Del odio al amor -
Capítulo 7
Capítulo 7:
“Sí, pero también me enseñaron a preguntar”, respondió con una sonrisa infantil.
“Tienes algo en la rostro”, explicó William torciendo los ojos.
Emma puso sus manos sobre las mejillas y se acercó, recorriéndose sobre el asiento.
“¿Dónde? ¿Qué es? ¿Se corrió el maquillaje?”.
En ese momento William pasó su pulgar por la comisura de los labios de Emma, acariciándolos de contrabando.
“Boronas… ¿En qué momento comiste galletas de chocolate?”, preguntó al ver la evidencia aún en su dedo.
“Ah… hace rato”, contestó nerviosa y volvió a alejarse.
“Creí que no tenías hambre cuando hablamos de tu hora de comida”.
“Corrección… dijiste que no considerabas que necesitara una hora de comida porque solo trabajaría medio tiempo…”.
“¿Por qué lo aceptaste si tenías hambre?”, preguntó William absorto por la ventana.
“No sé, no se me hizo importante discutir eso. Además, supongo que tienes razón, solo estoy ahí medio tiempo, encontraré la forma de comer en la escuela antes de llegar al trabajo”, respondió Emma restándole importancia y viendo las estrellas a través de la ventana.
Después de cenar, William fue el primero en subirá su habitación.
Emma tenía planeado volverá ponerse el anillo, pero no lo creyó necesario. Él no quería que la gente supiera que era su esposa, ¿qué sentido tenía volvérselo a poner?
Terminó con el último vegetal de su plato y subió directo a su cuarto, haciendo oídos sordos, pues era incómodo escuchar los g$midos de esa sirvienta.
Llegó a su habitación, se deshizo de su peinado y se quitó los tacones. Deseaba un baño caliente e irse a dormir cuando su mirada se detuvo en el peluche en la cama.
El elefantito que le había enviado Cari había sufrido un accidente. Tenía toda la barriga rasgada y el relleno de fuera.
Corrió hacia él como si fuera una persona herida y tomó el relleno intentando meterlo. La angustia la devoraba, no había visto a su hermana desde la boda y le partía el corazón que lo único que la hacía sentir cerca, estaba destrozado.
De pronto sus dedos se encontraron con un cabello enredado entre el esponjoso relleno. Era rubio y largo, de inmediato un solo nombre se le vino a la mente.
“Frannie”, dijo entre dientes y salió de la habitación con el cuerpo del elefantito en sus manos.
“¿Qué ocurre, Señor Harper? ¿Hoy no se siente de ánimos?”, preguntó la sirvienta mientras tallaba el pecho de William.
“De hecho, no… solo vete…”
“¿Está seguro?”.
Frannie comenzó a desabotonarse la blusa, pero no fue suficiente para llamar la atención de William.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió con una patada, tomándolos por sorpresa. Frannie se levantó de inmediato, cubriéndose con su blusa, cuando Emma entró al baño, iracunda y resoplando como toro embravecido.
“¡Fuiste tú!”, exclamó levantando el peluche frente a los ojos de la sirvienta que solo comenzó a reír.
“¿Yo? ¿Se refiere a romper ese mugroso peluche? Debería darme las gracias. ¿Qué edad tiene? ¿Cinco años?”, dijo la sirvienta cruzada de brazos, burlándose de Emma.
“Ahora es ´la Señora Harper´, compórtese como tal. El Señor William necesita una mujer, no una niña que aún juega con peluches”.
Emma vio al pequeño elefantito en su mano y el corazón se le partió.
“Él es el Señor Orejas y es el mejor amigo de mi hermana desde que ella cumplió cuatro años. El Señor Orejas nunca se aleja de ella, ¿Sabes por qué? Porque él la cuida de las pesadillas e incluso ahora que ya tiene trece, el Señor Orejas siempre tiene un lugar en su cama”.
“¿Comprendes el esfuerzo tan grande que hizo mi hermana para mandarme al Señor Orejas? ¿Sabes que lo envió para que él me protegiera de mis pesadillas y no me sintiera tan miserablemente sola? ¡Y tú, maldita perra sin sentimientos, te atreves a lastimarlo!”.
