Destinada a ellos -
Capítulo 61
Capítulo 61:
Estaba segura de que yo tenía un aire de culpabilidad y podía percibir que estaba tratando de adivinar qué era lo que yo había hecho o dejado de hacer, mientras miraba fijamente mi espalda.
“Sé que algo extraño sucede, dime qué es”, me dijo. Lo miré por encima del hombro.
“No me pasa nada, solamente estoy cocinando. Eso no tiene nada de malo”, repuse.
“Me intriga el hecho de que te muestres interesada en hacer algo diferente a quejarte de estar atrapada aquí”, señaló.
“No me quejo. Después de todo no es tan malo estar aquí”, repuse con sinceridad.
Yo podía pensar en cosas peores que el aburrimiento, aunque hoy no me encontraba aburrida, pues estaba ocupada e inquieta.
“Si es verdad lo que dices, entonces ¿Por qué te sientes culpable?”, me preguntó mientras se aproximaba a mí y presionaba mi espalda con su pecho.
Le lancé una mirada a Cyrus, que nos estaba observando con aire pensativo. La alarma del horno sonó y entonces me volví para tomar la torta de papa, pero Eli se interpuso entre el horno y yo, y colocó su mano en la encimera, junto a mí.
“Te aseguro que vamos a descubrir qué es lo que nos estás ocultando”, afirmó.
En ese momento mi corazón dio un vuelco. Pareció notar mi nerviosismo, pues movió la cabeza hacia un lado.
“Ya déjala en paz, Eli. Lo importante es que aún está acá. Está claro que podemos confiar en ella, pues dispuso de todo el día para escapar y no lo hizo”, observó Cyrus.
Eli me tomó por la barbilla, levantó mi rostro y me hizo mirarlo a los ojos. Al principio creí que iba a decir algo, pero, en vez de ello, sus labios rozaron los míos. Sentí un hormigueo en los labios y correspondí a su beso.
Nuestras lenguas parecían librar una batalla y yo dejé que él fuera el vencedor: me atrajo aún más hacia él y me rodeó la cintura con los brazos.
Entonces dejó de besarme y me volví con el fin de tomar los guantes para el horno. Sin embargo, en ese momento vi que Eli metía la mano desnuda en el horno y sacaba la torta de papa.
“¡No tienes guantes!”, exclamé horrorizada.
Colocó la torta de papa en la estufa y luego tomó algunos platos del gabinete mientras yo lo contemplaba boquiabierta, sorprendida por el hecho de que no se hubiera lastimado al meter la mano en el horno. Permanecía imperturbable.
“¿Por qué estás tan sorprendida? Pensé que habías notado que no somos como los humanos. Eli cocina la mayoría de las veces”, comentó Cyrus. Entonces cerré mi boca, que estaba abierta como la de un pez.
“En realidad no me había dado cuenta. ¿Acaso el calor no te causa dolor?”, respondí.
“Ya me acostumbré a hacer eso. Siento el calor pero no experimento dolor”, explicó Eli encogiéndose de hombros al tiempo que tomaba del gabinete de la cocina algunas copas de vino. Luego, tomó una botella de vino del estante y la sostuvo en alto.
“¿Te apetece un trago?”, me preguntó.
Me encogí de hombros. Solía beber algunas copas de vino con mamá después de que Maya se quedaba dormida, pero desde que los conocí no había vuelto a probar una sola gota de vino.
Eli llenó las copas y me entregó una de ellas. Tomé un sorbo, las notas afrutadas deleitaron mi lengua. Luego, comencé a servir la cena. Eli puso la mesa mientras Cyrus me ayudaba a sacar los platos del gabinete.
“¿Por qué llegaron tarde hoy?”, les pregunté mientras me sentaba.
“La empresa está siendo objeto de una investigación, así que la reunión duró más de lo previsto”, explicó Eli.
“¿Por qué la están investigando?”, pregunté.
“Alguien pirateó una base de datos del gobierno mediante uno de nuestros servidores”, repuso Eli con toda tranquilidad.
“¿Saben quién lo hizo?”, quise saber.
Negó con la cabeza y replicó: “Aún no, pero lo averiguaremos”.
Asentí con la cabeza y me dispuse a comer.
