De odiarnos a amarnos -
Capítulo 10
Capítulo 10:
´Si fuera esa tal “pecesita” la que le pidiera que se tomara su medicamento, ¿accedería?´, pensó.
Emma y de nuevo los celos atenazaron su corazón. Suspiró llena de desilusión, vio la pastilla y la puso en sus labios ante la mirada desconcertada de William.
Se inclinó hacia él mientras sus manos acariciaban ese rostro adolorido y posó su boca en la de él con suavidad.
El movimiento de sus labios hizo que William correspondiera el beso, abriendo su boca y dejando que la pastilla entrara. El beso continuó y William tuvo que tragar el medicamento para que no interfiriera con el jugueteo de sus lenguas.
Cuando el gesto terminó, el corazón de William estaba más tranquilo, pero desconcertado. Su calma no era efecto de la pastilla, sino de esa mirada gentil que lo veía con preocupación.
“Te gané…”, dijo Emma con una sonrisa tierna.
Lorena le acercó un segundo vaso de agua y con cuidado le ayudó a tomar un poco a William
“Tranquilo, ahora todo estará bien. Me dijo Rose que con esto sería suficiente para que ya no tengas dolor…”.
Volteó hacia la puerta donde todos los sirvientes estaban sorprendidos de la técnica que había empleado.
“Ya pueden regresar a descansar, todo está bien”, les indicó con una sonrisa gentil y poco a poco se fueron, siendo Lorena la última en quedar de pie.
“¿Necesitas algo más, Emma?”, preguntó angustiada y notando como ese hombre grosero y cruel no dejaba de ver a su esposa, parecía extrañamente fascinado.
“Nada, Lorena, gracias. Ve a descansar”.
Una vez que quedaron solos y en silencio, Emma se dio cuenta que su mano había reposado sobre el pecho desnudo de William todo ese tiempo. Retiró su mano con pena y se levantó de la cama.
“¿Cómo te sientes?…”.
El silencio de William la hacía sentir incómoda. No quería escuchar sus groserías, así que aprovecharía ese momento de calma para huir.
“Bien, creo que te dejaré descansar”.
Retrocedió con una sonrisa nerviosa.
“Estaré en mi cuarto, por si necesitas algo”.
Cuando dio media vuelta dispuesta a salir, William la tomó por la muñeca, deteniéndola, y antes de que ella pudiera decir algo, la atajó.
“Quédate… no me puedes dejar así. Ahuyentaste a toda la servidumbre. ¿Quién estará al pendiente de mí el resto de la noche?”, dijo sin verla ala rostro.
“Eres mi esposa, ¿se te olvida?”.
“Supongo que tienes razón…”, respondió Emma y le sonrió.
Se sentó en el borde de la cama y comenzó a secarle el sudor.
“Me quedaré en esa silla durante la noche, ¿está bien?”.
“No…”, respondió de inmediato.
“Solo te aviso que no me pienso quedar de pie…”.
Con la poca fuerza que aún tenían sus brazos, William la jaló, derribándola a su lado, sobre la cama.
Emma conservó la postura con la que había caído mientras el rostro de su esposo estaba a centímetros del suyo, con esa feroz mirada que la dominaba.
En silencio, este apoyó su mejilla contra su pecho y la abrazó como lo haría un niño pequeño a su oso de peluche para conciliar el sueño.
“No te atrevas a moverte…”, dijo en un susurro mientras inhalaba el dulce aroma del perfume de Emma.
Lentamente, Emma se relajó entre los brazos de William. Con cuidado posó sus manos sobre los fuertes brazos y la calidez de su cuerpo la hizo sentir somnolienta. De un momento a otro se quedó profundamente dormida.
Al despertar, Emma se estiró y frotó su mejilla contra la almohada, cuando abrió los ojos se dio cuenta de que no era una almohada, sino el pecho de William, quien la veía con una ceja levantada y una sonrisa altanera.
“¡William!”, exclamó Emma brincando hacia atrás.
Al quererse apoyar, sus manos resbalaron del borde y casi cae de espaldas, sino fuera por él, quien la tomó con rapidez del brazo y la trajo de regreso a la cama.
