Del odio al amor -
Capítulo 22
Capítulo 22:
“Si tu esposo es tan rico, ¿qué haces seduciendo a tu jefe?”.
“Es que mi jefe, resulta ser también mi esposo…”, explicó Emma como si Rebecca fuera una niña de preescolar.
“Aquí no nos gustan las mentirosas…”, respondió con recelo, diluyendo su sonrisa.
“¿Te refieres al departamento o a la firma en general? Porque en ambos casos tendría mis dudas”, alegó con insolencia y al ver el rostro rencoroso de Rebecca se arrepintió.
Claramente no había sido graciosa.
“Ten… me ayudarás con estos papeles…”; dijo acercando una pila bastante alta
“Te enseñaré a llenarlos y después iremos con los abogados del caso Pastrana para entregarlos. Pon atención que no voy a estar repitiendo las cosas”.
“Señor, sí Señor…”, dijo Emma torciendo los ojos.
En cuanto terminaron, tomó una de las pesadas pilas de papeles y se dirigió con Rebecca hacia los elevadores, pero el de empleados no funcionaba.
¿Sería muy atrevido usar el de ejecutivos? La mirada de desaprobación de su compañera le contestó.
Emma, asomándose por un lado de la pila que cargaba, bajó los escalones con cuidado hasta que escuchó la exclamación burlona de su compañera.
“¡Ay, cuidado! ¡Me caigo!”.
Sin darle tiempo a actuar, Rebecca empujó a Emma, haciendo que no solo se le cayeran los papeles de las manos, sino que también ella terminara rodando ese par de escalones hasta el primer descanso.
Sentada contra la pared y apretando los ojos para volver a ajustar su vista, Emma vio los papeles a su alrededor, mientras que Rebecca aún estaba de pie en las escaleras, con una sonrisa de satisfacción.
“¡¿Qué hiciste, Emma?! ¡Tiraste todo y ahora hay que volverlo a acomodar! ¡Eres una torpe! Ni creas que te voy a ayudar, esto urge, así que llevaré mi parte en lo que tú organizas la tuya, pero si el caso se atrasa por tu culpa no es mi…”.
Rebecca no terminó de hablar cuando un zapato volador golpeó su rostro, haciéndola caer hacia atrás y que los papeles que ella portaba también se esparcieran por las escaleras.
“¡¿Qué hiciste, Rebecca?! ¡Tiraste todo y ahora hay que volverlo a acomodar!”, dijo Emma remedando el odioso timbre de voz de su compañera.
Cuando quiso subir la escalera para recuperar su zapato, uno de sus tobillos fue atravesado por una punzada de dolor. A simple vista parecía más regordete que el otro; comenzaba a inflamarse.
“¡Eres tan torpe! Ni creas que te voy a ayudar…”.
“Terminó de remedar a Rebecca cuando regresó sobre sus pasos, tomó su tacón y, después de colocárselo, vio a la chica en el piso, con la rostro cubierta por sus manos”.
“Esto urge… ¿No? Así que levántate y ayúdame a organizar todo. No querrás que por ´nuestra´ torpeza el caso se atrase… o ¿sí?”.
“¿Qué ocurre aquí?”, la voz de William generó una descarga en todo el cuerpo de Emma, quien de inmediato cerró los ojos y torció la boca como si esperara un golpe en la rostro.
“¡Esta inútil no solo tiró todos los papeles en la escalera, sino que me lanzó su zapato!”, exclamó Rebecca de inmediato, poniéndose de pie y aparentando inocencia
“Los abogados del caso Pastrana necesitan esto de inmediato y ella solo está retrasándolo”.
La mirada de William se dirigió hacia Emma en busca de una explicación.
“Sé que esto se ve horriblemente mal: los papeles en el piso, esta tonta con mi suela marcada en la rostro… Apuesto a que todo apunta a que tiene razón, ¿No es gracioso?”, dijo Emma riendo nerviosa.
´ ¡Esto no puede estar peor! ´, pensó y su rostro pasó de la alegría fingida a la agonía.
“¿Me creerías si te digo que ella empezó?”.
