Del odio al amor
Capítulo 29

Capítulo 29:

“No harás eso”, respondió William y su mirada se hizo más profunda y molesta.

“Lo haré, te guste o no. Ya estoy cansada… llevo cuatro años cargando con mi culpabilidad y el miedo de que tu padre se presente a la puerta y me arrebate todo. Además… ¿A ti en qué te afecta? Serás libre, dame las gracias y abre la maldita puerta…”.

“¿Libre?”.

“¡Por favor, William! ¡Sé perfectamente que no te importo y es lógico, soy la esposa que nunca quisiste! ¡No te agrado, por eso buscas a otras mujeres, para poder sobrellevar este horrible matrimonio!”

“¡¿Crees que no me importas?!”, exclamó furioso, perdiendo la paciencia

“¡¿Crees que si no me importaras no me habría ido estos malditos ocho meses?!”.

De pronto William se levantó de la silla. Aunque cojeaba ligeramente del pie derecho, su andar era seguro y firme.

Rodeó la mesa y se acercó a Emma, quien, apoyando su espalda en la puerta, parecía haber visto un fantasma.

“Cada día en ese maldito hospital pensaba en ti, veía esos enormes ojos azules y tus sonrisas tiernas. Me desesperaba la idea de que mis esfuerzos no funcionaran y regresara aún atado a esa silla de ruedas, pero… me aferraba a tu palabra…”, dijo apretando los dientes.

“Juraste que estarías a mi lado pasara lo que pasara…”

Tomó con una mano el rostro de Emma y la obligó a levantarlo hacia él, notando las delicadas lágrimas que se colgaban como cristales de sus largas pestañas negras.

“Veme a los ojos y dime que no me equivoqué… dime que no hice esto por nada”.

La boca de Emma se abrió, pero no fue capaz de pronunciar ni una sola palabra, pues los labios de William la silenciaron con un beso feroz que le arrancaba no solo el aliento, sino también el alma y el corazón.

Emma tuvo que estirarse, pues William era muy alto, más de lo que se imaginó. Sus manos siguieron el camino desde su pecho hasta enredarse en su cuello y de manera impulsiva, William acarició la cintura de Emma y bajó hasta sus muslos, cargándola, poniéndola contra la puerta mientras las largas piernas de ella se enredaban en su cintura.

“Espera…”, dijo Emma entre besos y caricias.

“No me cargues… no te quiero lastimar…”.

William sonrió contra su cuello y lo besó tiernamente antes de cargarla sobre su hombro y abrir la puerta.

Afuera, Gina jugaba cartas con los dos de seguridad, habían reído como nunca cuando Emma golpeó la puerta con desesperación y ahora, al verla sobre el hombro de William, parecían sorprendidos.

“Estaré ocupado hasta mañana, encárgate”, le dijo a Gina sin dedicarle mucho tiempo y continuó con su camino.

Emma levantó la cabeza desconcertada y vio a Gina con una amplia sonrisa, sacudiendo sus dedos a modo de despedida mientras William se la llevaba.

“Espera… ¿A dónde me llevas? ¡¿Qué haces?!”, exclamó pataleando, pero la fuerza de William la superaba por mucho.

“¡Bájame, William Harper!”.

“¿O qué? ¿Me lanzarás un Zapato?”, preguntó divertido.

Emma desconocía el camino y entre más tramos avanzaban, más perdida se sentía. De pronto entraron a una habitación y William la depositó en la cama con delicadeza.

Mientras él se deshacía de su corbata y saco, Emma estaba absorta viendo el lugar. Era un cuarto inmenso, la gran habitación del dueño del casino.

“¿William?”, preguntó cuándo vio al hombre delante de ella, sin camisa y con el pantalón desabrochado

“Quiero aclarar que sigo muy molesta contigo…”.

Emma comenzó a recorrerse en la cama, queriendo alcanzar el extremo contrario para poder escapar, pero parecía que el colchón no tenía fin.

“Yo me encargo de quitarte lo molesta “contestó William y la tomó de los tobillos para jalarla de regreso a él.

