El bebe de mi jefe
Capitulo 3

Capitulo 3:

“No tengo tiempo para nada en estos momentos, mucho menos para tener una relación amorosa, y eso no quiere decir que esté llevando un voto de castidad”

Aclaré al ver el rostro confuso de mamá.

“¿Está mal que solo quiera dedicarme a la empresa y a mi futuro sustento económico?”, pregunté a ambos, y pude ver como se miraban entre sí, intentando buscar una respuesta a aquella pregunta que les había lanzado.

“Yo creo que no está mal, pues necesito trabajar en mis propios proyectos antes de construir otros con alguien más, y más aún si hablamos de algo tan serio como construir una familia”.

“Cielos, este chico no tiene corazón, Finn”

Se lamentó mamá con un tono de voz divertido en dirección a impulsado por papá, pero aún así su mirada me indicaba que entendía mi punto y lo respetaba, aunque sus deseos para mi estaban claros.

“No sé a quién saliste, Athom…”, bufó papá.

Me reí ante sus comentarios y luego de un par de palabras más, me despedí de ambos, pues ya había llegado hasta mi oficina y tenía mucho por hacer, por lo que, aunque lo deseaba, no podía quedarme más tiempo hablando con ellos.

Los extrañaba mucho, razón por la cual esperaba que volvieran pronto a Nueva Zelanda, ya que hace varios meses no tenía la dicha de estar con las personas que me habían dado la vida.

“Buenos días, jefe”

Saludó un chico del área de desarrollo técnico al pasar a mi lado y yo le sonreí con amabilidad, como siempre.

“Buenos días, Josh”.

Pasé de él y caminé hasta el cubículo de Ruby, pues quería ver mi agenda del día, pero mi sorpresa fue que no la encontré en su lugar de trabajo.

Arrugué las cejas con confusión, pues aquella pelirroja solía ser muy responsable y puntual en sus horarios, por lo mismo era mi secretaria.

“¡Ey, Josh!”

Llamé al tímido chico que siempre tenía buena disposición y que tenía entendido era muy cercano a mi fiel secretaria.

“¿Has visto a Ruby?”, pregunté.

Aquel chico castaño asintió con la cabeza y se acercó un poco más a mí para luego mover sus manos con nerviosismo.

“Ruby, pues…”, musitó despacio, lo cual me desesperó y alcé una ceja en su dirección, al borde de estallar, pues no me gustaba perder el tiempo.

“Ella me avisó hace un momento que se había retrasado y que…”

“Está bien”, dije cortando su posible vómito verbal.

“Gracias, Josh”

Asentí con la cabeza.

“A sus órdenes, jefe”.

Me di media vuelta y entré en mi oficina, decidido a avanzar mis tareas pendientes y revisar en mi agenda electrónica si es que Ruby había organizado mi día, pues no quería fallar en ninguna de mis citas programadas, ya que estaba en medio de un nuevo proyecto que sería lanzado dentro de nada, y todo debía salir excelente.

Caminé hasta mi escritorio y sonreí al ver mi agenda de tapa negra encima, la cual estaba abierta, lo que solo indicaba que Ruby había dejado todo listo para que pudiera revisar mis citas pendientes.

Después de todo, aquella chiquilla era muy responsable y organizada, cuestión que me ayudaba día a día a sobrellevar todas las tareas que me demandaban tiempo extra.

Un extraño sonido me hizo encender las alertas y alzar una ceja con confusión al ver que tras el escritorio, justo sobre la cómoda silla de cuero, había una canasta de mimbre cubierta por una manta de lana.

“¿Qué diablos?”, me pregunté a mí mismo, sin entender bien qué era lo que estaba frente a mí.

Me acerqué con cuidado, pensando en que, a pesar de ser la empresa líder en tecnología del país, mi seguridad era una m!erda, pues… ¿Cómo eso había llegado hasta mi oficina sin que nadie lo notara? Seguro tendría que hablar con el personal de seguridad para que pusieran más cuidado con quien entraba en mi oficina.

Quise pensar que esto se debía a una broma de mal gusto por parte del maldito de Alexander, pero pronto un llanto resonó por toda mi oficina y me quedé petrificado en mi lugar, ya que no daba crédito a lo que mis ojos estaban viendo.

Poco a poco acerqué mi mano hasta aquella canasta y moví la manta para observar que debajo de todo eso se encontraba un bebé que lloraba como si el mundo estuviera por acabar.

Tragué saliva con dificultad y negué con la cabeza, intentando reaccionar, pues no podía ser posible que esto estuviera pasando.

Di un largo paso hacia atrás, mientras el bebé continuaba chillando como loco. Tomé mi celular e hice lo primero que se me vino a la mente: llamar a Ruby.

“¡Hola, jefe!”

Saludó ella pocos segundos después.

“¡Lo siento, lo siento!”, dijo de inmediato.

Se escuchaban claxones de automóviles al otro lado de la línea, por lo que supuse que ella aún no llegaba a la oficina.

“Voy llegando a la oficina, se lo prometo”.

“Ruby, te necesito aquí ahora”, espeté sintiendo un frío recorrer todo mi cuerpo al imaginar horribles escenarios como que dentro de aquella canasta hubiera una bomba, a pesar de que si eso fuera posible, el edificio entero estaría avisando que había materia explosiva dentro, pues teníamos sensores en todos lados.

“No te imaginas lo urgente que es, ¡No sé qué hacer!”

“¡Estoy en menos de cinco minutos con usted, jefe!”, dijo apresurada.

Finalicé la llamada rogando a los cielos que mi secretaria llegara pronto, pues no sabía qué diablos hacer con un bebé aquí, y algo me decía que Ruby al ser una mujer dulce y paciente, podría ayudarme con este niño.

Mientras esperaba por ella, una pregunta no dejaba de rondar por mi cabeza, y no entendía ¿De dónde venía este bebé?

Volví a acercarme a aquel canasto de mimbre que contenía al niño y una hoja al costado de su cabeza llamó mi atención, por lo que la tomé y mis ojos casi salen de sus órbitas al leer lo que ahí decía.

Principio del formulario

Alcé una ceja con confusión y volví a leer una vez más aquella nota escrita a mano y de una manera muy poco cuidada, en la que decía que este bebé que no dejaba de llorar, era supuestamente hijo mío.

¿Hijo mío?

¡Imposible!

Mi vida social era casi inexistente, a no ser por las pocas citas que Amalia o Alexander me conseguían de manera esporádica.

No, este bebé no podía ser mío.

Miré al pequeño niño frente a mí y de pronto, nuestros ojos se conectaron, mostrándome que los suyos eran idénticos a los míos, y a los que mi padre portaba.

¿Acaso aquel niño era realmente mi hijo?

“Jefe, ¿Qué hará con este bebé?”, preguntó Josh, interrumpiendo mis pensamientos.

Me quedé en silencio por un momento, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros. No tenía idea de qué hacer con un bebé que supuestamente era mío, pero lo que sí sabía era que necesitaba ayuda para resolver esta situación.

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