Del odio al amor -
Capítulo 28
Capítulo 28:
“Entonces… ¿te gusta contar cartas?”.
“No estaba contando cartas…”.
“¿Estás segura?”.
“Muy segura…”.
“¿Dónde está tu anillo?”, preguntó William en cuanto revisó las manos de Emma.
Antes de salir de la habitación había decidido regresar el anillo a su collar, pues parecía que William no tenía intenciones de que las demás personas supieran que estaba casado. Como siempre, la había hecho a un lado.
“Aquí…”, respondió Emma exponiendo su collar y haciendo tintinear el anillo con el zafiro al agitarlos.
“¿Ese es su lugar?”.
“¡¿A qué estás jugando William?!”, exclamó furiosa y pegó con ambas manos en la mesa.
“Gina, pídeles que preparen todo”, dijo William con calma, ignorando la explosión de furia de Emma.
“Claro, William”, contestó la mujer arrastrando la voz y guiñándole un ojo a Emma.
“¡No, Gina!, ¡¿A dónde vas?! ¡¿No quieres sentarte en el regazo de mi esposo otro rato?!”, preguntó Emma con cordialidad fingida, provocando que la sonrisa de la chica se hiciera más grande al igual que la de William.
“Señora Harper…”.
“¡No me digas ´Señora Harper´!”, exclamó Emma furiosa.
“Ese es su apellido de casada, Señora Harper… así que le diré de esa forma, aunque no le agrade”, contestó Gina con arrogancia.
“Por favor, contenga sus impulsos y no se ponga celosa o ¿tiene miedo de perder a su esposo? ¿No se cree capaz de mantenerlo a su lado?”.
“¡Ja! ¡Qué divertida! A ver… ven y dímelo más de cerca, que no te escuché bien”, dijo Emma borrando la sonrisa arrogante de Gina, que estaba segura de que de seguir su petición terminaría con la nariz rota.
“Les diré que traigan todo de inmediato”, dijo Gina con más seriedad y salió de la habitación.
“Inteligente decisión la de Gina”, respondió William divertido
“Incluso temo por mi seguridad al estar encerrado aquí contigo. Te noto muy hostil”.
“¿Tú crees?”, preguntó Emma con sarcasmo
“Sí no piensas tomar acciones contra mí, entonces déjame salir. No puedes retenerme contra mi voluntad”.
“No te retengo contra tu voluntad, simplemente estoy dispuesto a cenar con mi esposa en privado, ¿eso es tan malo?…”
En cuanto dijo eso un grupo de meseros y cocineros acomodaron un festín en la mesa, haciendo recordar a Emma que solo tenía en el estómago unas cuantas cucharadas de helado.
Al ser el dueño del casino, sabía quiénes de sus invitados habían ido a comer y la hora, incluso estaba consciente de la cena privada del Señor Goretti con Lorena. Así que, si su información era real, Emma no había comido en todo el día.
“Por favor… prepararon todos tus platillos favoritos”, agregó señalando la silla del otro lado, ansiando ver a Emma ceder.
Emma veía con rencor a William cortando su filete delante de ella, mientras sus brazos estaban cruzados. Tenía hambre, pero no quería comer con él, era algo más que demostrar su indiferencia, sino era una cuestión de orgullo y dignidad. Él le había mentido y no solo eso, se había estado divirtiendo con esa tal Gina mientras ella andaba por el callejón de la amargura.
“Se va a enfriar la comida y no sabrá tan buena…”, dijo William y pinchó un trozo gordo de filete y lo acercó a la boca de Emma.
“¿Qué es lo que quieres?”, preguntó ella desviando la mirada.
“Que comas… debes de tener hambre”.
El rugido de su estómago la traicionó. Toda su dignidad se había ido por la borda en cuanto vio como los labios de William se convirtieron en una media sonrisa.