“¡William!”, exclamó Emma con el corazón acelerado.

Quería reír nerviosa y esconderse entre las sábanas, pero la mirada feroz de su esposo la tenía congelada.

William se recostó sobre ella lentamente, aprisionando su cuerpo mientras ella apoyaba sus manos en su pecho desnudo, que ardía como brasas.

“Ha pasado mucho tiempo desde la boda, creo que es momento de consumar nuestra unión”, dijo William directo en el oído de Emma para después morderlo suavemente.

“No… espera… es que…”.

Emma estaba aterrada y nerviosa, las manos de William se deslizaban por debajo de su falda con habilidad, apretando sus muslos y jugando con el encaje de sus bragas.

“William… no… yo…”

“Me juré que lo primero que haría al poder caminar sería hacerte mía, Emma…”, ronroneó contra la piel de su cuello, haciéndola arder

“No me hagas esperar más”.

William mordió suavemente su cuello, haciendo que el cuerpo de Emma se retorciera debajo de él.

“¡Dios mío! ¡Espera!”, exclamó Emma aterrada.

“Dios no está aquí…”.

William no podía contenerse, sus manos comenzaron a deshacerse de las prendas de Emma, ansioso por probar su piel y embriagarse de ella toda la noche.

“William, nunca he estado con un hombre…”, dijo Emma y cerró los ojos, creyendo que no habría forma de detenerlo, pero de pronto, sintió que el cuerpo encima de ella desaparecía.

Cuando abrió los ojos, su esposo estaba de rodillas entre sus piernas y la veía con desconcierto.

“¿Eres virgen? ¿Qué edad tienes?”, pregunto pareciendo escéptico.

“¡Oye! No me veas como si fuera rara”.

Emma quiso levantarse, pero William volvió a presionarla contra el colchón.

Su mirada se había oscurecido.

“¿Quién fue el desalmado que me envió este puro ángel para corromperlo?”, se preguntó William y acarició el rostro de Emma con ternura.

Él era un hombre que incluso al estar discapacitado no había dejado de buscar consuelo entre las piernas de cualquier mujer, pero Emma, pese a su carácter fuerte y bravuconería, nunca había sido tocada.

Ante la mirada sorprendida de su esposa, él depositó un beso tierno en sus labios, mientras sus manos la llenaban de caricias suaves al terminar de desnudar su piel.

La lujuria desenfrenada con la que había comenzado a invadir el cuerpo de Emma desapareció, pues no quería asustarla ya que la noche sería larga.

Entre besos lentos y caricias gentiles, William logró que el cuerpo de Emma dejara de temblar del miedo y que reaccionara a él, que sus piernas se abrieran solo un poco más y la humedad aumentara. Que los latidos de su corazón se aceleraran y que su piel vibrara.

William la llenó de palabras dulces, de promesas eternas y caricias cálidas, haciendo que Emma entrara en ese sopor de deseo.

Se abrazó a él en cuanto reclamó su cuerpo y se adentró suavemente en ella, haciéndola sucumbir ante el dolor, pero consciente de que su esposo estaba siendo delicado.

Los movimientos lentos y cadenciosos eran una tortura de la cual no quería desprenderse. La piel de William quemaba sobre la de ella y podía leer en sus pupilas oscuras que deseaba perder el control, pero se contenía.

Emma se entregó una y otra vez, deleitándose con las manos escurridizas y expertas de William, sucumbiendo ante su calor y los gruñidos tenues que liberaba contra su oído.

Esa noche se aferró a las sábanas hasta que sus nudillos se pusieron blancos, su garganta se desgarró entre g$midos y sus uñas marcaron la piel de su amante. Si él se había proclamado dueño de su cuerpo, ella había puesto su marca sobre su corazón.

El as de picas tatuado en la piel de William ahora tenía líneas rojizas que lo atravesaban, desgarrándolo, dejando en claro que el amor que tenía por los juegos de azar no se comparaba con la pasión que sentía por esa mujer entre sus brazos.

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