“¿Siempre eres tan torpe?”, preguntó teniéndola de nuevo entre sus brazos, notando como las mejillas de Emma adoptaban un color rojo encantador.
“¡No soy torpe!”, exclamó alejándose de él.
Cuando lo vio a los ojos recordó lo ocurrido anoche y su mirada se suavizó.
“¿Cómo te sientes?”.
“Mejor…”, contestó William viéndola con intensidad.
Él estaba acostumbrado a responder fuego con fuego, pero al ver esa mirada gentil y esa sonrisa que envidiaría cualquier ángel, no sabía cómo comportarse. Su rostro no estaba acostumbrado a sonreír.
“¡¿Qué hora es?!”, exclamó Emma sobresaltada y vio el reloj sobre la pared.
“¡El desayuno!”.
De un brinco bajó de la cama y salió corriendo de la habitación, dejando solo a William, mientras este sonreía de manera sincera y sin malicia.
Se recostó y vio el techó con melancolía, buscó a tientas debajo del colchón y sacó aquella carta que se le había caído a Emma el día de su boda.
Ese día no se sentía particularmente emocionado, no conocía a la chica que se volvería su mujer y no confiaba en las decisiones de su padre, pero cuando la vio caminando hacia el altar, se sintió desconcertado por su belleza y esa aparente inocencia que tenía su sonrisa.
Imaginó lo gentil y dulce que podía ser y por un momento anheló que esa criatura tan encantadora curara su corazón, pero todo pensamiento dulce se fue a la basura cuando la carta que escribió pensando en huir con Bastian, cayó de su corsé y William la tomó del piso.
´Papá, mamá… perdónenme, juré que no huiría, pero no puedo ignorar lo que siente mi corazón. Bastian se ha presentado y me ha ofrecido sacarme de este problema y así poder estar juntos. No es sorpresa que siempre lo he amado. Espero no decepcionarlos con mi repentina huida y espero que me entiendan. Tengan paciencia, todo estará bien.´, pensaba.
Desde la primera vez que leyó esa carta, William se prometió que no vería con cariño a esa mujer y que por nada del mundo le haría la vida fácil a su lado.
No entendía los motivos por los cuales se había quedado, cuando en realidad planeaba huir y temía que fuera para sacar alguna clase de ventaja.
Guardó la carta para leerla cada vez que comenzara a empatizar con ella, esa sería la forma de recordar que era igual que las demás, una más del montón que intenta verle la rostro.
William bajó en ropa casual, pues ese día no iría a trabajar. Sentía su corazón lleno de rencor, pero luchando por aferrarse a esa angelical imagen de
Emma cuidando de él durante la noche, para terminar dormida sobre su pecho como un dulce cachorrito.
Como todas las mañanas, ella acomodó la comida frente a William y cuando su mirada se encontró con la de él, le sonrió, pero se dio cuenta que no era el mismo hombre de hace un momento, de nuevo su gesto era frío y arrogante.
´Lo que me faltaba, es bipolar´, pensó y aunque quiso torcer los ojos se contuvo.
Emma revisaba sus apuntes mientras andaba por los amplios pasillos de la universidad. De pronto se detuvo en seco, pues su sexto sentido le advertía que debía echar un vistazo.
Posó su mirada en la puerta principal de la escuela y entonces lo vio. Se trataba de Bastian, con las manos escondidas en sus vaqueros de mezclilla y paseando esa mirada oscura. La estaba buscando.
Emma retrocedió sobre sus pasos y se escondió detrás de una columna mientras su corazón se aceleraba. Instintivamente tomó el zafiro sobre su pecho y al apretarlo sintió también su anillo de matrimonio. Deseaba acercarse a Bastian, pero ahora ella era una mujer casada.
Decidida a evitar un reencuentro, dio media vuelta sin fijarse y chocó con alguien. El golpe hizo que su carpeta cayera al piso y un par de hojas sueltas quisieran escapar.
“¡Fíjate, torpe!”.
Para mala suerte de Emma, había chocado con Jessica, la chica más atractiva de la escuela, la más admirada, pero la más tonta.
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