Destino incierto
Capítulo 19

Capítulo 19:

Los perros corrían de un lado a otro, moviendo la cola, ladrando de alegría, poniendo sus potentes patas sobre el dorso de Alejandro y lamiendo sus manos; era claramente una auténtica demostración de reciproco y genuino amor.

Acto seguido colocó a cada cual su respectivo collar y atándolos de dos en dos en cada una de sus manos, salió dispuesto a hacer su acostumbrada travesía.

Se vio obligado a detenerse porque los perros desconocieron a Fabiana y comenzaron a ladrarle amenazadoramente.

La chica enseguida volteó el rostro, se abrazó a sí misma y apretó sus piernas, encogiéndose un poco en un acto instintivo de protegerse, quedando clavada en el piso como petrificada.

“¡Quietos, quietos! Thor, Ares, ¡Silencio!… ¡Dije que silencio, Máximo y Furial, ¡Quietos!; ¡Ella es amiga!”

Alejandro les habló con autoridad.

“Ven Fabiana, no les demuestres miedo, ellos huelen el miedo..”.

Pero Fabiana era incapaz de avanzar un ápice de terreno.

Estaba sencillamente aterrorizada.

“Suéltate Fabiana, relájate… ve acercándote poco a poco y háblales, diles por sus nombres para que vayan conociendo tu voz y se acostumbren a tu presencia”, explicó Alejandro.

“Mira, este es Furia, este es Thor, este es Máximo y el de allá es Ares; vamos, repite sus nombres”.

Fabiana, sacando fuerza de donde no tenía, respiró profundo y dio dos pasos hacia adelante.

Ya los perros estaban más calmados obedeciendo a la orden de Alejandro; ella comenzó a repetir los nombres de los animales con voz insegura, tratando de familiarizarse con los nombres de los perros.

“No, así no Fabiana… háblales con autoridad, que ellos sepan quién es él manda; saca brío de donde no tienes. Ellos se van adaptando a medida que te conozcan”.

Alejandro pensó que debía llevar a Fabiana con más frecuencia con él para que los animales se acostumbraran a su esposa y para que no se repitiera la misma escena de la bienvenida que le habían dado a esa casa.

“Tenemos que dar estos paseos mucho más seguido, ojalá a diario o día por medio a más tardar”.

Fabiana, ya un tanto más calmada, fue tomando confianza y caminaron a marcha pausada al principio, mientras los ánimos se calmaban de parte y parte; luego fueron acelerando la marcha hasta llegar a correr ya como tal.

Estos paseos se repitieron periódicamente y además de esto; la chica tomó muy en serio su propósito y preguntándole a su marido cuál era la rutina que les tenían a los perros, se empeñó en aprender.

Fabiana, testaruda como era, siempre que se le metía alguna idea entre ceja y ceja, no faltó día, en las semanas siguientes, en asistir a la cita pautada con Hugo para atender lo relativo a la alimentación y cuidado de los consentidos de Alejandro.

No quería perderse detalle.

La verdad es que Fabiana estaba sorprendida de la demostración de cariño de su marido hacia sus perros.

Ella desconocía por completo esta nueva faceta que había descubierto en el carácter de Alejandro.

Por la experiencia que tenía de él hasta los momentos; nunca se hubiera imaginado que fuera capaz de manifestar este tipo de sentimientos hacia algo o alguien… o a lo mejor, pensó… que era porque se llevaba mejor con los animales que con los seres humanos.

Fabiana no descansó en su empeño de ganarse la total confianza y el cariño de los cuatro animales, colaboró en todo lo relacionado con su atención y cuidado sin escatimar esfuerzo y se dio a la vez la oportunidad de acercarse un poco a uno de los secuaces de su esposo; sin que este detalle pudiera levantar suspicacias.

Su intensión se enfocaba en poder indagar más, acerca de los negocios y las conexiones que su marido pudiera tener y que de pronto facilitaran su único propósito, que era el de fugarse de este lugar.

