El destino de la huerfana -
Capítulo 25
Capítulo 25:
Casi me golpea en la cara quedando lo suficientemente cerca como para que me estremezca. Un gruñido, una rabia mordaz que hace que mi cuerpo se erice y, por un segundo, juro que mis garras empiezan a sobresalir involuntariamente. La ira se arremolina con fuerza en mi vientre mientras ella sigue incitándome.
“Déjala en paz… ve a la habitación principal, estaré allí en un minuto”, espeta Colton y se pone delante de mí para hacerla retroceder, con la intención de seguir guiándome, pero su necesidad de protección se impone.
A ella no le ha gustado nada y el cambio en su forma de actuar es evidente. Se enfada aún más. Gira para enfrentarse a él en lugar de a mí.
“¡No me iré a ninguna parte hasta que me digas qué demonios está haciendo ella aquí!”, dijo esta vez con más furia la mujer, con los ojos llenos de ira y la voz más rasposa.
Ella está a punto de transformarse, su lobo ya está irritado y listo para luchar. Me estremezco, no estoy segura de poder soportar más violencia esta noche. Aunque esté curada, no estoy en condiciones de que una mujer se enfrente a mí por alguien que ni siquiera me quiere.
“La estoy ayudando para que siga con vida, ¿Te importa?”, le devuelve el gesto y extiende una mano como si dijera ‘¿Podemos pasar?’.
No hace caso de su hostilidad, se muestra dominante, pero hasta yo me doy cuenta de que no es la forma correcta de tratar a Carmen en este momento. Ella está impulsada por la agresividad femenina y la rabia de los ojos verdes. Colton debería tranquilizarla con la misma delicadeza con la que me trata a mí, pero parece no darse cuenta de ello.
Carmen se pone casi como una fiera ante su respuesta, con los nervios a flor de piel, sus uñas se extienden hasta convertirse en garras y su rabia sale a flote.
Lista y dispuesta para pelearse con su compañero, porque, francamente, él está siendo insensible a lo que ella siente por mí presencia. Si yo fuera ella, probablemente también reaccionaria así.
“¡Sobre mi cadáver, no irás a ningún lado con esa mugrienta! Te lo prohíbo. Ni siquiera debería estar aquí”, gritó.
Es incapaz de ocultar su odio y sus celos, gritando una orden que incluso yo sé que no tiene derecho a dar a un alfa, aunque ahora sea su compañero. Con la esperanza de que se le acabe su energía, me escondo dentro de mi propia manta y trato de no hacer contacto visual.
Sumisa, nerviosa, más que exhausta, tanto mental como físicamente, y demasiado cansada para esto. No haría nada con Colton porque acabo de pasar la peor noche de mi vida.
Tengo problemas más grandes que el drama adolescente y los corazones rotos.
“Se llama confianza. Ella está aquí para recibir protección, y yo la estoy acompañando a una habitación para que pueda descansar… nada más. No supongas que puedes decirme lo que tengo que hacer, Carmen, esto no funciona así”, dijo tenso, pero hasta el momento, su actitud dominante es la de jugar a la calma y seguir un poco la corriente.
Es consciente de que podría hacerla callar con ese tono, pero no lo hace. Creo que se está dando cuenta de que ella está enfadada porque es insegura y yo soy la mejor razón para estarlo. No puedo imaginar lo que es tener al amor de tu vida comenzando a amar a otra de repente.
“¡Confianza! No me hagas reír. ¿Dónde quedó esa confianza cuando besaste a esta fulana? No confío en ti cuando estás con ella, ningún día de la semana. En ese momento no quise decir nada”, dijo y ella se pone pálida, mientras le dice cosas muy hirientes.
“Bueno, entonces es mejor que no salgamos por ahora. Si no, esto podría ser un problema”, responde Colton con un tono frío, sorprendiéndome con esa pequeña afirmación, y la aparta con agresividad antes de girarse para agarrar mi mano con firmeza y jalarme con él.
Lanzo un pequeño grito ante el repentino movimiento y casi se me cae la ropa que sostengo contra mi pecho, sujetando la manta que tengo puesta. Me distrae su cálido tacto en mi fría mano y el odio intenso que me lanza con miradas furiosas.
“Te lo juro. Tienes una oportunidad, Cole. Si lo estropeas una segunda vez, no volveremos a ser compañeros. Ni siquiera intentaré perdonarte otra vez, lo digo en serio. ¡No la toques, maldición!”, grita detrás de nosotros, en un sollozo ahogado mezclado con amargura absoluta, y consigo oler el hedor de la traición que la alimenta.
Él se eriza un poco, pero sigue jalándome al otro lado del pasillo sin mirar atrás, su humor da un giro y puedo sentir el olor de su agresividad que empieza a alcanzar su punto máximo.
