Capítulo 60:

Me di cuenta demasiado tarde de que mi mandíbula no tenía la capacidad de estirarse tanto y, al no poder morderlo bien, solo pude arrancarle un trozo del asqueroso pelaje que me provocó arcadas.

El oso estaba tan furioso como yo, gruñendo de dolor por el trozo de piel que le había arrancado, luego se alzó y me agarró la pata trasera con sus garras, clavándolas en mi carne brutalmente, y me lanzó por el suelo del bosque para golpearme contra un tronco caído con la fuerza y la velocidad de una bala de cañón.

Mis costillas crujieron por el impacto, clavándose en mis pulmones y aplastándolos, y en ese momento de agonía fui incapaz de emitir un sonido. Me faltaba el aire, no podía respirar bien, y el dolor que me atenazaba era peor que el que sentí cuando me transforme por primera vez. Aunque estaba aturdida, iba a cortarle la garganta a ese hijo de p%ta.

De alguna manera conseguí tomar una bocanada de aire, llenar mis pulmones y devolver mis huesos fracturados a su lugar, curándome de nuevo, y sentí que un torrente de energía crecía en mi interior.

Mi rabia ya no tenía límites, era comparable a las profundidades del infierno y se dirigía hacia aquella bestia monstruosa. Me rodeaba, me envolvía, como un velo que apenas podía vislumbrar, translúcido, pero que me cosquilleaba en la piel, instándome a abrazarlo y hacerlo parte de mí.

A alimentarme de él y utilizarlo. No podía explicarlo, pero era como si el aire se convirtiera en un fino tejido que podía tocar y quería tomar entre mis manos.

La fiera se movía hacia mí, gruñendo y gimiendo alto en el cielo, con una ira que se encrespa en la sangre. Probablemente se traduciría en algo como ‘¡Muere p$rra!’.

Luché por levantarme, todavía recuperándome y aturdida en medio de este lechoso y opaco aire que invade mi espacio. De repente, en medio del pánico, sin poder entender el motivo ni cuestionar de dónde me vino la idea, atrapé un puñado de aquello en el aire, justo cuando me restaba apenas un segundo de acción.

El animal lanzó una última estocada mortal hacia mí, pero ante mi asombro, en la palma de mi mano había algo que solo puedo describir como una bola de boliche dura y caliente. Impulsivamente, se la arrojé a la fiera.

No me detuve a pensar qué lograría con eso y, sinceramente, tampoco tuve tiempo de cuestionarme sobre la ciencia o la estupidez de mis actos, pero lo cierto es que le arrojé aire a un oso enfurecido, en un intento por salvar mi propio pellejo. En seguida gemí, cuando la lógica pareció darme una bofetada en la cabeza por ser tan idiota.

Incrédula, como si de una película de Hollywood se tratara, observé con los ojos muy abiertos cómo el oso fue golpeado con la fuerza casi invisible que ondeaba el aire a su alrededor, impulsando el velo lechoso en movimientos relucientes y fluidos, como el agua hipnotizante después de golpear una roca.

De forma inverosímil, el cuerpo de la fiera se hundió locamente, como si un camión Jo hubiera embestido a una velocidad demencial, y por una milésima de segundo, el tiempo se detuvo, mientras yo asimilaba todo esto.

Lo que haya sido aquello, arrojó al animal hacia atrás impulsándolo a recorrer tres veces la distancia a la que él me había arrojado antes, mientras describía un arco a través del claro. Por último, aterrizó espectacularmente con un ruido sordo y estremecedor, debajo de la línea de árboles.

El suelo tembló con el impacto y todo reverberaba a través de mi cuerpo en proceso de sanar, trayendo una calma renovada y súbita al bosque. Cuando todo se detuvo, surgió un silencio total, como si toda la naturaleza hubiera hecho un alto para preguntar ‘¿Qué demonios fue eso?’.

En medio de la quietud, el aire pulsando alrededor hizo que el velo se moviera hacia arriba y hacia afuera, como cuando alguien sopla una vela y el humo se dispersa en las olas de la respiración, desvaneciéndose en la nada, como si nunca hubiera estado allí.

Me quedé sentada jadeando, tan sorprendida como el maldito oso por lo que acababa de hacer, mirando con total incredulidad. Mi corazón latía erráticamente, mientras me quedaba allí encorvada y parpadeando.

La fiera quedó aturdida por un momento, luego rodó y se arrastró sobre las patas temblorosas, parpadeando en mi dirección.

Luego optó por girar y echar andar lentamente. Ya no estaba dispuesto a combatirme, ni aquello que yo acababa de arrojarle. Sin embargo, era evidente que no conseguía recuperarse, a juzgar por el torpe balanceo de sus movimientos y la manera en que se estrellaba continuamente contra la maleza.

