Capítulo 109:

Necesitaba romper esta dependencia hacia él, si quería sobrevivir aquí de ahora en adelante.

Todo el asunto de Carmen, que dijera que aún me quería, que me besase allá a fuera, Sierra, el médico… el futuro.

Todo era demasiado para que yo lo manejara, o pensara en ello, y mi cerebro tenía miedo de que al dejarle marchar se abriera una incógnita en mi cerebro con la que no tenía energía de lidiar. Ya estaba al borde del colapso emocional y mis lágrimas amenazaban con salir.

“El armario de en medio tiene todo lo que necesitas. No iba a dejar ninguna parte de ti atrás porque no iba a descansar hasta encontrarte. Dulces sueños, cariño”, lo que dijo me confundió lo suficiente como para distraerme por completo y puse una cara de desconcierto mientras él salía por la puerta.

Estaba demasiado concentrada intentando entender lo que había dicho que me había bajado de la cama para abrir el gran armario de madera y ver a qué se refería. Para mi sorpresa, todas y cada una de las pertenencias que había dejado en la habitación de la mansión estaban allí.

Bien dobladas, apiladas y esperando a que las reclamara. Desde ropa hasta zapatos, pasando por mis cajas de objetos sentimentales y recuerdos. Todo tenía su lugar y cabía perfectamente en él, ocupando un armario entero en la habitación de Colton.

Se me hizo un nudo en la garganta que casi me ahoga, y las lágrimas me picaron los ojos con ponzoña, de modo que supe que no podría contenerlas por mucho tiempo. De pronto, mis emociones descendieron en picada y ahogué un sollozo que intentaba escapar de mi garganta.

Me temblaron las manos al estirarlas y tocar el primero de mis suéteres, mis piernas se convirtieron en gelatina y me asaltó un mareo por culpa de mi extrema reacción ante algo tan básico.

No sabía por qué me afectaba tanto, pero así era. Él se había tomado el tiempo de empaquetar todas mis cosas, con tanto cuidado, y se las había llevado cuando abandonaron la mansión. Tenían poco tiempo para empacar, considerando que se fueron en circunstancias hostiles y tenían que escapar, pero él se había asegurado de no dejar nada mío en ese lugar.

Todo estaba aquí. Cada pequeña cosa que nunca supe que echaba de menos hasta ahora. Todo limpio, planchado y colocado con precisión casi militar. Cuidó de mis cosas con la esperanza de que un día me traería hasta aquí.

Intenté no reflexionar sobre ello, sacármelo de la cabeza y enfocarme en hacer algo, en lugar de estar pensando, Era todo lo que podía hacer si no quería sucumbir ante estos abrumadores sentimientos, y ante todas las preguntas relacionadas con Carmen y con nosotros.

Ya empezaba a dudar de mí misma y de lo que había sentido en el bosque, pero no había nada más que explicara eso. Tenía que ser que él la había marcado o que había traicionado nuestro vínculo de otra forma.

Nada podía compararse con el nivel de dolor, desamor y traición que yo había sentido, debía recordármelo a mí misma y no dejarme llevar por sus intentos de reconquistarme. Tenía que ser fiel a la realidad e ignorar lo mucho que aún lo amaba. Cada sentido y fibra de mi alma ansiaban volver a estar con él, aunque fuera de la forma más insignificante.

Inhalé con fuerza para tranquilizarme y relajarme, sacudí la cabeza e intenté recomponerme. Saqué una playera de dormir extra grande, que Meadow me había regalado en la mansión, mi favorita de todos los tiempos, ropa interior y me desnudé rápidamente.

Me encantaba sentir sobre mi piel la delicada y suave lencería entallada junto con aquella holgada y acogedora playera estampada con delicados motivos florales en tonos pastel, la cual iba encima de unos pantalones deportivos grises, Aquellas pequeñeces podían devolverte el ánimo de formas extrañas.

Saqué mi bolsa de artículos de aseo y encontré mi cepillo para el cabello, toallitas faciales, y todo tipo de productos de cuidado personal que había abandonado, ya que eran demasiado pesados para cargar con ellos, y empecé a arreglarme.

Había un espejo sobre la chimenea y fue entonces cuando me di cuenta de lo sucia y desaliñada que estaba y decidí ponerle remedio enseguida. Parecía un vagabundo que no había visto el agua en semanas, y mi cabello lucía un color castaño apagado por lo sucio que estaba. Meadow tenía razón; me veía diferente.

Mi pelo era más largo, mi cara más delgada y parecía haber envejecido un poco durante mi tiempo en la naturaleza, mis ojos verdes, parecían más brillantes, más intensos.