“Como lo has hecho tú antes”, gruñe en voz baja, fuera del alcance de su oído, y yo me quedo mirando su espalda y sus hombros musculosos e intento no reaccionar.
Nunca pensé que vería a la pareja soñada de Packdom hablándose así, ni que Colton fuera tan frío con ella.
“Se supone que debería arreglar las cosas con ella y reconstruir la confianza. Vaya oportunidad cuando ella me lo echa en cara, cada segundo, de cada hora, de cada maldito día”, dice molesto, y sin duda me está transmitiendo esas vibraciones mientras me alimento de sus emociones.
Me lo dice en enlace y miro hacia atrás, veo a la furiosa mujer, que nos mira alejarnos, así que me alejo de él y retiro mi mano con irritación, Algo surge en mi interior, pero intento ignorarlo.
“Lamento haber arruinado las cosas entre ustedes”, dice suplicando.
Incluso aunque me duela, por razones obvias, que haya una Carmen y que estén intentando solucionarlo, pero siento haberlo estropeado por él. De todas formas siento que debería disculparme por algo. Su vida estaba bien antes de que mi sangre maldita se aferrara a ello y se llevara todas las cosas buenas.
“No olvides a quién elegiste como compañera, Colton Santo…. Recuerda que hiciste una elección. Un compromiso. ¡Debes recordar que me elegiste a mí en vez de a ella!”, le grita chillando, mientras llegamos a una puerta, en diagonal a la que salimos, y él le devuelve una mirada rígida.
Carmen está temblando, con una mezcla de rabia e histeria, evidentemente alterada por el hecho de que su compañero haya llevado a otra mujer a una habitación aislada para vestirse.
Casi puedo sentir su desconfianza y su pánico, y no puedo evitar captar sus conjeturas, por la simple cercanía, de haber visto cómo me besaba esa noche. Se encuentra atrapada en su propia miseria.
“Sí, tomé una decisión, pero eso no parece importarte. He desafiado al destino y me he quedado contigo, pero al parecer eso no tiene mucho peso. Sigo luchando con esta locura todos los días”, dijo lleno de sarcasmo y rabia latente.
Abre la puerta y me hace pasar con un suave empujón; una de sus manos se desliza detrás de mí, pero se queda afuera mirándola con una guerra de gruñidos furiosos.
Me agacho bajo su brazo y me giro para agarrar el pomo de la puerta del baño para cerrarla, pero él sigue teniendo la mano en el borde de arriba, manteniéndola abierta. Suspiro para mis adentros, deseando librarme de esta pequeña pelea y no quedarme presenciándola.
“Eso es porque yo soy la compañera a la que estás destinado… no esa fulana. Tan solo recuerda que es a mí a quien primero amaste, y que soy yo la que está destinada a ti, me has traicionado y tengo todo el derecho a estar enfadada por ello”, dijo con más tono de tristeza y dolor que de rabia, pero a él no parece importarle.
Me quedo aquí, incómoda en silencio, intentando no sentir nada.
“En realidad…. creo que si alguien debería estar enfadada, es Lorey. Rechacé el destino y la abandoné, para quedarme con una chica que el destino no eligió. ¿Qué tal si te enfadas con ellos, por no haber aceptado que estabas hecha para mí?”, le dijo, enfatizando sus palabras de forma burlona, por lo que su gesto de asombro instantáneo, de sorpresa, y su aguda inhalación me hicieron estremecer.
Eso tuvo que doler. Quiero decir, que me hizo estremecer y ni siquiera fue acerca de mí. Colton sin duda está enojado. Y mucho.
Es que decir algo tan hiriente como eso a la chica con la que se supone que está recuperando su relación.
Me doy cuenta de que tengo la boca abierta y la cierro enseguida y me meto en la habitación, intentando cerrar la puerta, y suspiro de alivio cuando se da cuenta de que sigue abierta y la suelta.
“Jódete, Colton”, le grita, con ese sonido agudo y penetrante que me hace desplomarme mientras me agarro las orejas e intento evitar el dolor.
Me sincronizo con el dolor de Colton, que se hunde en el mismo tipo de agonía, y sé que su ‘don’ acaba de ser utilizado contra nosotros una vez más como un arma eficaz. Le gusta mucho usarlo de la misma manera en que un niño pequeño hace berrinches.
Se detiene tan rápido como cuando inicia y luego en un silencio espeluznante me levanto del suelo, empujando la puerta del baño para que se cierre del todo con el pie y me apresuro a ponerme su ropa.
Me estremezco por el ataque y espero por Dios que se haya ido a continuar con su histeria en algún lugar donde sus gritos no puedan romper mis tímpanos.
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