De odiarnos a amarnos
Capítulo 9

Capítulo 9:

Cuando Emma estaba cerrando la puerta vio como sus creaciones se acercaban al cesto de basura. Ya odiaba a esa tal ´pecesita´.

“No te atrevas…”, dijo William viéndola a los ojos.

Todo el encanto que lo había hipnotizado se esfumó y una sensación de rencor se apoderó de su pecho.

La mujer desistió de sus intenciones y regresó el refractario a la mesa, viendo el último panquecito que quedaba.

“¿Son caseros? ¿Te los hizo tu esposa?”, preguntó ocultando su molestia.

“¿Hay algún problema?”.

“No. Yo…”.

“¿Qué quiere papá que me digas?”.

“Quiere que vayas a la cena de este fin de semana…”.

Quiere que toda la familia conozca a tu esposa, pero no vino él en persona a invitarte porque teme que lo rechaces.

“¿Cree que a tino te rechazaré?”.

“El pequeño Tim pregunta mucho por su tío…”.

“Entonces dile la verdad… dile que desde que me accidenté la familia abandonó a su tío en una residencia lujosa, pero vacía; dile que su tío pudo volverse dueño de la firma porque es el único heredero vivo…”.

“Deja de presentarte así, como un fantasma de lo que tuve y perdí… solo… desaparece de mi vista”, dijo William.

“No me puedes juzgar por las decisiones que tomé… sabes que te amé con toda mi alma, pero… no podía soportar tu ritmo de vida, lleno de excesos y alcohol. Necesitaba estabilidad, alguien en quien confiar y no tener que buscar en medio de la noche en algún club nocturno…”

“Y mi hermano fue la mejor opción…”, dijo William entre dientes.

“Nos enamoramos…”.

“Justo cuando me accidenté… convenientemente en ese maldito momento donde más te necesitaba, decidiste que no querías estar conmigo. ¿Esperas que te crea?”.

Salió de detrás del escritorio para enfrentarla

“¡No querías cargar con esto! ¡Ese fue tu verdadero motivo! ¡Mientras hubo alcohol y fiesta, te quedaste a mi lado!”.

“Eso no es cierto…”.

“Cuando perdí mis piernas, te fuiste… ni siquiera estuviste conmigo en el hospital, no esperaste a que saliera de ahí. En cuanto regresé a casa… estabas anunciando tu compromiso con mi hermano…”

“Ahora que él no está y yo soy el nuevo dueño de la firma, te apareces con un pretexto estúpido. ¡Pero mientras estuve viviendo aislado como un apestado nunca fuiste a verme! ¡Me evitabas como si fuera una enfermedad!”, continuó.

“William, no es bueno que te alteres de esa forma”.

Quiso acercarse y consolarlo, pero este retrocedió furioso

“Sabes las consecuencias de que te pongas así, por favor, detente”.

“¡Largo de mi oficina! ¡Largo de mi edificio!”, exclamó furioso.

“No te quiero volver a ver Tina”.

La mujer retrocedió lentamente, temiendo molestarlo más.

“William, me duele que creas que las cosas fueron así. Solo espero que tu esposa no sea una víctima más de tu histeria…”.

“¡Largo!”, exclamó William señalando la puerta.

Los gritos a mitad de la noche alertaron a Emma, separó su mirada del libro y salió de la cama. El pasillo estaba atestado de servidumbre, entre ellos Lorena que parecía no comprender lo que ocurría.

“¿Qué pasa?”, preguntó Emma en cuanto se acercó a Rose.

“El Amo William… sus dolores regresaron…”.

“¿Cuáles dolores?”.

Otro grito irrumpió enchinando la piel de Emma.

“Los dolores de sus piernas…”.

Agachó la mirada y vio el frasco en su mano marchita y temblorosa

“Este medicamento es lo único que lo ayuda, pero se rehúsa a tomarlo. Tendré que llamar a su doctora”.

“Déjame hacer un intento”, dijo Emma tomando el frasco.

“¡Espera, Emma! ¡¿Estás segura?!”, preguntó Lorena preocupada y de pronto se escuchó como algo frágil se hizo añicos contra la pared.

“Parece loco, entre gritos y cosas rompiéndose”.

“Lo intentaré… si no lo logro, entonces llamen a la doctora”, dijo Emma levantando los hombros.

Rose la vio con preocupación y la persignó a la distancia, haciéndola dudar de su decisión. De pronto ya tenía miedo.

Respiró profundamente antes de abrir la puerta. William estaba sobre la cama, con las manos enredadas en las sábanas y la frente llena de sudor.

Apretaba tanto los dientes que parecía que se le iban a fracturar y su cuerpo se ponía rígido entre espasmos de dolor.

“¿William?”, preguntó Emma tragando saliva.

“¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Quién te permitió entrara mi habitación?!”, gritó furioso y le dedicó una mirada llena de ira.

“Soy tu esposa, ¿se te olvida? Puedo hacer lo que quiera”, contestó Emma con una sonrisa arrogante y se acercó más.

“¡Largo! ¡No te quiero ver aquí!”.

“¿Por qué eres tan necio? Solo vine a darte tu medicamento…”.

Se sentó en el borde de la cama y alcanzó el vaso con agua.

“¡No quiero nada! ¡Vete! ¡Déjame en paz!”.

“Solo déjame ayudarte…”.

“¡No quiero nada de ti! ¡Si de mí dependiera, ya estaríamos divorciados!”.

Con un manotazo rompió el vaso en la mano de Emma, causándole cortadas poco profundas, pero dolorosas.

Por un momento pensó en pedir disculpas, pues, aunque no la quería en su habitación, tampoco quería herirla de esa forma.

“¿Estás bien?”, preguntó Emma revisando la mano de William, preocupada de que se hubiera cortado.

William se quedó en silencio, sorprendido de su actitud generosa y poco rencorosa. Otra ya estaría corriendo directo a su habitación.

“No me toques… solo vete… déjame en paz…”, dijo retirando su mano del dulce tacto de Emma.

“No lo haré… no me iré… no me gusta abandonar cuando sé que puedo hacer algo bueno. Por favor… Solo tómate la pastilla. ¿No quieres acabar con el dolor?”, preguntó con los ojos cargados de tristeza y el corazón de William se rompió.

“Emma… Vivo cada día con dolor, pero ya me acostumbré a él. ¿Quieres quitármelo? Abre ese maldito cajón, ahí está mi cura”, dijo William conteniendo los espasmos y con la mirada destrozada.

Siguiendo su orden, Emma abrió el cajón de la mesita de noche y se encontró con un revólver y un par de balas regadas. Lo cerró de inmediato, temerosa de que solo con verlo se disparara.

“Esa no es la solución…”.

Saber que William tenía pensamientos suicidas hacía que su lástima hacía él aumentara

“Por favor, solo tómate el medicamento”.

Cuando acercó la pastilla a los labios de William, este lanzó una mordida de la que apenas pudo escapar antes de que los dientes de él chocaran con fiereza.

“Que te largues…”, dijo viéndola con desprecio.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar