El destino de la huerfana -
Capítulo 5
Capítulo 5:
Me quedo mirándola, me inclino hacia atrás y aprieto la barbilla para seguirla hasta que no puedo esforzarme más para ver.
Tengo muy pocos recuerdos de mi madre en su verdadera forma, pero sé que esto es de ella. Ella era blanca y mi padre plateado, pero es raro que ambos se combinen de esa manera. La mayoría de los lobos son marrones o grises… el blanco es una mutación casi inusual y mi madre solía intentar esconderse porque era muy llamativo.
Sacudo la cabeza, sintiendo el peso desconocido de una forma diferente que me arrastra de un lado a otro, sin controlar aún del todo mis extremidades ni mis movimientos, pero consciente de que es mucho más grande que mi cráneo humano.
Me tambaleo sobre unas piernas extrañas y caigo de bruces, extendiéndome y golpeando la parte inferior de mi cuerpo al chocar con la piedra. Me doy cuenta de repente de la escena que me rodea, vuelvo a centrarme y me doy cuenta de que nos siguen observando,
Me recupero con rapidez a medida que mi nuevo metabolismo expulsa las últimas drogas de mi organismo y limpia mi sangre.
El ambiente parece cargado y estoy rodeado de lobos que acaban de transformarse de todas las tonalidades de gris y marrón, aunque soy la única que tiene el pelaje blanco.
Me giro mientras los cantos del chamán llaman mi atención y tropiezo con mi propia descoordinación al intentar enderezarme y levantarme.
Es difícil usar las manos como patas delanteras e instintivamente retrocedo demasiado sobre mis ancas, perdiendo el equilibrio y tambaleándome de nuevo hacia el frente para corregirlo, antes de caer de cara al suelo una vez más y chocar con el suelo provocando un golpe en la mandíbula.
“Cada vez es más fácil. Intenta mantenerte en pie. Con las cuatro patas”, la voz por encima de mí hace que mi cabeza se incline hacia ella y retrocedo al darme cuenta de que Colton Santo está de pie junto a mí, observando cómo hago un espectáculo, al caer de bruces sobre unas piernas nuevas.
No sé si me sorprende que me hable, o si me da miedo que lo haga.
Nunca he confiado en él, ni en sus motivos, y me pregunto cuándo ha llegado hasta aquí, tan cerca. Evito mirarlo de frente, mantengo la vista alejada de la suya y trato de acostumbrarme a este extraño cuerpo y concentrarme en aprender a usarlo.
Todo lo que puedo hacer es gemir de nuevo, dándome cuenta de que no tengo capacidad para formar palabras de esta manera y entro en contacto con mi mente de forma instintiva.
Los lobos de una misma manada tienen una conexión mental, por lo que pueden comunicarse sin hablar, lo cual es imposible como lobo.
No tenemos las cuerdas vocales para hablar como humanos. También es posible cuando se está lo suficientemente cerca como para hablar con uno que no es de tu propia manada. Si están dispuestos a escucharte.
Se siente extraño. Intento conectarme con él, sorprendida por esta nueva capacidad, casi natural, que no tenía antes.
Me siento abrumada por todo esto y no estoy segura de sí todavía estoy muy drogada al estar en esta forma, o si esta nueva y surrealista forma de experimentar todo tiene sentido. Las cosas nos afectan de forma diferente a los humanos, y esta desorientación puede ser algo a lo que tenga que adaptarme.
Sí, bueno, camina. Aprende rápido.
Alguien me responde mentalmente, pero su voz es tan ronca y familiar que me revuelve el estómago. No es una respuesta educada y el tono me dice que no quiere tener ningún tipo de comunicación conmigo, especialmente no en un enlace de cabeza.
No soy de su manada y ni siquiera estoy al mismo nivel que él. Es una falta de respeto intentarlo. Por si fuera poco, se aleja hacia su padre y yo me tiro al suelo para asimilar todo lo que acabo de recibir.
Estoy pesada, no sé cómo manejar mi cuerpo de animal cuando me he pasado la vida caminando sobre dos piernas. Debo pesar cuatro veces más que mi peso habitual, aunque el tamaño de mis patas sugiere que quizás sea incluso más.
“El cambio no durará… solo son instantes fugaces para tu primera vez. Cuando salgas, te habrás despertado, y tu camino te llevará a tu destino. Presta atención, permanece alerta. Ahora estás en el otro lado”, el chamán lo dice en voz alta y resuena en la montaña como una especie de canción profética.
Una que he escuchado tantas veces pero que esta vez, por fin, significa algo para mí. Vuelvo a ponerme de pie sobre unas piernas inseguras, de forma lenta, como Bambi sobre sus extremidades recién nacidas, y levanto la cabeza como sé qué debo hacerlo.
