Capítulo 1:

Como mismo existía la frase de que la mirada podía enamorar, esta misma podría romper los sentimientos de una persona por otra o al menos esa había sido la conclusión a la que había llegado Elena mientras desayunaba frente al hombre al otro lado de la mesa.

A ese al que debía llamarle esposo porque lo eran por papeles, aun si apenas intercambiaban más de diez líneas en el día en el caso que fuese necesario.

Revolvió la comida en su plato dejando casi todo. No podía comer, ese día… sería el día que tomaría una de las decisiones más difíciles de su vida.

Porque claro que era doloroso divorciarte del hombre que te gusta, aun cuando este apenas te mira.

“¿No vas a comer?”, la pregunta de él hasta la sorprendió, pero Elena no mostró interés. Para qué, no era como si eso le preocupara a él después de todo.

“No tengo hambre”, respondió con la misma indiferencia que él la había tratado en los últimos tres años en la que llevaban compartiendo la misma casa.

El hombre frente a ella asintió ligeramente con la cabeza y no dijo más terminando su plato y levantándose.

“Llegaré tarde hoy. Tengo unos asuntos que atender”, le dijo él caminando en dirección a la puerta de la mansión.

Elena lo acompañó hasta la entrada. No era una costumbre que lo hiciera. Ver su indiferencia en sus ojos plateados todos los días hacía que le doliera aún más.

Y al parecer su cambio de conducta llamó la atención de su esposo que se detuvo cuando la puerta fue abierta por un empleado y la miró por encima del hombro dubitativo.

No hubo palabras entre ellos. En otro momento, si su matrimonio hubiera sido diferente, Si él le hubiera mostrado algo de aprecio ella le hubiera dado un beso de despedida, pero por supuesto, eso era solo un sueño muy lejano. Su esposo no la amaba.

“Ten buen viaje”, le dijo ella con la voz casi atrapada en su garganta, porque sabía que ese sería la última despedida que le diera al menos en esa casa.

El hombre frunció el ceño y no le respondió. Simplemente siguió su camino hasta que la puerta se cerró al igual que los ojos de Elena.

Al menos hubiera esperado alguna palabra de despedida, pero solo había recibido lo que se esperaba. Una simple mirada fría.

Elena aguantó las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos. Estar casada con la persona que amas y que deseas a tu lado no siempre es síntoma de felicidad. Y ella lo había aprendido por las malas.

Ahora… no quedaba vuelta atrás.

Lentamente subió las escaleras en dirección a su habitación y cerró la puerta a su espalda. La decisión la había tomado. La maleta ya estaba abierta encima de su cama y parte de la ropa esparcida en la cama.

No supo cuando tiempo estuvo recogiendo, cuando se sentó cansada en el borde del colchón con un sobre en las manos. Dentro de este se encontraban los papeles de cambiarían el curso de su vida actual.

Detrás de ella ya descansaba una sola maleta que contenía específicamente la ropa con la que ella había llegado a esa casa tres años atrás.

A su lado, en la mesa de noche agarró la única foto de bodas que estaba en aquella casa.

En ella parado su esposo con su traje blanco que se amoldaba a su cuerpo alto, y fuerte, su cabello oscuro peinado hacia atrás dejaba a la vista esos irreales ojos grises que la habían cautivado en el primer momento que habían cruzado miradas.

A su lado se encontraba ella enfundada en el vestido blanco y una sonrisa en su rostro… no recordaba realmente si había sido la última vez que lo había hecho.

Desde ese día su mundo había cambiado tanto que recuerdos felices no encontraba ninguno.

Sí, se arrepentía del día en que lo había conocido, en que sus padres los habían comprometido y que ella había dicho sí.

Quizás si sus caminos nunca se hubieran cruzado no hubiera desperdiciado tres años de su vida.

Un estruendoso sonido invadió la habitación cuando ella lanzó el cuadro contra la pared y este se hizo añicos. Una lágrima corrió por su mejilla al ver la foto caer sobre los vidrios rotos. Así se sentía su corazón.

Y sin dudarlo abrió el sobre donde estaban los papeles de divorció y los puso sobre sus muslos. Solo tenía que firmarlos. Después de eso se los dejaría y sería libre. Si su esposo apenas la miraba que ella lo dejara libre de una vez por todas de seguro sería un alivio.

