Del odio al amor
Capítulo 35

Capítulo 35:

En la cocina, el flujo de gente era caótico y le costó dar con Lorena. Corrió esquivando meseros y cocineros, y se abrazó a su amiga en cuanto la tuvo cerca, haciendo que casi tirara la olla que iba cargando.

“¡Emma! ¡¿Qué ocurre?!”, exclamó dejando la olla en la mesa.

“Casi tiro el caldo de jaiba”.

“¿Jaiba?”, preguntó Emma olisqueando ese aroma dulce y salado que escapaba por la tapa ladeada de la olla.

“Sí, vendrá tu querido suegro a festejar tu cumpleaños y el Señor Román pidió que se preparara, al parecer es uno de los platillos favoritos del Señor Harper…”.

Emma se asomó levantando la tapa y entonces palideció. El aroma era tan insoportablemente asqueroso como la presencia de su suegro y su estómago se revolvió.

“¿Qué ocurre? ¿Por qué te apareces con tanta explosividad? ¿Estás bien?”.

“No… no me siento bien…”, dijo Emma retrocediendo horrorizada y con la boca llena de saliva.

Salió corriendo en busca de un baño donde expulsar el poco contenido estomacal. Se aferró a la taza mientras se arqueaba de forma dolorosa, pues ya había sacado todo y su cuerpo aún se sentía nauseabundo.

“¡Por Dios! ¡Te dije que comer medio kilo de salchichas y una piña completa no sería un buen desayuno!”, exclamó Lorena recogiendo el cabello de Emma.

Lentamente ese rostro pálido se separó de la taza. Emma estaba con la mirada perdida y atando cabos.

“¿Desde cuándo tengo esa clase de antojos raros?”, preguntó y los ojos se le llenaron de lágrimas.

“Pues… no lo sé, no mucho. Aunque nunca has relumbrado por tus buenos gustos en comida. ¿Por qué?”.

Lorena acarició su espalda y le acercó papel.

“No sé, creo que cometí un error garrafal ola mejor decisión que he tomado en la vida”, respondió Emma y se puso de pie dispuesta a enjuagar su boca en el lavabo.

“Te prepararé un té para calmar tu estómago. ¿Por qué no vas a tu cuarto y enseguida te lo llevo?”.

“Necesitaré más que un té”, dijo Emma con las manos cubriendo su rostro.

“Mamá, papá… tengo que hablar con ustedes”, dijo Emma con una sonrisa rígida e incómoda, que desconcertó a sus padres.

“Amor, ¿todo bien? ¿No estás disfrutando tu fiesta?”, preguntó Frida notando ese semblante pálido en su hija.

“No es eso… solo quiero hablar de algo muy importante… ya saben, abejitas y florecitas… ¿Podemos ir al despacho de papá?”.

La referencia hizo que tanto Frida como Román se vieran directamente a los ojos con desconcierto y miedo.

“¡Emma! ¡Mi encantadora nuera!”, exclamó el Señor Harper al encontrarla y le dio un abrazo generoso

“No he podido verte en bastante tiempo, parece que has estado ocupada”.

“Sí, por la escuela y el trabajo en el Corporativo…”, se disculpó Emma y el aliento de Harper le revolvió el estómago, ya había comido de ese caldo de jaiba tan horrible.

“Lo bueno es que podemos recuperar todo ese tiempo perdido. ¿Qué les parece si platicamos en un lugar más privado?”.

“¿Privado? ¿Para qué?”, preguntó Emma ansiosa, no tenía tiempo para desperdiciarlo con él.

“¿Crees que no me enteré de tu visita a ese casino? Creo que tenemos que hablar muy seriamente”, respondió y le entregó una prueba de embarazo que guardaba en el saco

“¿Por qué no vas al baño antes de unirte a nosotros en el despacho de tu padre? No te atrevas a interrumpirnos sin los resultados de la prueba.

“¡Harper! ¿Qué insinúa?”, Román de inmediato se mostró ofendido

“Mi hija no es capaz de regresar embarazada de algún desconocido.

“Bien, entonces no hay nada que temer… ¿verdad, Emma?”, preguntó Harper con arrogancia.