Las cortas y pocas conversaciones que logró sostener con este hombre llamado Hugo, la verdad la desconcertaron un poco.

Aunque no se atrevía a decir que era una buena persona, porque sinceramente no creía que alguien que estuviera bajo el mandato o en contacto con alguien de la Familia Cruz o de sus allegados o conocidos, pudiera recibir tal calificativo.

Sin embargo, notó que su comportamiento no era tan agresivo, este hombre tenía algo diferente…

Día tras día, se repetía la misma rutina y se iba haciendo familiar su visita a la zona de la perrera.

“Buenos días, Hugo, como amanecieron mis amigos más queridos, gracias a ellos mi vida es más llevadera en este lugar”.

“Eso me alegra bastante, señora Fabiana, la apariencia de estos animales es, si se quiere, atemorizante; pero cuando uno llega a conocerles bien, son puro caramelo”

“Pues te cuento que el mejor tiempo del día lo paso en su compañía, ¡Los amo! Aquí encuentro genuino amor de parte de ellos y amabilidad y buen trato de tu parte; cosa que te agradezco”.

“No tiene por qué agradecer, señora, solo cumplo con mi deber. Por lo demás, usted es una persona muy agradable, de la cual uno se prenda fácilmente”.

“Eres muy amable, Hugo, de ti se puede decir lo mismo”.

Comenzaba una sincera amistad, entre este hombre adusto y reservado, con una chica asustada e inconforme con su destino, y ávida de aceptación y de cariño.

Fabiana se sentía feliz de su victoria.

Ciertamente, le había costado bastante, y sustos había pasado hasta decir basta, pero que bien se sentía ahora cuando se acercaba a consentir a los mastines y ellos respondían a sus mimos.

Ya por lo menos no se sentía tan sola.

Estos animales demostraban una obediencia y una fidelidad asombrosa, ahora entendía el porqué del cariño de Alejandro hacia ellos.

Alejandro, hacía dos días, había puesto a su esposa, al tanto, de la visita de sus suegros.

Sin obviar la advertencia, de que esperaba de ella el mejor comportamiento.

Desde entonces, Fabiana se sentía inquieta e intimidada ante la presencia de su suegra, en medio de la vorágine de cambios abruptos, sucedidos en su vida y dada la poca comunicación con el que ahora era su esposo; no se había percatado de que ese sujeto tenía madre…

Su primer impulso fue preguntarle a Amalia, qué tipo de persona era su suegra, pero no se le dio la ocasión.

Por lo tanto, no sabía a qué atenerse… no sabía qué decir ni cómo comportarse ante una mujer de la cual no tenía ninguna información, ni el menor indicio de quién era y por la mala experiencia que tenía con su hijo… pues cualquier cosa se podía esperar de ella.

Esa mañana se levantó temprano, para que le diera suficiente tiempo de prepararse y vestirse adecuadamente, para en principio dar la mejor de las impresiones.

Su madre siempre le había dicho que la primera impresión es la que cuenta.

Claro, este dicho lo tenía ella, desde la perspectiva de su profesión de comerciante, pero bueno… de todas formas para el momento que se presentaba, era válido.

Los padres de Alejandro habían venido a visitarlos, aquel domingo. La gente llegó un poco después de la hora del desayuno.

De inmediato, Alejandro mandó llamar a su esposa para que bajara a recibirlos, como era debido, a darles la bienvenida.

El corazón de Fabiana dio un vuelco, pero respiró profundo y bajó decidida a enfrentar lo que fuera que le esperara.

Alejandro saludó con algarabía a sus padres y tomando del brazo a Fabiana para acercarla, se la presentó a su madre:

“Mira mamá, ella es Fabiana, mi esposa”.

“Mucho gusto, señora, es un placer conocerla”.

Valeria, sorprendida gratamente de la apariencia hermosa y juvenil de la chica, exclamo:

“Pero… ¡Mira nada más, que belleza!, ¡Siempre he dicho que tienes buen ojo y aquí no te equivocaste!”

Y después se dirigió a Fabiana.

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