Capítulo 148:

Con el corazón acelerado y los nervios a flor de piel, luché por respirar mientras el peso de este desastre parecía caer con más fuerza sobre mí.

“Así que esto es un hechizo. ¿Cómo lo rompemos, cómo los traemos a casa y hacemos que estén bien?”, mi boca no paraba de pronunciar palabras, y aunque estuviera temblando por dentro y lo que más desease fuese acurrucarme en el suelo y sollozar, una parte de mi cerebro intentaba tomar el control.

“No lo sabemos. No sé cómo lidiar con esto… yo no… yo… no sé… tenemos que ir a la biblioteca de abajo, leer los grimorios, buscar al Chamán y resolver esto. Yo soy principalmente una sanadora y una vidente, puedo conjurar hechizos de protección y un vínculo ocasional, pero esto está muy por encima del límite de mis dones”, espeta.

“He oído hablar de este tipo de magia, pero nunca la había visto. No pensé que una sola bruja pudiera hacer esto”, su voz se quebró por completo y las lágrimas brotaron delicadamente del rabillo de sus ojos.

Temblaba por no saber cómo solucionarlo. Lo único que sabía era que el Chamán también estaba ahí fuera y ya no estaba con nosotras, pero no encontraba la forma de decírselo.

“Tal vez eso signifique que no durará, ¿Quizá se desvanezca como la niebla?”, inquirió esperanzada mi amiga, sin esa actitud descarada que solía mostrar y encontrando de pronto su voz.

La madre de Colton levantó las palmas con impotencia, casi diciendo ‘No lo sé’. Aquí estábamos, tres mujeres en diversos estados de angustia emocional, enfrentándonos a un gran problema. Éramos las únicas de la manada que podíamos hacer algo al respecto. Estábamos condenadas.

“No funcionó cuando limpié el aire a su alrededor”, señalé.

Casi al borde de la histeria, mis emociones trepaban por mi garganta hasta asfixiarme, pero me contuve y respiré lentamente para aliviar mi ritmo cardíaco e intenté pensar con claridad. Tenía que recordar que yo era la Luna y que mi pueblo esperaba que yo arreglara esto.

“Fueron solo unos segundos, quizá tarde un poco más”, ella se estaba aferrando a un hilito de esperanza y, sin embargo, algo en mis entrañas me decía que ella estaba equivocada.

Intuía que no era tan fácil deshacer lo que fuera que hubiese allí afuera. No creía que limpiarlos de la niebla tóxica fuera a funcionar por sí solo.

“El Chamán está ahí fuera. No puedo comunicarme con el… lo necesitamos… oh Dios mío. Ok, entonces… bajamos las escaleras y empezamos a buscar sin su ayuda. Busquemos y encontremos algo, lo que sea. No podemos quedarnos aquí sentadas y asustadas. Hemos vivido cosas peores. Podemos hacerlo”, Sierra nos apuró con un movimiento de cabeza, visiblemente temblorosa, aterrada.

Sin embargo, al igual que yo, intentaba recuperar la compostura.

Sabía que necesitaba que estuviera conmigo y me ayudara a resolver esto. La conmoción nos había afectado, nosotras reaccionamos, y ahora necesitábamos ser la Luna y la Rema y hacer algo al respecto. Por nuestra manada, por nuestra gente, por nuestros hombres.

“¿Radar?”, preguntó en voz baja, con los ojos empañados de nuevo cuando me miró fijamente, hablando de forma suplicante y conteniendo la respiración, y yo solo pude asentir con tristeza, diciéndole que él también estaba ahí afuera y que lo habíamos perdido.

Soltó un medio sollozo, inhaló conmocionada y se apretó el pecho, emitiendo una lastimera descarga de dolor en el aire que me rodeaba y confirmando lo mucho que lo amaba, antes de recobrar la calma y levantar la barbilla desafiante. Ahora, ella tenía una determinación aún más fuerte para solucionar esto.

“Vamos, ellos necesitan que los salvemos”, me giré y les hice un gesto para que me siguieran y no las esperé. Yo me dirigía hacia donde teníamos que estar.

Nos movimos deprisa, subiendo las escaleras, atravesando la casa y bajando al pasadizo secreto por el rincón de la biblioteca que solía ser el dormitorio de Colton y el mío.

Ver esa habitación, libre de nuestras cosas y de nuestra cara, casi me destroza. El alma me palpitaba por la pérdida de su presencia y por saber que no podría verle ni tocarle hasta que hiciéramos algo con aquella maldición.

Sentí que de alguna manera se había ido, que lo había perdido a manos de algo contra lo que no sabía cómo luchar. Esta habitación había sido donde empezamos y donde me marcó por primera vez.