Mi piel se había bronceado suavemente por estar al aire libre todo el tiempo, y tenía un brillo rosado natural en las mejillas, la nariz y la frente, lo cual había dejado al descubierto algunas pecas.

Parecía más alta, pero pensé que era porque ahora me paraba de otra manera. Erguida, casi orgullosa, y el poco crecimiento que había tenido mi melena marcaba la diferencia.

Incluso sucio, las capas eran más suaves y colgaban alrededor de mi cara y más allá de mis hombros en un estilo mucho más favorecedor que como solían cortármelo en el orfanato. Me gustaba este peinado y quizá me lo dejaría crecer más.

Limpié mi piel, cepillé mis mechones lo mejor que pude y encontré todo tipo de restos y ramitas en los nudos.

Me sentía sucia ahora que tenía ropa limpia de color pastel contra mi piel y traté de arreglarme mientras contemplaba la posibilidad de contactar a Colton para preguntarle si había algún baño cerca. Aunque era tarde y estaba cansada, así que tal vez debería asearme, dormir y preocuparme por bañarme en la mañana.

Me sentí bien al poder quitarme parte de la mugre con las toallitas y miré a mí alrededor en busca de un medio para cepillarme los dientes, ya que eso marcaría una gran diferencia respecto a lo asquerosa que me sentía.

Deambulé en busca de una jarra de agua, o algo que pudiera usar, y tropecé con una puerta que antes había pasado por alto porque estaba pintada del mismo color que la madera que la rodeaba.

Era una pequeña puerta en un rincón, junto al escritorio, que estaba casi completamente oculta y era muy angosta, justo al lado del último armario, y que abrí con la esperanza de encontrar algo útil para mi regocijo, se abrió deslizándose detrás del armario para revelar un pequeño baño.

Había una ducha que parecía recién instalada, con una cesta llena de artículos de tocador, algunas toallas colgadas a un lado y una alfombrilla mullida en el suelo que daban a entender que era allí donde él se preparaba la mayoría de los días.

En el aire se percibía un ligero olor a sellador y pintura, como si se tratara de una reforma reciente, y supuse que tenía sentido si había reutilizado esta habitación. Podía levantarse, ducharse y prepararse allí sin necesidad de ir a buscar un baño disponible.

Había un pequeño lavabo y un retrete, colocados en el reducido espacio, pero no tanto como para que se viera abarrotado. Me desnudé sin vacilar, con el impulso de meterme de inmediato en la ducha y venciendo al cansancio ante la necesidad de estar limpia y aseada una vez más.

La vida al aire libre era genial cuando estabas fuera, pero una vez que volvías a estar entre la gente y la limpieza, realmente te sentías asquerosa. Ahora mismo, mientras me deslizaba bajo el agua caliente de los potentes chorros, me sentía lo más cerca del paraíso que había estado en mucho tiempo.

Cerré los ojos e incliné la cara hacia el agua, y deje que me lavara, eliminando todas mis preocupaciones y dolores gracias al placer que solo una ducha caliente puede proporcionar.

Agua caliente, jabón, champú. Era increíble volver a la civilización con las comodidades de un verdadero hogar. Se habían acabado los baños en el río, las piedras para lavar la ropa, y el usar agua normal para cepillarme los dientes, la cual siempre tenía un ligero olor a pescado.

Podía mentirme a mí misma todos los días y decirme que lo estaba haciendo muy bien ahí fuera y que habría sido feliz viviendo así durante una eternidad, pero una ducha y todo eso se había desvanecido.

La cama me estaba llamando, las sábanas suaves, los colchones mullidos, el poder caminar descalza por superficies alfombradas y el no tener que asfixiarme con el humo del fuego para poder iluminarme en la oscuridad.

Nunca me prepararon para estar aislada y vivir en la naturaleza, el hecho de estar de aquí lo demostraba,

Me pasé unos buenos cuarenta y cinco minutos restregando cada centímetro de mí y haciendo una deliciosa espuma con los productos de ducha. Olían a Colton, pero no me importaba en absoluto.

Era reconfortante, familiar, como lo era su presencia. Él siempre olía bien; a cítricos frescos, con sutiles matices de almizcle, un aroma embriagador y atrayente que encendía tantos recuerdos de cuando estaba cerca de él con tal solo oler sus productos.

En mí eran quizá un poco masculinos, pero era mejor que la humedad del bosque y el agua rancia del río. El baño me había hecho sentir humana otra vez, aunque me había quitado las ganas de dormir y había revitalizado mis niveles de energía, quizá no debería haberlo hecho.

Me cepillé los dientes al salir, extrañamente obsesionada con la pasta de dientes de menta ahora que podía volver a usarla, y me los repasé cuatro veces solo porque podía.

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