Otra lágrima cayó sobre el papel. Era más fácil decirlo que hacerlo, pero ella ya había tomado una decisión. Así que agarró una pluma, pero cuando comenzó a escribir su celular sonó.

En la pantalla marcaba el nombre de León. Eso le extrañó. León era el secretario de su esposo. No solía llamarla a menos que fuera algo necesario o para informarle que su esposo saldría de viaje o llegaría tarde cuando este mismo no lo hacía.

Mal momento para llamar. Alzó el celular y respondió secamente.

“Ya sé que mi esposo va a llegar tarde”, del otro lado se podía escuchar la respiración agitada del hombre.

“Lady Elena, no la llamo por eso. Mandaré un auto a buscarla”, Elena se extrañó de aquello y el corazón comenzó a palpitar en su pecho.

“¿Qué ocurrió?”, preguntó con premura levantándose de la cama dejando caer los papeles al suelo.

“Su esposo tuvo un accidente”, la respuesta no tardó en llegar.

A pesar de que ella estaba a punto de divorciarse Elena no era una mujer de corazón frío, así que en cuanto llegó el auto ella se subió y este la llevó directo al hospital.

Los segundos dentro del elevador hicieron que sus palmas se humedecieran notablemente. ¿Cómo estaría su esposo? ¿Lo habían herido? Por la forma en que el secretario había hablado al parecer sí.

Cerró los ojos y se dejó caer hacia atrás, la pared sirvió de soporte para no derrumbarse. Acaso algo allá arriba se estaba poniendo en su contra. Había decidido divorciarse de su esposo, pero ahora… no era como si pudiera dejarlo simplemente en una cama de hospital.

Él podía haber sido frío con ella y no quererla, pero ella aún tenía sentimientos por él.

Abrió los ojos al sentir que el elevador se detenía y salió corriendo al abrir la puerta, tan rápido como sus zapatos de tacón le permitieron.

Buscó la habitación para encontrar la puerta abierta y una enfermera allí. Esta le cortó el paso, pero una mano detuvo la de ella.

“Es su esposa”, dice la enfermera.

Elena no miró a León, simplemente pasó por su lado en dirección a la cama. Allí lo encontró. A su esposo, con los ojos cerrados. Una mano vendada al igual que su cabeza. Dormía, aunque su rostro estaba pálido con algunas leves heridas en una de sus mejillas y barbilla.

“¿Cómo está él?”, se giró hacia el doctor que se encontraba del otro lado de la cama.

Este estudio a la mujer reconociéndola y le explicó la situación.

“El Señor Pikman fue chocado en su auto. Sus heridas no son graves pero el golpe en la cabeza nos preocupa. No ha recobrado la conciencia todavía, aunque puede hacerlo en cualquier momento. Tendremos que monitorearlo. No presenta fracturas ni heridas severas. Tuvo suerte”, explica.

Ante esto Elena sintió que sus piernas se aflojaban y sus rodillas se doblaban cuando fue agarrada por la cintura.

“Cuidado”, una voz familiar sonó a su espalda.

No era León. El olor de aquella colonia cara lo había sentido antes. Sin embargo, rápidamente ella fue tirada a un lado terminando en los brazos de León que se notaba tenso.

Aquello dos hombres eran mucho más grandes que ella por lo que se sintió incómoda siendo tratada como una muñeca cuando ella no tenía apenas fuerzas para protestar.

“No toques a Lady Elena. No cuando su hermano está en una cama pasando por un duro momento. No se tome atribuciones”, el hombre frente a él chasqueó la lengua.

“Acaso no viste que casi colapsa. Ten más tacto por favor”, Elena por su parte sentía que le estaba doliendo la cabeza.

Ella con sus cosas y estaba en un cuarto con el doctor personal de su esposo, su secretario, ahora su hermano, al menos la enfermera se había esfumado. Y por supuesto, su esposo postrado en la cama.

“Cállense de una vez”, ella tuvo que alzar la voz y pasar la mano por su rostro.

“Estamos… en un hospital”, dejó salir el aire dentro de ella y miró a al doctor que se mantuvo pasivo del otro lado de la cama después de dejarse caer en la esquina de esta.

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