El destino de la huerfana -
Capítulo 54
Capítulo 54:
Choco contra alguien que entra por la puerta del comedor, exhalando de golpe a causa del contacto repentino, y me quedo sin aire, rebotando, casi volando con la fuerza de la colisión.
“¡Ay!”, grito reaccionando, sin aliento por un instante, e inhalo profundamente, conteniendo el aliento en mi garganta cuando me doy cuenta de quién está ahora frente a mí, parado a medio metro de distancia, luciendo igualmente sorprendido.
Esa cara seductora de chico lindo, ojos oscuros y sensuales bajo el entrecejo fruncido, y solo quiero meterme en un agujero en el suelo y desaparecer. ¿Tenía que pasar esto justo ahora?
“Oye, lo siento”, Colton trata de evitar mirarme directamente, la incómoda tensión es ensordecedora, y por un momento tengo ganas de mirar al cielo y gritar ‘¿Por qué?’.
Alguien allá arriba realmente me está probando ahora que sé lo que quiero hacer, y no puedo lidiar con esto sumado a todo lo demás. El corazón me late cien veces más rápido, las palmas de las manos me sudan, y siento las piernas débiles mientras me impactan los efectos que
Colton produce en mí habitualmente.
“Hola, y adiós”, lanzo las palabras en un suspiro apresurado, casi descarado, me esquivo rápidamente, evitando mirarlo más de lo necesario, y sigo mi camino a toda velocidad, sin intenciones de interactuar con él.
Me afecta en todos los sentidos, y no puedo mantenerme fuerte con él en mi mente, ya está demasiado afectada, y no quiero perder el coraje. No miro hacia atrás, y casi tropiezo con Carmen, corriendo detrás de él. La ignoro por completo, y apago mi audición cuando la voz de Colton suena detrás de mí.
“Adiós… supongo”, Suena herido, pero que se vaya al diablo.
No tiene derecho a sentirse lastimado por mi rechazo, porque literalmente me ha ignorado durante días. Él es la razón por la que quiero huir. Trato de no permitirme reaccionar, y simplemente bajo la cabeza y sigo adelante, ignorándolo todo.
Dejo de pensar en él, hago que mi cerebro se concentre en los pasos que estoy dando, y subo las escaleras a toda velocidad tan pronto como estoy segura de que nadie me está viendo. Necesito archivar todo en una pequeña caja en mi cabeza y concentrarme en hacer, no en sentir.
Mis emociones no están ayudando, tengo que valerme de la lógica para lidiar con esto. Puedo desmoronarme más tarde, cuando esté fuera de aquí, y a kilómetros de distancia. Puedo quebrarme como una represa si eso es lo que necesito, y llorar a gritos hasta cansarme, pero no ahora.
Tengo que ser fuerte para poder hacer esto.
Á pesar de que intento convencerme a mí misma, eso no detiene un pequeño murmullo de celos enfermizos en un rincón de mi cerebro, gritándome preguntas de todos modos. ¿Por qué había aparecido ahora, después de días sin hacerlo?
Él ya no comía con nosotros, por alguna razón desconocida, ¿dónde había estado él con ella? No se veían como si acabaran de encontrarse, definitivamente ella lo estaba siguiendo hasta el comedor, aunque, para ser justos, lo había estado siguiendo durante días.
Hago lo posible por ignorar los celos, recriminándome por ellos. Subo las escaleras y sigo el pasillo hasta el final, donde se encuentra mi habitación. Me apresuro a entrar, y doy un suspiro de alivio mientras echo llave a la puerta y me apoyo en ella por un momento para intentar calmarme.
Doy la vuelta para caminar hacia mi cama, e inesperadamente pateo algo ligero en el suelo. Mirando hacia abajo, veo algo que se desliza hasta el centro de mi alfombra y se detiene. Me agacho para recogerlo. Es un sobre, y reconozco la letra suave y curva de Meadow en el frente.
Le doy la vuelta apresuradamente, inhalando la embriagadora mezcla de su aroma y su perfume mientras lo abro, y me quedo boquiabierta con el dinero que encuentro dentro. Hay una nota metida detrás del dinero, y la saco para leerla, con las manos temblando por mi descubrimiento, abrumada una vez más.
[Hola, Chica. Sé que esto no es mucho, pero tú lo necesitas más que yo. Mi número está en la parte de atrás. Guárdalo. Sabes dónde encontrarnos si nos necesitas. Somos tu manada. ¡No importa nada más! Te extrañaré, hermana. XXX].
Las lágrimas empañan mis ojos, y mi garganta se siente tan hinchada que casi no puedo respirar, mientras un dolor me golpea el estómago y amenaza con desmoronarme.
Vuelvo a meter la nota en el sobre rápidamente, tratando de combatir esta reacción, y examino el dinero. Cuento mentalmente casi doscientos dólares, y por alguna razón eso rompe la pared en mi interior que ha estado conteniendo las lágrimas.