Al unísono con todos los que me rodean, estiramos el cuello, levantamos la nariz hacia el cielo y aullamos a la luna por primera vez en nuestras vidas, como una manada unida.
No importa quiénes seamos, de dónde seamos, cualquiera que sea nuestro linaje o nuestro pasado. Un sonido largo, lleno de significado.
Una melodía que resuena a nuestro alrededor, a través de nosotros y a la que se unen los cientos de personas que nos observan hasta que llenamos el cielo nocturno con un inquietante canturreo que retumba en las montañas y hace temer a la fauna, unidos en una canción que finaliza nuestra transformación
Al principio se siente extraño, mi garganta vibra, me duele y raspa las cuerdas vocales, pero a medida que mi vientre se vacía, mi aire se va y el aullido más largo sale de ría borbotones, hasta arañar mi garganta y dejarme sin aliento, me siento viva.
Como si hubiera estado conteniendo la respiración y esperando esto toda mi vida. Supongo que sí. Esto es lo para lo que he nacido y con el despertar, viene la libertad.
Puedo irme. Puedo correr.
Puedo vivir de la tierra y cazar para sobrevivir. Ya no estoy atada a los confines de los humanos para salir adelante.
Los lobos pueden vivir en cualquier lugar mientras puedan cazar y, aunque somos animales de manada por mentalidad. He oído historias de lobos aislados que se las arreglan bien por su cuenta.
Eso es lo que he planeado, anhelado, esperado y se hacia dónde me dirijo. Al fin podré realizar mi sueño de dejar todo esto atrás y encontrar mi paz solitaria en algún lugar ahí fuera. Lo más lejos que pueda de estas montañas y de la gente, y nunca mirar atrás.
Ni bien me relajo, nuestra llamada se detiene y la energía en mí se desvanece rápido. Me invade un cansancio que me hace desplomarme sobre el vientre, suspirando mientras mi cuerpo se estremece y experimenta mil pequeños temblores. Miro hacia abajo a tiempo para ver cómo todo vuelve a cambiar más rápido de lo que pensaba.
El pelaje que me mantenía caliente, las patas en lugar de las manos… todo empieza a desaparecer y, a diferencia de mi transformación en bestia, el cambio no es doloroso.
Es rápido, casi instantáneo, y antes de que pueda pestañear o de que me dé cuenta de lo que está sucediendo, soy un ser humano sin ropa. Estoy cubierta de mi propia sangre y tirada en el suelo, lo que me salva la dignidad al proteger mi cuerpo.
Me apresuro e intento hacerme bolita, consciente de que estoy completamente descubierta y expuesta a los cientos de ojos que nos rodean. Salto cuando el cercano Damon me lanza la manta, sonriendo mientras sus ojos devoran mi desnudez y yo retrocedo.
Avergonzada por estar así frente a todo el mundo y enfadada porque se ha asegurado de que tenga que cruzar dos metros para agarrar la manta. Lo miro fijamente, olvidándome de mí misma por un momento y luego considero no ir a buscarla y acurrucarme para cubrirme en su lugar.
A otros les lanzaron la suya enseguida y al mirar a mí alrededor me doy cuenta de que soy la única que tiene que ir arrastrándose por la suya, como un animal. Está tratando de humillarme y me muevo con rapidez para alcanzarla.
Me sorprendo cuando el más mínimo movimiento me hace salir disparada hacia él y acabo casi a sus pies en un abrir y cerrar de ojos.
“Guau”, digo en voz alta y alguien cercano se ríe de mi al darse cuenta de lo ingenua que soy con respecto a la velocidad y la fuerza que acabamos de heredar.
Otro cambio en mí al que tengo que acostumbrarme. Agarro la manta y trato de retroceder tirando de ella por encima de mí, y caigo de espaldas cuando la tiran y la tensan, haciendo que mi cabeza se estrelle contra la piedra lisa que hay debajo de mí y haciendo que mi cráneo rebote dolorosamente.
Damon se ríe a carcajadas, con el pie en el borde de la misma mientras me mira con total desprecio. La risa que le produce el espectáculo que me ha montado no me deja más remedio que intentar quitarle la manta una vez más.
Mi cara se enrojece por el calor, y me doy cuenta de que hay muchas más risas y carcajadas ahogadas a mi costa, y no puedo ocultar la vergüenza que me invade.
Sé que los demás me observan; mis sentidos están muy agudizados y se me pone la piel de gallina por todo el cuerpo ante esta situación.
Los siento encima de mí y quiero hundirme en el suelo y desaparecer.
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