Arrodillada a medias, advertí que no llegó muy lejos. Se tambaleó hacia los lados, luego redujo la velocidad hasta detenerse torpemente y sin coordinación, hasta que se desplomó boca abajo en el suelo, como si estuviera borracho. De pronto dejó escapar un largo y ruidoso gemido, y se quedó completamente en silencio. Entonces me puse de pie.

Percibí claramente el retumbar de los latidos de un corazón en el aire, haciéndome dar un salto. Lento, laborioso, uno, dos más, y ya. Me sorprendió la nitidez con que los escuchaba a pesar de estar tan lejos.

Entonces… no podía haber sido el latido de su corazón, tenía que ser el mío, pero de pronto ya no pude oírlo más, así que comprobé mi pulso para estar segura de que no estaba realmente muerta y que había cruzado al otro lado.

No, mi corazón todavía seguía latiendo, mientras presionaba mi garra contra el pecho y resoplaba a medias, un gruñido de agradecimiento.

Exhalé una profunda bocanada de aire y me tomé unos cuantos segundos para sanar por completo cada pequeña herida que me infligió la bestia, estirando mis costillas para estar segura.

Después, todavía en forma de lobo, me acerqué con precaución para ver si todavía el oso estaba vivo, tratando de recuperar algo de ingenio y concentrando mis fuerzas para un segundo ataque.

Me sorprendió ver que tanto la comida como el fuego quedaron intactos pese a toda la agitación, y todavía humeaban suavemente. De paso olía bastante bien, y se me hizo agua la boca por el hambre que me vino de repente. ¡Qué extraño!

Vi que mi mochila yacía a un lado, pero por suerte nada parecía roto. La camiseta todavía sobresalía, trayendo una sensación de calma a mi rabia interior, que todavía se estaba evaporando poco a poco.

Seguí de largo y me acerqué al oso por un lado, girando a la izquierda con cautela y manteniendo mi distancia, en caso de que fuera una estratagema de la bestia para atacarme en cuanto estuviera cerca.

Pero el oso tenía los ojos bien abiertos, vidriosos y la lengua colgando de la boca abierta, enmarcada por los temibles dientes. No parecía respirar, y la sangre le brotaba de ambas fosas nasales.

Su mirada estaba vacía y me di cuenta de que aquello que yo había hecho, fuese lo que fuese, dañó irremediablemente sus órganos internos, y ahora estaba muerto. Sin necesidad de tocarlo, tuve la certeza de que su fuerza vital y su aura se habían ido por completo. Traté de sintonizar mis sentidos y no encontré nada.

Yo lo hice. Al arrojarle aquello invisible, ¡Maté al oso! No sabía si sentirme aliviada, orgullosa o devastada por haberlo hecho sola. Conseguí sacar un extraño poder de mis entrañas y derribé a un oso con nada más que aire.

Mi corazón se agitó, mis tripas se retorcieron y de repente sentí unas ganas irrefrenables de vomitar cuando las emociones humanas entraron en acción y el shock se apoderó de mí.

Empecé a temblar, mis latidos eran frenéticos y mi mente se aceleró por el hecho de que, literalmente, acababa de librar mi segunda batalla con algo capaz de matarme y esta vez no había estado a punto de morir en sus manos, o debería decir en sus garras. Tampoco necesité que Colton me salvara. Creo que estaría orgulloso de mí, aunque no me importaba lo que pensara de todos modos…

Empujé mis garras hacia delante, alzándome sobre las patas traseras y mirándolas, sin saber cómo sentirme.

Me quedé embobada observando esas extrañas armas de destrucción que no sabía que poseía, las filosas garras, cubiertas de pelaje y ahora ensangrentadas. Quiero decir, por supuesto, sabía que tenía patas, pero estas hacían algo extrañamente especial que no conseguía explicar.

También parecían… ¡¿Más blancas?! Bajo la suciedad, el desaliño y las manchas rojas se veían extremadamente pálidas… aunque nunca antes le presté atención a este detalle. Sin embargo, ahora estaba segura de que eran más grises que cuando me transformé por primera vez.

Intenté evocar aquella sensación, ese velo físico que podía tocar, sostener y ver, pero nada ocurrió, por muchos gruñidos, ruidos extraños y caras raras que pusiera, y sacudí las patas, sintiéndome estúpida por no saber controlar algo que claramente podía hacer.

Mis piernas empezaron a temblar, y noté que mi energía disminuía y me decía que pronto volvería a mi forma humana si no me daba prisa. No sabía si tendría el mismo poder como una humana, y no iba a desistir.

Me olvidé del oso, de la batalla, de la conmoción, del orgullo, y volví a caminar hacia el claro, extendiendo mis garras e intentando agarrar el aire de nuevo, sin éxito.

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