Resopló con molestia y, aún con los brazos cruzados, se inclinó hacia el trozo de carne, tomándolo delicadamente con los dientes. William vio con atención cada movimiento de su boca y su corazón se desbocó.
“¿Qué harás? ¿Lo que hacen en todos los casinos? ¿Me quitarás mis ganancias y me vetarás?”, preguntó Emma tomando una uva del frutero.
Estaba más tranquila, pero melancólica.
“No puedo vetar de mi casino a mi esposa…”, respondió William con tranquilidad.
“Tu padre no ha dejado de acosarme… cada semana solicita hablar conmigo a solas, creyendo que sería tan estúpida de confesar una infidelidad…”.
“¿Me has sido infiel en mi ausencia?”, preguntó William manteniendo la calma, pero su corazón estaba desesperado por saber.
“¿Me crees tan estúpida para decírtelo?”, respondió Emma recibiendo la mirada gélida de su esposo.
“Por el contrario, te considero una mujer muy inteligente…”.
“Entonces… ¿Por qué me mentiste? ¿Por qué dijiste que estarías fuera durante diez meses cuando en realidad solo disfrutabas de la vida en este casino junto con tu… ayudante, amiga, o lo que sea?”, preguntó Emma herida.
“¡Mientras yo como estúpida esperándote! ¡Yendo de la escuela a la casa! ¡Consumiéndome en soledad, creyendo que dije o hice algo que te hirió!”.
“Me enteré de que has faltado al trabajo…”, dijo William con voz serena, ofreciéndole otro trozo de filete.
“¿Me escuchaste?”, preguntó.
Emma estaba ofendida, se sentía ignorada.
“Abre la boca”.
William acercó un poco más el filete a los suaves labios, pero Emma empujó su mano hacia un lado.
“Emma… haz caso”.
“Déjame salir de aquí”, dijo poniéndose de pie y caminando en dirección a la puerta por la que había entrado
“¡Quiero salir de aquí!”.
“No, estamos cenando”.
“¡William! Es obvio que estarías mejor cenando con esa tal Gina que conmigo. ¡No debo de ser muy inteligente para saber que desde un principio tú no querías casarte conmigo y que tu postura sigue siendo la misma! ¡No me quieres en tu casa, no me quieres en tu trabajo y mucho menos en tu vida! ¡Ya déjame en paz!”, exclamó Emma desesperada y comenzó a golpear la puerta con fuerza
“¡Déjenme salir! ¡Auxilio!”.
“Gritas como si te estuviera haciendo algo malo”, respondió William con un suspiro y vio a la menuda mujer pateando la puerta sin conseguir abrirla.
“No sé qué tan bien estés informado del contrato que me impuso tu padre… pero te prometo que pronto acabará y tú podrás hacer lo que quieras con tu vida”, dijo Emma con la frente pegada a la puerta y los ojos llenos de lágrimas.
“¿De qué hablas?”.
Por fin William expresaba un sentimiento ajeno a la paz que demostraba. Ese contrato mantenía a Emma a su lado y temía que, sin este, él no fuera suficiente para retenerla.
“Ese contrato lo firmé yo, a los dieciséis”.
“Garabateé la firma de mi madre creyendo que le hacía un favor a mi padre. No quiero que pierda el Corporativo, no quiero que alguno de mis padres termine en la cárcel… tu padre tiene el poder de destruir a mi familia, siempre y cuando yo no admita lo que hice…”.
Inhaló profundamente y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano antes de voltear
“Cuando termine este fin de semana, iré a la policía y diré la verdad. Admitiré lo que hice”.
“Si admites haber falsificado la firma…”.
“Me encarcelarán… porque no solo firmé, sé que el Señor Harper dirá que me robé la información del caso para favorecer a mi padre… no sé en cuantos años de cárcel se resuma eso, pero de algo estoy segura, mi padre no perderá el Corporativo, mi familia estará bien y tú serás libre de este matrimonio al que te forzó tu padre…”.
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