Esta situación se clavó profundamente en mi corazón, en mi alma y me había herido hasta lo más profundo. La ansiedad y el dolor me subían como bilis por la garganta y amenazaban con asfixiarme, por lo que tuve que respirar con fuerza para empujar todo el caos hacia mi interior y mantener la calma.

Ahogué un sollozo cuando Sierra abrió la puerta oculta detrás de donde solía estar la cama, y Meadow tomó mi mano en señal de consuelo, su propio rostro estaba cenizo y tenso.

“Los salvaremos. Tenemos que hacerlo. Son nuestra manada, nuestros compañeros… nuestros corazones, los traeremos a casa, de regreso a donde pertenecen. ¡Con nosotras!”, Meadow podía sentir, y compartía mi devastación. Lo reflejaba no solo visualmente, sino a través de sus emociones, las cuales se agolpaban a mí alrededor.

Asentí con lágrimas en los ojos y me aferré a sus dedos mientras seguíamos a la Rema por el oscuro pasadizo mohoso cuyo olor añejo me picaba la nariz, y aparté el polvo acumulado durante siglos de letargo y falta de ventilación.

Con un chasquido de sus dedos, encendió las antorchas, que estaban montadas en la pared, con llamas azules haciendo que nos rodeara un brillo espeluznante, el cual iluminó el estrecho y sinuoso pasadizo a medida que avanzábamos por debajo de la casa y hacia las habitaciones secretas que se veían sobrenaturales y heladas.

Este espacio, similar a una mazmorra, siempre me había fascinado, pero también me asustaba, por lo que Colton solía venir aquí con ella, ya que yo prefería evitarlo.

Tenía un aura de inquietud. Como si albergara tantas almas del pasado con tanto poder y energía que solo podían estar encerradas en el suelo bajo la casa. Casi podía sentir los ojos de los espíritus tomando nota cuando nos aventuramos a entrar y se me ponía la carne de gallina.

La habitación era grande y oscura, a pesar de las muchas velas que parpadeaban con ese familiar azul brujil que me hacía pensar en Colton. Silo perdía, no tendría fuerzas para seguir adelante.

Las estanterías se extendían desde el techo hasta el suelo en todas las paredes, atestadas de generaciones de libros de hechizos, y una gran variedad de pociones, frascos y cosas raras en tarros.

Nada había sido tocado por la edad, ya que esta habitación permanecía mágicamente sellada a cualquier forma de interferencia cuando no se utilizaba y solo se podía entrar aquí si se tenía un don. Se necesitaba sangre de bruja para abrir la puerta y encender las antorchas.

Si no, no se podía entrar, así que supuse que, al igual que nuestra frontera rúnica, tenía algún tipo de hechizo protector que la mantenía atemporal a pesar del paso de los años.

“No toquen ningún libro a menos que yo se los entregue. Los grimorios son especiales y pueden morder. Necesitas el permiso de una bruja para tocar uno”, Sierra se apresuró a tomar dos enormes libros encuadernados en cuero de un estante bajo.

Me entregó uno a mí y otro a Meadow, y señaló con la cabeza la larga mesa central que parecía haber tenido mucho uso a lo largo de los años.

Tenía taburetes colocados a ambos lados y marcas de muchas décadas de brujas que se habían sentado allí para hojear y aprender de aquellos textos antiguos. Me contó que cuando su familia era numerosa y contaba con muchos descendientes, utilizaban esta habitación como escuela de brujería y les enseñaban todo sobre sus propios dones.

Ella también vino aquí de niña para aprender, pero como era la última de su linaje, dejaron la habitación abandonada y en espera de ser usada con un nuevo propósito.

Tomé mi libro y lo puse con cuidado en un extremo de la rugosa, manchada y oscura superficie. Era enorme, viejo, algo inidentificable, encuadernado con maestría y extrañamente ornamentado.

Lo abrí de un tirón para descubrir que las páginas estaban amarillentas y desgastadas por los bordes, algunas estaban salpicadas de gotas y manchas que insinuaban que habían sido usadas muchas veces.

El texto estaba escrito a mano con tinta negra sobre un hermoso pergamino, la mayoría estaba en inglés, pero variaba. Mi español era pésimo y este era un libro de hechizos bilingüe que se inclinaba más hacia el otro idioma que hacia el mío.

“No puedo leer esto”, señalé, levantando mi vista para posarla en ella, que parecía estar buscando un libro concreto; ella volteó hacia mí con una sonrisa paciente.

“Los grimorios están encantados… no mires… siente. Pídele al libro que te ayude, empuja tu emoción hasta el fondo”, Asintió con la cabeza antes de traer a la mesa un conjunto de seis libros más pequeños y sacar un taburete para empezar su propia búsqueda.

Parecía tan decidida como Meadow, que pasaba las páginas rápida y furiosamente mientras escudriñaba las palabras.

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