Los siguientes días transcurrieron velozmente. Todos los días salían de casa antes de que me despertara y todos los días Sam me visitaba. Sam ya no insistía en que los dejara y me acostumbré a pasar los días en su compañía.
Ahora que Sam y yo estábamos juntos, me di cuenta de cuánto extrañaba su compañía. Podía decirle cualquier cosa sin que me juzgara. Bueno, a menos que se tratara de ellos.
Al levantarme de la cama oí que alguien llamaba a la puerta. Rápidamente me puse unos pantalones vaqueros y una camiseta y bajé corriendo a abrir la puerta.
Mi corazón dio un vuelco y la sonrisa se borró de mi rostro al ver que era Cyrus.
“¡Maldición! Olvidé mi teléfono celular aquí”, dijo y luego me miró.
“¿Estás bien? Parece que hubieras visto un fantasma”, declaró al tiempo que acariciaba mi mejilla con sus dedos. Luego, subió las escaleras a toda prisa.
Miré nerviosa el exterior de la casa desde la puerta, rogando que Sam no apareciera. Cyrus recuperó su teléfono y bajó las escaleras.
Besó mi cabeza y salió por la puerta y solo entonces pude volver a respirar con normalidad. Por fortuna, no se había dado cuenta de que yo había estado conteniendo el aliento.
Aproximadamente 10 minutos después alguien más llamó a la puerta. Al abrirla vi a Sam de pie en el umbral.
“Te juro que acabo de pasar junto a Cyrus en mi automóvil”, dijo mientras miraba hacia la carretera.
“¿Y te vio?”, le pregunté, nerviosa.
“No lo creo, pero dudo que me haya estado buscando”, repuso.
Asentí con la cabeza. Entré en la cocina y encendi la cafetera para preparar un poco de café.
“¿Qué te apetece hacer hoy?”, me preguntó.
“¿Acaso no te aburre estar todo el tiempo conmigo en la casa? ¿Y el trabajo?”, le pregunté. Se limitó a encogerse de hombros.
“Sencillamente quiero pasar tiempo contigo”, repuso.
“No sé qué me gustaría hacer. ¿Qué sugieres?”, dije.
“Podríamos dar un paseo por esta enorme propiedad. Eso es mucho mejor que permanecer en el interior”, propuso. Asentí.
Bebimos nuestros cafés y luego fui a buscar mi sudadera. En efecto, la propiedad era enorme. Nunca la había recorrido.
Cuando regresamos a la casa ya era la hora del almuerzo. Sin embargo, antes de que entráramos en la casa, tomó mi mano y me obligó a mirarlo.
Traté de soltarme de su mano, pero usó su otra mano para tirar de mi cintura, atrayéndome aún más hacia su cuerpo.
“¡No lo hagas! Mi cuerpo quedaría impregnado de tu aroma”, le advertí.
“No me importa. Te quiero, vamos a casa”, replicó. Moví la cabeza en ademán de negación y me aparté de su lado, pero entonces me agarró por la nuca y me besó.
Lo empujé por los hombros, tratando de apartarlo, pero no me soltó, así que permanecí inmóvil, esperando a que terminara de besarme.
En cuanto apartó sus labios le propiné una bofetada que rompió el silencio reinante. Se frotó la mejilla.
“Quiero que te marches, ya hemos aclarado este asunto. Me agrada que me brindes tu amistad, pero no busco nada más”, aclaré.
Dio un paso hacia mí pero retrocedí.
“No insistas. Solo vete”, lo insté.
“Escúchame. Podemos irnos a algún lugar donde no puedan encontrarnos y te haré feliz”, me dijo en tono suplicante.
“Estoy a gusto acá, no trastoques mi vida. Además, nos encontrarían”, declaré al tiempo que apartaba mi cabello de mi cuello para mostrarle la marca de Eli.
“Esto les permitirá encontrarnos, ahora vete, antes de que la situación empeore”, le advertí.
Le di la espalda. Escuché que la portezuela de su automóvil se cerraba de golpe y luego oí el ruido que producía su automóvil al ponerse en marcha.
Me dispuse a entrar en la casa, pero de repente recordé que él no había esparcido en la casa la sustancia que enmascararía su aroma.
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