El destino de la huerfana -
Capítulo 53
Capítulo 53:
Estoy en el comedor, con mi bandeja de comida enfrente, y juego con mi ensalada en el plato, completamente distraída.
Contando los minutos antes de que puedan ir escaleras arriba, presa de la angustia, incapaz de pensar en otra cosa a pesar de decirme a mí misma que solo lo estoy haciendo peor. Mis nervios ya están destrozados.
Meadow mantiene la distancia. Se sienta en el otro extremo de la mesa porque sabe que no podrá contenerse si nos sentamos cerca.
Ella tampoco está actuando con demasiada naturalidad, y casi puedo oler la tensión nerviosa que emerge de ella.
Percibo sus ojos en mí un par de veces, pero aparta la mirada rápidamente, como si hubiéramos tenido alguna especie de riña entre amantes, y espero que se detenga antes de que alguien se dé cuenta.
Creo que ella es la razón por la que estoy en alerta máxima, porque ella contribuye a aumentar mis niveles de estrés.
El resto de la manada está repartida a mí alrededor, aunque todavía está agrupada formando una obvia unidad.
Estoy atrapada entre los gemelos, quienes hoy decidieron sentarse uno a cada lado de mí, y están discutiendo sobre quién recibió más ensalada de col con sus papas mientras se estiran por sobre mí en un intento por robarse la comida del otro.
Radar los observa en silencio al otro lado de la mesa, como un padre que se está divirtiendo y no tiene intención de intervenir, hasta que ya no soy capaz de soportarlo.
“Basta. Sólo tomen la mía. No tengo hambre y me están volviendo loca”, es una reacción casi desesperada, y empujo mi bandeja hacia Remi, a mi izquierda, al tiempo que deslizo mi silla hacia atrás para escapar de esta tontería.
En realidad no me importa si todos los ojos se vuelven sorprendidos hacia mí, porque se estaban comportando como un par de niños.
Se comportan así en cada comida, pero estoy nerviosa e irritable, y mis nervios están tensos al saber que tengo que irme pronto si debo estar lista para el atardecer. Tengo tantas cosas en la cabeza, mi corazón está siempre en conflicto, y necesito un descanso
Me pongo de pie, ignorando las miradas inquisitivas pero nadie pregunta, probablemente asumiendo que finalmente me canse de sus peleas, como todos los demás, ya que lo hacían casi a diario.
Todos el mundo ha estado sintiendo la tensión últimamente, con más camiones llegando esta tarde y más prisioneros traídos de alrededor de la montaña por lo que se puede perdonar mi inesperado estallido ante las dos personas más irritantes de este grupo.
Pueden ser mayores que yo físicamente, pero es obvio que los gemelos son los más infantiles de entre nosotros.
El comedor está lleno de Santos, comiendo a esta hora antes de que los llamen para reunirse para las tareas y deberes de la noche.
Las patrullas empiezan una hora antes del anochecer, lo que me da una oportunidad para empacar.
Salir y ponerme en marcha antes de que la primera patrulla comience a recorrer el perímetro.
Tenemos una hora de descanso y aseo en nuestras habitaciones después de las comidas, y para mí eso marca la última vez que realizo mi rutina normal de los últimos días. Esa es mi oportunidad.
Se supone que debo ayudar a los equipos de limpieza todos los días después de la cena, y esta noche estoy asignada a la lavandería por primera vez, ya que les gusta rotar las funciones. Lo dice la lista que me dieron hace unos días, pero como nunca antes he estado allí antes, dudo que me extrañen.
“Me voy a cambiar y refrescar antes de que comiencen las tareas”, no le hablo a nadie en particular, tratando de actuar natural y, extrañamente, es Jesús quien me responde. Me mira de esa extraña forma paternal a la que se ha acostumbrado últimamente.
“Deberías comer para mantener tu fuerza. Has estado pálida estos últimos días”, es más una orden que una sugerencia.
Parpadeando hacia él, sin saber si lo había escuchado bien, le lancé una sonrisa sutil.
Confundida, pero agradecida por la inesperada atención. Suena como un padre o un hermano mayor en este momento.
Algo a lo que no estoy acostumbrada.
“Él tiene razón. Te ves cansada, y comer bien puede ayudar con eso. Toma, siéntate, nos comportaremos”, es Remi, empujando mi plato hacia mí.
Cuando miro de él hacia Domi, quien asiente con la cabeza, ambos con apariencia culpable, y en actitud de disculpa, eso me golpea tan fuerte que casi hace que me ahogue. No hay malicia o manipulación en sus expresiones. Realmente están tratando de cuidarme.
