Capítulo 218: 

«No te preocupes. Estaré donde tú estés». Alan sabía de qué estaba hablando. Si podía salvar a la Compañía Hoyle de la quiebra, podría construir otro imperio empresarial en Ciudad Luo, Jiangcheng no era su único objetivo.

Oliva se sorprendió, no esperaba que él lo entendiera. Él se acercó más y le dio un beso en los labios: «¿No estás conmovida?».

Mentiría si dijera que no estaba conmovida, pero había algo que le estallaba en la cabeza.

Lo apartó de un empujón y le preguntó: «¿Y tu familia?».

«Mis padres tuvieron tres hijos. Yo soy el mayor y ahora soy tuyo. Luego tuvieron una hija que todavía no tiene novio, pero seguro que se casará en el futuro. El tercer hijo, aunque tiene una docena de novias, acabará casándose y empezando una carrera. Vivimos nuestras propias vidas. Somos parientes, pero somos individuos independientes. No nos metemos en la vida del otro».

Ella bajó la mirada y la voz: «En realidad, hablaba de tu madre».

«¿Qué pasa con ella?», dijo con frialdad. «Si ella está de acuerdo, será genial. Si no lo hace, no dejaré que obstaculice nuestro matrimonio. No te llevaré a Jiangcheng para que vivas una vida miserable».

«Pero, después de todo, ella es la madre que te dio a luz y te crió. Todo lo que hizo fue por tu bien». Después de dar a luz a Annie, aprendió a pensar en los niños desde la perspectiva de una madre.

«Tú, tonta. ¿No la odias por lo que te hizo?». No podía creer que todavía hablara bien de la mujer que la atormento.

«Aunque no me agrada tu madre, mi sentimiento no es tan fuerte como el odio. Mientras no se acerque a mí, nunca hablaré mal de ella». Le respondió con sinceridad.

«Qué tonta eres». Si fuera otra mujer, se habría desentendido de él. Pero, Oliva era la excepción, nunca añadió combustible ni habló mal de su madre.

Ella se rió: «La fortuna favorece a los tontos».

«¿Por qué no ha vuelto todavía?» Oliva había salido hacía mucho tiempo y no había vuelto. La Señora Steele dio un vistazo al reloj mientras le preguntaba a su esposo.

El Señor Steele respondió: «Acaba de salir a comprar. No te asustes, ya no es una niña».

Después de diez minutos, la Señora Steele finalmente perdió la paciencia. Tomo su teléfono y la llamó.

Oliva se dio cuenta de que el tiempo había pasado muy rápido. Ya llevaba una hora fuera.

«Ven conmigo al supermercado». Le dijo Oliva. Tenía que admitir que aún no estaba dispuesta a separarse de Alan.

«¿Qué quieres comprar?». Pregunto mientras se arreglaba la ropa.

«Le mentí a mi madre diciendo que había ido al supermercado a comprar tampones para poder salir a tu encuentro», le regañó ella.

Él se rió: «Fue tu ides. Vamos, yo te acompañaré. Al menos, no sospechará de ti si vuelves con algo». Aunque, secretamente quería que su madre sospechara de ella para que confesara pronto.

«Hoy volví con las manos vacías y Chloe casi me atrapa con la guardia baja. Puedo decir que ella te odia ahora».

«No importa que me odie, mientras tú me quieras».

Arrancó el auto y se alejó del vecindario. Cruzó la carretera y se detuvo en un supermercado. El supermercado no era demasiado grande, pero había productos de primera necesidad. Así que se dirigió directamente a la estantería.

Pero entonces, lo vio empujando un carrito: «Sólo necesito comprar una o dos cosas. No necesito esto», le dijo ella.

«Tú no lo necesitas, pero yo lo quiero». Él tomo diferentes tipos de bocadillos y los metió en el carrito. Buscó los más agradables a la vista y los sacó del estante.

Al ver que las cosas dentro del carrito se acumulaban, no pudo evitar preguntar: «¿Vas a llevar el supermercado a casa?».

Él sonrió: «Si lo quieres, no me importa comprártelo».

Ella suspiró: «Eres demasiado. ¿Sabes que los pobres tienen que comparar precios y calidades antes de comprar algo? Tú, que eres rico, compras todo el supermercado por diversión, ¿No? Es muy injusto».

Él seguía empujando el carrito con una mano mientras que la otra mano se quedó alrededor de su cintura: «Lo que es mío es tuyo. A partir de ahora, tú también eres una señorita rica».

«¿Señorita? Me siento tan vieja cuando me llamas así», bromeó ella.

«¿Vieja? Eres Joven y hermosa». Le dijo mientras pellizcaba su cachete, este estaba relleno y la hacía parecer más Joven.

Sonrió y señaló al pez de la pecera: «¿Crees que soy tan viva como ese pez?». Si tenía que compararse con un pez, ella era la que merodeaba en las profundidades del fondo marino desde hacía cinco años sintiéndose alerta y consciente. Pero ahora, conseguía nadar hasta la superficie del agua cuando el sol brillaba.

Dio un vistazo a la hora y empujó el carrito hasta la caja.

Había varias personas antes que ellos, así que tuvieron que hacer cola. Alan apoyó su cabeza en los hombros de ella diciendo: «Antes odiaba hacer cola, pero esta noche desearía que hubiera más gente delante de nosotros».

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