visiones e historias eran las de una mujer enloquecida por la guerra y convencida de que su compañero era un actor malvado en un plan mayor, y que su confinamiento aquí era necesario para silenciarla. Ocho años justificando que estaba mejor durmiendo que siendo torturada por su enfermedad mental”, no sabía si me lo decía a mí, o a sí mismo.
Sus ojos no se fijaban en mí, solo estaban vidriosos y distantes mientras una única lágrima rodaba por su mejilla y yo lo miraba con confusión.
“No entiendo. Antes habías dicho que ella estaba bien… Ha estado aquí más de ocho años… Colton dijo nueve”, o quizás en ese entonces estaba en la guerra y no volvió a verla, puesto que nunca regresó a casa.
No estaba segura. Oh Dios, por favor no me digas que su condición es irreversible y que todo esto fue en vano.
Se me pasó por la cabeza que las cosas no encajaban con lo que él estaba diciendo, y que estaba dando vueltas en círculos, incapaz de darme una respuesta lógica.
Tal vez Sierra estaba realmente enferma, pero entonces ¿Qué demonios estaba diciendo? El doctor me sonrió con tristeza, sus pálidos ojos grises se posaron finalmente en los míos, y me dedicó una sutil media sonrisa.
“Si estaba loca… entonces ¿Cómo pudo decirme que un día una loba solitaria del oeste vendría a salvarnos a todos de algo que se avecinaba? Una futura líder de su pueblo, unida a su sangre por el destino”, comenta.
“Tal vez sea una coincidencia, tal vez no. Tal vez sea una ilusión y un sentimiento de culpa porque la he dejado reposar durante ocho largos años. ¿No lo ves?”, dijo casi tartamudeando, pero yo capté los puntos que intentaba unir.
“He venido desde el Este, y estoy vinculada con su hijo”, repetí de forma automática, sin dejar de mirarlo con una expresión de incredulidad en el rostro y tratando de entender qué significan sus vagas afirmaciones.
Estaba perdido en su propia cabeza.
“Dime… ¿Qué significa para ti el nombre de Marina?”, me miró con los ojos entrecerrados, inclinándose como si me contara un secreto de suma importancia, y sentí que ese nombre era una vara de plomo que me apuñalaba en el corazón.
Jadeé cuando lo oí pronunciar ese nombre, de hecho se me heló la sangre en cuanto lo dijo, y reprimí un sollozo ante el inesperado dolor. Ese nombre murió cuando ella lo hizo, y nadie lo pronunció durante una década.
“Era mi madre…” susurré con dolor, empezando a sentir angustia cuanto más pensaba en ella y conteniendo las lágrimas por mi corazón roto.
El médico se llevó una mano a la boca como si hubiera dicho algo pecaminoso, sus ojos se abrieron de par en par y empezó a respirar con dificultad, alejándose de mí cuando algo pareció encajar.
“No puedo escuchar esto, porque si lo que dijo es cierto… eso significa que he dejado que mi amiga sufra durante todos estos años, adormecida y sola… y le he fallado. Dejé que me convencieran de que estaba loca, dejé que me manipularan. Rompí mi juramento, rompí mi promesa como su amigo, y soy una persona terrible. Necesito salir de aquí… no quiero formar parte de esto”, se dio la vuelta, visiblemente tembloroso.
A poco de derrumbarse evitó mirarme mientras el pánico se apoderaba de él sin piedad. Estaba claramente angustiado, le fallaban las palabras y volvió a huir mentalmente de mí.
“¡Espera, no te vayas! ¿Y mi madre? ¿Cómo sabes su nombre? ¿Qué te ha dicho sobre ella?”, grité tras él, aferrándome a algo desconocido y entrando en pánico por no tener más información.
La puerta se cerró en cuanto salió y quedé atrapada antes de que pudiera perseguirlo, porque fui demasiado lenta para alcanzarlo.
No miró hacia atrás, sino que corrió por el suelo de cemento hasta situarse a medio camino entre mi habitación y la de Sierra, de camino al ascensor…
“Lo siento… de verdad”, me gritó, mientras yo golpeaba con mis manos el cristal en un intento de conseguir que la puerta se abriera, presionando con fuerza contra ella para poder verlo mientras salía corriendo hacia mi izquierda.
“¡Necesito saber qué dijo sobre mi madre!”, grité como un alma en pena, abrumada por mis propias emociones mientras cientos de pensamientos acelerados cruzaban mi mente y me consumían la sospecha, el dolor y la angustia, todo como si se me cayera una casa encima.
Mi respiración era errática y golpeé el cristal agresivamente, con la necesidad de seguir a ese hombre. Pero a pesar de mis intentos, las paredes de mi prisión seguían intactas.
No podía calmarme, la locura de esa interacción me tenía tensa y agitada, mientras mis emociones me atormentaban y mis pensamientos se arremolinaban en torno a tantas posibilidades con tan poca información.
La mención de mi madre, su reacción…. me hizo reaccionar como nunca antes lo había hecho y empecé a moverme de un lado a otro, tirándome del pelo mientras intentaba calmarme y concentrarme.
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