“¡Mentirosa! ¡Niegas estar seduciendo a nuestro jefe, aprovechándote de su vulnerabilidad y luego dices que es tu esposo, mostrando ese pretencioso anillo!”, exclamó furiosa Rebecca
“Señor, esta mujer solo ha estado diciendo mentiras. Está casada e intenta seducirlo para tener beneficios en esta empresa. Además, vea lo que hizo, no se merece estar aquí”.
Emma se quedó con la boca abierta. Apenas se habían conocido y Rebecca ya la odiaba.
“En vez de decir tantas tonterías, podrías ayudarme a levantar todo este desastre…”, dijo Emma con el ceño fruncido
“Hablando y trabajando, ¿No que son muy importantes todos estos papeles?”
Cuando Emma dio el primer paso hacia el desastre, el dolor de su tobillo la hizo trastabillar, y agarrándose de la pared, levantó su pie para no apoyarlo, pues le punzaba.
Dispuesta a no demostrar dolor, iba a dar el siguiente paso y fingir que todo estaba bien cuando la fuerte mano de William la tomó por la cintura, haciéndola caer sobre su regazo.
“¿Estás bien?”, preguntó examinando el rostro de Emma.
“Sí… estoy bien…”, respondió Emma mientras sus mejillas se encendían.
“Te torciste el tobillo. ¿Te duele algo más?”; volvió a preguntar con seriedad mientras acariciaba la mejilla de Emma.
“No… o eso creo…”.
“Bien…”.
William levantó la mirada hacia Rebecca que parecía sorprendida por ese gesto de cariño delante de todos.
“Ella es Emma Gibrand, mi esposa, si eso no te da suficiente miedo, entonces piensa que en algún momento el Señor Gibrand, del Corporativo Gibrand, puede enterarse de que empujaste a su hija por las escaleras. ¿Quién te da más miedo, él o yo?”.
“Señor, yo… no sabía…”.
“Claro que lo sabías, mi esposa te lo dijo. Recoge cada papel, si se quejan de que la documentación no llegó a tiempo, te despido, así de simple…”, dijo William sabiendo que Rebecca no sería capaz de recoger todo y organizarlo antes de que el equipo de abogados comenzara a quejarse.
El semblante desconsolado de Rebecca le causó estragos en el corazón a Emma.
“Yo no creí… yo pensé…”.
La chica comenzó a llorar y volteó hacia Emma.
“Perdón, yo… no le creí, Señora”.
Cuando William iba a dar media vuelta para llevar a su esposa a su oficina, esta se bajó de su regazo.
“Estúpida empatía… la odio con todo mí ser…”, dijo Emma entre dientes y cojeando se acercó a Rebecca y comenzó a levantar todo.
“¿Emma?”, preguntó William con el ceño fruncido.
“¿Qué se supone que estás haciendo? Ven aquí, llamaré al doctor.”
“Dame… cinco minutos, tal vez diez… deja que le ayude”, refunfuñó Emma.
Algo le decía que ignorara a Rebecca y la dejara sola, pero sintió lástima por la chica.
“Señora… yo…”.
“¡Cállate! ¡No te atrevas a hablarme! Que te esté ayudando no significa que me simpatizas ni que quiero ser tu amiga… ¡Y cuidado si me vuelves a empujar, porque te juro que la siguiente marca en tu rostro será mi puño!”, exclamó Emma tomando por sorpresa tanto a Rebecca como a William.
“¿Mike?”, preguntó William resoplando.
Sabía que no podría hacer cambiar de opinión a Emma
“Ayúdales a levantar todo este desastre”.
“Sí, Señor…”, respondió y cabalmente comenzó a levantar cada papel.
Algunos empleados que estaban cerca también ayudaron y en poco tiempo todos los papeles estaban apilados y parcialmente organizados. Sería más fácil para Rebecca cumplir con su trabajo.
“Gracias, Señora Harper”, dijo Rebecca apenada y agachó la mirada.
“Vete a la m”erda…”, respondió Emma con el ceño fruncido y de nuevo cojeó hacia William.
“¿Terminaste con tu buena acción del día?”, preguntó William con media sonrisa, pero preocupado por su tobillo.
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