Veo asentimientos alrededor de la mesa cuando todos los ojos caen sobre mí, sutiles expresiones que indican que han notado que no he sido yo misma en los últimos días, y me dicen que les importa lo suficiente como para hacérmelo saber.
Me habían aceptado como parte de la manada mientras yo ni siquiera estaba prestando atención. Este es el cuidado de la manada; así es como debe ser. Cuidarnos unos a otros y guiar a uno de tu manada cuando lo necesite. Ser una familia.
Casi me quiebro. Las lágrimas hacen lo posible por inundar mis ojos, y tengo que esforzarme mucho para contenerlas y permanecer en apariencia impasible.
Para no desmoronarme y demostrarles que me han conmovido, porque para ellos se trata de un comportamiento natural, y no saben lo abrumador que es, o lo ausente que ha estado de mi vida. A nadie le importaba si me saltaba comidas en el orfanato. Si me veía pálida, cansada, o simplemente triste.
Nadie lo había mencionado, nadie me alentó a cuidarme. Fui tan invisible durante tanto tiempo, y ahora siento que estas personas me ven, de verdad me ven.
“Estoy bien, y tienen razón… comeré más tarde, Solo necesito un momento de tranquilidad”, lo digo con frialdad, pero por dentro todas estas emociones enfrentadas me están destruyendo, y mi corazón se rompe en pedazos al darme cuenta de que tengo la oportunidad de formar una verdadera familia con estas personas, y sin embargo las estoy dejando atrás.
Es difícil de aceptar, las palabras se me adhieren como pegamento en la garganta, y me duele el rostro a causa del esfuerzo por mantener una expresión neutral.
“¿Vienes a la sala de comunicaciones después de tus tareas?”, César me sobresalta con esto, y parpadeo hacia él, completamente desconcertada.
Empiezo a sentir pánico de que tengamos algún tipo de reunión en la que deba dar la cara para evitar que Colton sospeche algo.
“Sí, decidimos que necesitamos algo de tiempo para pasar el rato, unas cervezas, una película… relajarnos todos juntos”, Radar completa por él, todos los ojos en mí, parada ahí, incómoda, preparada para huir, y empiezo a dudar.
Luchando por pensar en una excusa mientras muero por dentro. Literalmente me están pidiendo que me acerque, que me una a ellos, y no puedo. Si alguna vez hubo un momento en el que quise patear al destino en el trasero, es ahora.
“Todo este asunto de Carmen… de Colton… no creo que…”, tartamudeo una débil excusa, esperando que se apiaden de ese caótico triángulo de angustia y me liberen de la invitación.
“Él no estará allí, nos está evitando a todos, así que al diablo con él. Y ella está siguiéndolo por todas partes, así que tampoco estará allí si él no está”, dice Remi, agregando más peso a mi alma ya pisoteada, que está a punto de romperse bajo toda esta presión.
No soy capaz de formular una respuesta, y el sudor empieza a correr por mi nuca, pero Meadow interviene y me salva. Sus ojos se clavan en mí, y la preocupación se refleja en su expresión.
“Denle un respiro chicos. Tuvo una semana difícil, y está cansada. Veamos cómo se siente después de su primera vez en la lavandería. Todos sabemos lo difícil que es ese trabajo, atrapados ahí como en un sauna”, me lanza una media sonrisa de apoyo que no llega hasta sus ojos, y prácticamente podría besarla.
Mi mente confundida se aferra a esa pequeña razón para librarme de la invitación sin rechazarla directamente.
“Sí, veré cómo me siento después de eso. Escuché que es bastante agotador y podría estar exhausta después. No quiero arruinar su película con mis ronquidos”, lo tomo a la ligera, exhalando suavemente, con alivio, porque ella me había dado una excusa perfecta, y por fin podía calmarme.
“Bueno, ya sabes dónde es, estaremos allí después de las nueve”, dice Domi ahora, y honestamente siento que esto es una especie de señal, pero tengo que ignorarla. Debo mantenerme firme con mi plan.
“Claro, los alcanzaré más tarde. Mejor me voy”, es una salida rápida, y lo digo mientras doy la vuelta y me alejo para no distraerme con más conversaciones o invitaciones inesperadas.
Tengo la esperanza de no quedar atrapada en otra oferta que difícilmente pueda rechazar, y estoy tan ocupada mirando hacia atrás, sonriéndoles con culpabilidad, que no miro por dónde voy.
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