“¿Te relajas? ¡Es solo un peluche!”, exclamó.
Frannie sorprendida por la reacción de Emma.
“Emma… tranquila…”, dijo William sorprendido y recordando lo que le hizo a ese hombre al salir del elevador.
“¡No me digas que me tranquilice!”.
Emma no pensaba detenerse
“Si quieres que sea infeliz cada día que pase a tu lado por tu estúpido carácter de m”erda, tu rechazo y tus humillaciones… ¡Está bien! ¡Puedo con eso!, pero no me pidas que tolere que esta estúpida se meta con mis cosas”.
En cuanto volteó hacia Frannie, aterrizó su puño en su rostro, justo en medio de los ojos, haciéndola caer hacia atrás entre quejidos y lloriqueos.
“¿Te duele mucho? ¡Espero que sí y espero que cada vez que te acerques a mis cosas con malas intenciones te acuerdes de ese dolor!”.
Tomó por el cabello a la sirvienta obligándola a levantar su mirada llorosa hacia ella.
“Tolero que te revuelques con quien ´en teoría´ es mi esposo, pero no toleraré que lastimes al Señor Orejas. Si me encuentro con alguna otra cosa que esté rota o perdida, no me importa quién lo hizo, iré por ti y te haré llorar como jamás nadie lo ha hecho”.
“¡Señor William! ¡Dígale algo a su mujer! ¡Me asusta!”, exclamó Frannie aterrada cubriéndose el rostro.
“¡Ah! ¡¿Ahora si soy su mujer?!”, volteó hacia William que permanecía en silencio, intentando comprender cómo es que Emma le daba tanto valor a ese elefante
“Perdón, Señor Harper, pero la zorra que lo baña me sacó un poco de mis casillas. Con su permiso, dejo que continúen con lo que estaban haciendo”.
Emma salió con la frente en alto, pero el rostro lleno de lágrimas. Al llegar a su cuarto, vio al elefante con tristeza, no sabía cómo le explicaría a Cari lo que había pasado, pero lo que más le aterraba era no saber cuándo la volvería a ver.
No solo se sentía infeliz por el Señor Orejas, sino por su estancia en esa casa.
Tenía la esperanza de encontrar a alguien como Román en William, pero conforme el tiempo pasaba se daba cuenta que era inútil, su esposo la odiaba y la haría infeliz todo lo que pudiera.
William entró a la habitación de Emma cuando ella ya estaba profundamente dormida. Abrazaba con cariño los restos del Señor Orejas y su rostro aún tenía lágrimas frescas.
William pegó su silla a la cama y la vio tan apacible que no parecía ser la misma fiera que había atacado a Frannie.
El cuerpo de Emma estaba cubierto por delicado encaje rosa que había cautivado la mirada de William.
Antes de perder la cabeza, tomó los restos del Señor Orejas y cubrió a Emma con una sábana, no porque temiera que tuviera frío, sino porque quería esconder la tentación de su mirada.
A mitad de la noche fue a la habitación de Rosa, la sirvienta más antigua en servir en esa casa. Tocó un par de veces y la anciana se asomó desconcertada.
William nunca la había visitado a esa hora.
“¿Amo William?”, preguntó la Señora mientras este entraba al cuarto.
“¿Puedes arreglarlo?”.
Le extendió el peluche con el ceño fruncido.
“Pero si es el Señor Orejas. ¿Qué le ocurrió?”.
Rose tomó al pequeño elefante con cuidado y comenzó a acomodar el relleno dentro de la barriga.
“Suena a que lo conoces bien”, dijo levantando una ceja y provocando una sonrisa en los labios de la sirvienta.
“La Señora Harper me lo presentó. Parece tener un valor sentimental invaluable. No solo es un peluche, es el lazo de amistad entre un par de hermanas“.
Puso al Señor Orejas en la pequeña mesa que tenía y buscó en los cajones algo de hilo y aguja
“Supongo que desea que lo arregle en este momento”.
“De preferencia… “, respondió William viendo con tristeza al peluche.
“¿Qué opinas de Emma?”.
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