Me desplomo en el suelo como un saco roto y empiezo a llorar, sosteniendo el sobre cerca de mi pecho. Me derrumbo por completo. No sólo por esto, sino por todo.
¿Por qué había encontrado a mi manada ahora, cuando pensé que ya no tenía opciones? ¿Por qué el destino me daría algo tan cercano a un hogar real, solo para luego hacerlo inalcanzable?
Tengo que recuperarme y dejar de ser débil. Nada de esto importa, y no cambia las cosas. Tengo que arreglar mis asuntos y ceñirme a lo que he decidido. Tengo que mantenerme fuerte y determinada. No puedo quebrarme, porque si lo hago, no seré capaz de recomponerme.
Hago un esfuerzo para levantarme y caminar hacia el armario, a pesar de estar jadeando, con la respiración entrecortada, sollozando mientras trato de detener las lágrimas. Tengo que encontrar algún tipo de bolsa para empacar mis cosas, y concentrarme en hacer, no en sentir.
Por suerte, quienquiera que haya traído mis cosas del orfanato había metido algunas en una mochila grande, que había sido de Vanka.
La saco del armario, sosteniéndola por un segundo, y una nueva ola de dolor retuerce mis entrañas mientras acaricio una esquina donde ella había escrito su nombre con un rotulador negro. Letras firmes y dentadas, que de alguna manera representan lo que es ella. Me hago insensible, trago lo que siento, y empiezo a sacar lo esencial y a meterlo en la mochila,
Necesito lo básico, como un par de cambios de ropa, artículos de tocador, el dinero, los bocadillos que tengo en mi habitación.
También necesito algo con lo que dormir, como una manta para tenderme en el suelo, y algo para llevar agua, en caso de que no pueda encontrar un arroyo o un río en mucho tiempo. No sé qué más empacar, y termino metiendo cosas al azar.
Un libro que nunca llegué a leer, el iPod que estaba entre mis pertenencias, y luego me doy cuenta de que probablemente no podré cargarlo si vivo a la intemperie, y lo vuelvo a poner en el estante.
Encuentro un encendedor, una navaja suiza que guardaba entre mis objetos más preciados, parte de las posesiones de mi padre. Empaco también unas viejas cerillas para acampar, y su pedernal, para hacer fuego si me quedo sin las otras opciones.
Revuelvo mis cosas y encuentro la camiseta gris de Colton. Me detengo dolorosamente, reconociéndola como la que me había dado para usar cuando rompí mi ropa. Pensé que le había dado todo lo suyo a Meadow, pero esto aún permanece, como una cicatriz en mi corazón.
Su olor humano aún persiste en la tela, a pesar de que se había lavado, o tal vez solo lo estoy evocando para mí misma, su olor tan arraigado en mi cabeza que intento que vuelva a mí.
Meto impulsivamente la camiseta en la mochila, acariciándola por un segundo de más, y la cierro con todo dentro. No debería llevarme una parte de él, pensando en mi propia cordura, pero no puedo soportar volver a sacarla.
Sigo mirando mi reloj, aunque sé que tengo otras 3 horas antes de que la patrulla nocturna empiece su turno. Tengo que hacer tiempo, pero sin volver a bajar y actuar raro.
Necesito mantenerme ocupada aquí arriba hasta que sea hora de marcharme, sin obsesionarme ni volverme loca.
¡Una ducha! El pensamiento me golpea… era una buena idea. Y una siesta, si puedo forzarla. Refrescarme y ponerme ropa más adecuada que este conjunto de pantalón deportivo y camiseta con el que he sudado por todas partes. Actividades para ocupar el tiempo y mantener mi mente centrada.
Me quito la ropa sin dudarlo, la tiro en la canasta de ropa sucia y me dirijo al baño rápidamente. Me recojo el pelo y abro la ducha, probándola antes de entrar,
“¿Lorey? ¿Estás allí?”, la voz de Colton me golpea en el centro de la frente, es lo último que esperaba, y casi me resbalo de la sorpresa cuando apoyo el pie en el suelo mojado de la ducha.
Me agarro a la puerta para evitar caer, como un cervatillo recién nacido, con piernas inseguras, casi cayendo y provocando un caos. ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué el destino me está fastidiando hoy?
“¡¿Sí, qué quieres?!”, exploto, un poco ásperamente, instantáneamente arrepentida por mi reacción instintiva hacia él, y luego no, cuando la ira me da una patada en el trasero y me recuerda lo idiota que es.
Quiere comunicarse ahora, tras un encuentro inesperado conmigo ahí abajo que claramente había incrementado su necesidad de contactarme.
Froto mi espinilla magullada, que había golpeado contra la mampara de la ducha, y me meto bajo el agua caliente en lugar de quedarme ahí parada como una idiota.
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