Capítulo 32:

“¡¿Qué?!”, exclama, incrédula.

“¿Es en serio lo que estás diciendo?”

Antes de que pueda responder, una voz familiar interrumpe desde la puerta.

“¡Anna!”, exclama Sara, con una expresión de asombro igual a la de Ángela momentos antes.

“¡Sara!”, respondo con una sonrisa amplia y me levanto para encontrarme con ella. Nos abrazamos con fuerza, compartiendo la alegría del reencuentro.

“¡No lo podía creer! Cuando me dijeron que estabas aquí, no lo creí, y he venido corriendo a buscarte”, me dice Sara, y yo no puedo evitar notar lo hermosa y segura que se ve.

“No, si es que ustedes se habían estado preparando para sorprenderme con muchas cosas a mi regreso”, comento con una sonrisa, cruzándome de brazos.

“Dime, ¿Aún sigues con aquel chico que conociste en la discoteca?”

“No, ya no”, responde Sara, su risa llena de esa picardía que siempre la ha caracterizado.

“Lo he dejado hace mucho, porque me he encontrado uno más guapo y nos vamos a casar pronto”

Me muestra su anillo de compromiso y mi reacción es de pura emoción.

“¡¿Qué?! Oye, pero tienes que invitarnos a tu boda”, le digo.

“Ya nos perdimos la de Ángela y David, no nos vamos a perder la tuya”

“Por supuesto que están invitados”, me asegura con una sonrisa.

Así, entre risas y recuerdos, Sara, Ángela y yo pasamos horas conversando en la oficina.

Nos contamos todo lo que ha pasado y me sorprende gratamente descubrir que nuestra amistad sigue intacta, como si el tiempo no hubiera pasado para nosotras.

Sara sigue siendo la misma imprudente que nos hace reír con sus ocurrencias, y Ángela continúa siendo la voz de la razón.

Reímos, lloramos y, al final, nos damos cuenta de que nuestra amistad sí era fuerte y que las tres la seguíamos valorando de la misma manera que cuando nos conocimos en esta empresa, antes de todo lo que pasó, después de que me fui huyendo para proteger a Mia.

POV ANNA KALTHOFF

Han pasado siete días desde nuestro regreso a Nueva York, y todo sigue sin cambios.

No hay rastro alguno de Miranda, como si hubiera sido tragada por la tierra.

Pero la empresa, bajo la buena administración de David y Michael, el padre de Alex, ha florecido, abriéndose a nuevos mercados y consolidando su crecimiento con contratos y campañas exitosas.

A pesar de lo que muchos pensaban, Alexander no retomará su antiguo puesto como Director General. Tiene otros planes para la empresa, y hoy ha convocado a todos a la sala de juntas para anunciar cómo funcionará la empresa con su regreso.

Cristhian y yo nos sentamos a ambos lados de Alexander, quien se pone en pie y comienza la reunión agradeciendo a todos su esfuerzo durante su ausencia.

Después de las gracias, Alexander va directo al grano, sin dar explicaciones sobre su desaparición. No es de los que da muchas explicaciones; les dice a sus empleados solo lo que necesitan saber.

“Bien, como ya sabrán, la licenciada Anna Kalthoff y yo nos hemos casado”, empieza, ignorando las felicitaciones y continuando con su discurso.

“Y ahora que somos marido y mujer, no hay impedimentos para que Thompson Group pase a ser parte de conglomerados Kramer”, revela, provocando murmullos entre los directivos.

Los murmuros se intensifican, pero Alexander deja claro que no ha convocado la reunión para pedir opiniones. La empresa es suya y solo suya, y fue él quien la construyó desde cero.

“Si alguno no está de acuerdo con mi decisión, es libre de irse ahora mismo”, declara con una voz y una mirada que no admiten réplica.

Nadie se mueve, nadie dice nada.

El silencio es absoluto.

“Bien”, continúa Alexander.

“Dado que han decidido quedarse, les informo que el licenciado Harris y mi padre seguirán al mando, con Harris como Director y mi padre en su puesto actual”.

Los murmullos resurgen y el licenciado Martins, con una mezcla de miedo y respeto, pregunta por qué Alexander no retomará el control de su empresa.

Con una sonrisa tranquila, Alexander se dispone a responder.

Mientras tanto, en mi oficina, Alexander me mira con ojos suplicantes.

“¿Entonces, ¿Me vas a dejar solo?”, pregunta con un mohín adorable heredado de Mia.

Me inclino sobre el escritorio y le doy un beso ligero, acariciando su cabello cada vez más largo.

“Ya eres un niño grande”, le digo con cariño.

“Ya te puedes quedar solo, durante un par de horas”.

“Sí, pero a mí me gusta estar contigo”, responde él, tomando mi mano y atrayéndome hacia él. Rodeo el escritorio y me siento en su regazo.

“Dame un beso”, me pide.

“Uno que me dure hasta que regreses”.

Con mis manos rodeando su cuello y mi cuerpo presionado contra el suyo, acerco mis labios a los suyos deteniéndome justo antes del contacto.

Él abre su boca en anticipación, pero esquivo el beso y deposito uno en su mejilla en su lugar. A punto de reír, me levanto de su regazo.

“Adiós, mi amor”, le digo mientras me dirijo hacia la puerta.

Pero no me deja ir; su mano me atrapa y me sienta de nuevo en su regazo.

“Yo no quiero ese beso”, murmura con una voz baja.

Su mano se aferra a mi garganta y la otra se posiciona detrás de mi cabeza, atrayéndome con firmeza. Un beso voraz sigue, encendiendo un fuego en mí, pero justo cuando estoy a punto de perderme en la intensidad del momento, me separa y me levanta.

“¡Listo!”, exclama, volviendo su atención a la computadora como si nada hubiera pasado.

“Ya puedes irte”.

Permanezco atónita, observándolo.

¿Está hablando en serio?

¿Me va a dejar así, con las ganas?

“¿Pasa algo?”, pregunta con calma.

“¿No era que ya te ibas a cenar con Ángela y Sara? O, ¿Es que estás esperando algo más?”

Su sonrisa apenas oculta y la ceja levantada me revelan su juego.

Es un completo idiota que está jugando conmigo.

“Te odio”, masculló.

Ha transcurrido una semana desde nuestro retorno a Nueva York y la situación se mantiene estancada.

Miranda sigue sin aparecer, eludiendo a todos como si se la hubiera tragado la tierra.

En contraste, la empresa vive una era dorada gracias a la gestión de David y Michael, el padre de Alex, que han sabido expandirla hacia nuevos horizontes.

Contra todo pronóstico, Alexander no asume nuevamente el cargo de Director General.

Tiene otros planes y los compartirá hoy. Estamos todos en la sala de juntas para escuchar cómo se reestructurará la empresa tras su regreso.

Alexander se pone de pie y comienza la reunión agradeciendo el compromiso de todos durante su ausencia.

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