Emma veía fijamente la prueba sobre el lavabo, esas dos rayas rosas firmaban su sentencia. Estaba embarazada.

Sabía que él no deseaba que su padre se enterara de su condición actual, pero si ella admitía que ese hijo era de él, lo delataría. ‘

´ ¡Maldita sea, Emma! ¡¿En qué estabas pensando?! ¡¿Desde cuándo te volviste tan estúpida?!´, pensó arrepentida de no haber tomado la pastilla.

Salió con la frente en alto y se dirigió hacia el despacho, donde sus padres y el Señor Harper no eran capaces de tomar asiento por la tensión del momento.

Cuando entró, notó que solo el Señor Harper volteó hacia ella, sus padres tenían la mirada enfocada en unas fotografías sobre el escritorio.

“¿Todo bien, Emma?”, preguntó Harper extendiendo su mano, esperando recibir la prueba.

“¡Claro! ¡Maravillosamente bien!”.

´Me quiero morir´, pensó.

Por un momento sus dedos se rehusaron a soltar la prueba que con insistencia Harper intentaba arrancarle, hasta que por fin cedió, sabiendo que no tenía opción.

“Lo que me esperaba, esto lo confirma”, dijo Harper dejando la prueba sobre el escritorio, encima de las fotos

“Su querida hija se revolcó con el dueño del casino y regresó embarazada. ¿Aún cree que es una santa, Señor Gibrand?”.

Harper se burló mientras Román y Frida parecían no creer lo que ocurría.

Desconcertada, Emma se acercó y vio las fotos. Un hombre alto y de espaldas anchas la llevaba sobre su hombro y la metía al pent-house. No mostraban el rostro de William, pero sí el de ella. ¿Quién las había tomado?

“Emma… ¿Qué fue lo que ocurrió?”, preguntó Román conteniendo su frustración e impotencia.

“Papá… te juro que no es lo que crees…”, dijo Emma aterrada.

“Entonces, explícate, Emma”, exigió Frida tomándola por los hombros.

“¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Quién es ese hombre y por qué apareces entrando en su habitación?

“Quien te tomó las fotos le costó pasar desapercibido, se arriesgó, pero son reales, las mandé a analizar antes de traerlas aquí…”, dijo Harper sintiéndose cerca de apoderarse del Corporativo.

“¡¿Qué hiciste qué?!”, exclamó William molesto mientras Mike bajaba la silla del auto.

“Lo siento, me vi tentada a molestar a tu padre”, respondió Gina limándose las uñas.

“Creo que se merece un escarmiento. Piénsalo, quedará en ridículo ante Gibrand y su familia cuando se entere que el hombre de esas fotos eres tú. ¿Sabes que sería gracioso? Que exponga a Emma de infiel frente a todos, en medio de su cumpleaños y al final quede como un idiota, ¿No crees?”.

“¡Eso no sería nada gracioso! Antes de descubrir la verdad, habrá humillado a Emma en su cumpleaños frente a sus invitados”, exclamó furioso e hizo a un lado la silla, sabiendo que no tenía tiempo de jugar al discapacitado.

Tomó a Gina por el cuello y la acercó para que lo escuchara bien

“Recuerda de quién depende tu sueldo y deja de hacer estupideces…”.

Salió del auto vuelto una furia. Su abrigo se levantaba con el aire ante la mirada sorprendida de los invitados que esperaban en el pórtico de la residencia Gibrand. William entró, dispuesto a evitar una humillación pública.

“Una infidelidad solo puede terminar en divorcio”, dijo Harper viendo con tristeza a Emma que mantenía los dientes apretados y le dedicaba una mirada cargada de odio.

“Emma… ¡¿Quién es ese hombre?!”, exclamó Román perdiendo la paciencia.

“¡Habla de una maldita vez!”.

“Papá… confía en mí, no he hecho nada malo”, dijo Emma con súplica, sabiendo que ni Román ni Frida tenían bases para confiar en ella después de lo que habían visto.

“Mi niña, yo confío en ti…”, agregó Frida viéndola con tristeza y estrechándola de forma protectora.

“Mujeres… encubriendo sus errores entre ellas”, dijo Harper con molestia.

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