De odiarnos a amarnos
Capítulo 4

Capítulo 4:

“William necesita que lo auxilies en el baño…”.

La mirada de Frannie se volvió burlona.

“¿Qué ocurre? ¿No pudo bañar a su esposo?”.

“Al parecer le gusta más como lo bañas tú”, respondió Emma y sintió una punzada de molestia mientras su sonrisa se veía rígida.

“Dice que tengo manos mágicas”, agregó la sirvienta y se acomodó el escote de su uniforme, haciendo que sus prominentes pechos lucieran más.

“Con su permiso, ´Señora´”. Pasó con la frente en alto y llena de orgullo.

Cuando salió Rose de la cocina y vio el semblante de Emma que denotaba humillación y resentimiento, sintió lástima por ella.

“Señora, si quiere sobrevivir en esta casa, tendrá que aprender a obedecer al amo William…”.

“¿Obedecerlo? Es mi esposo, no mi dueño”, respondió Emma herida.

“Señora, usted fue comprada como si fuera un objeto. Aunque lleve el título de esposa, no tiene mayor valor para el Señor William que ese jarrón, este plato o ese cuadro. Usted ha sido tratada como princesa en su casa, con lujos y comodidades, llena de mimos y sin una sola responsabilidad. No está acostumbrada a servir, pero aquí, tendrá que hacerlo”.

Emma agachó la mirada y sus ojos se llenaron de lágrimas. El problema no era servir, el problema era soportar las humillaciones. Rose tenía razón, en su casa Emma había estado rodeada de comodidades y amor.

Ella ayudaba a Lorena por iniciativa propia, acompañaba a Román a la oficina con gusto o se dedicaba a aprender música de Frida con pasión, pero nunca se sintió obligada.

Extrañaba a su familia, quería volver con sus padres, quería escuchar las risas de sus hermanos al jugar. Deseaba ver a Román molestando a la pobre Lorena o escuchar los malos chistes de su tío Hugo cuando iba de visita. Se apoyó sobre el respaldo de la silla y cubrió su rostro lleno de lágrimas.

Extrañaba su hogar.

La mano marchita de Rose se posó sobre el hombro de Emma, sentía lástima por esa pobre criatura y su cruel destino. El Señor William era tan malvado como su padre, incluso más desde que se accidentó.

La frustración de no poder caminar le envenenó el alma, haciéndolo más egoísta y mezquino. Ninguna mujer aguantaba estar con él, no por su invalidez, sino por su arrogancia y crueldad.

“Venga, límpiese las lágrimas y ayúdeme a llevar la comida a la mesa. Si el Señor William la ve holgazaneando, se enojará”, dijo Rose con tristeza y llevó de la mano a Emma hacia la cocina.

“¡Mi niña hermosa!”, exclamó Frida al entrar a esa enorme residencia y ver a Emma.

La abrazó con ternura y acarició su cabello mientras su hija lloraba desconsolada

“No sabes cuánto te hemos extrañado. Carina me pidió que te trajera esto”.

Le dio el elefante de peluche favorito de su hermana. El corazón de Emma se rompió con tanta fuerza que el crujido llegó a sus oídos. Tomó el peluche con cariño y lo abrazó, imaginándose que era Cari.

“¿Cómo te encuentras? ¿Cómo te ha tratado tu esposo? ¿Te ha molestado el Señor Edward?”

Frida estaba ansiosa por saber.

“Todo bien, mamá…”, dijo Emma, pero su mirada desolada no ayudaba.

“Los extraño a todos. ¿Cómo está papá?”.

“Bien, trabajando… quería venir, pero tenía unos asuntos que atender”.

“¡Señora Gibrand! ¡Qué gusto tenerla en mi hogar sin haber sido invitada!”, exclamó William acercándose con arrogancia.

“Señor Harper…”, Frida lo saludó haciendo oídos sordos de su grosería.

“Le voy a pedir que cuando quiera visitar a mi esposa, primero me avise. No me gustan las visitas inesperadas, pues no hay nada que ofrecerles cuando llegan de sorpresa”, dijo William viéndola de manera retadora.

“No se preocupe, no es necesario que me ofrezca otra cosa más que ver a mi hija”, respondió Frida comenzando a odiar a ese hombre.

“Bueno, ya la vio… no es por correrla, pero hay cosas que hacer”.

“William… ¡Es mi madre!”, exclamó Emma indignada.

“¡Ah sí! La Señora Gibrand, la esposa del atemorizante Señor Román Gibrand… ¿Cómo me atrevo a ser tan tajante con la mujer que le pertenece a ese hombre tan poderoso? ¿Cuál será mi castigo? ¿Me tirarán por las escaleras como a ese tipo, Jake, o harán que un criminal me mate?”

“Señor Harper, lamento mucho haber venido de esta manera, prometo que la próxima vez, avisaré con tiempo”, dijo Frida apretando los dientes.

“También espero que la próxima vez le eche miel a sus palabras, para cuando se las tenga que tragar”.

Por un momento William y Frida se vieron directo a los ojos de manera retadora.

´Bien dicen que las suegras, solo muertas, son buenas´, pensó William ofreciéndole una sonrisa insolente a Frida.

“¿Ya terminó?”,  preguntó haciendo su mirada más densa.

“No, de hecho, no… Dado que deseo que la estancia de mi hija en esta casa sea más agradable, consideré traer a alguien para que sea de apoyo en la servidumbre”, agregó con una sonrisa amplia

“¡Lorena!”.

“¡Sí! ¡Ya voy!”, exclamó Lorena entrando apresurada.

´ ¿Por qué me tiene que gritar como lo hace el Señor Román? ¿Qué culpa tengo? ´, pensó la sirvienta evitando hacer berrinche.

“No necesito más servidumbre en esta casa, pero gracias por su interés, Señora Gibrand”, agregó William molesto.

“No es para usted, Señor Harper. Es para mi hija, para que le haga compañía y no se sienta sola”, contestó Frida con una sonrisa que intentaba ser agradable, pero estaba tan rígida que demostraba todo ese odio que comenzaba a sentir por su yerno.

“Tengo entendido que estás cursando una carrera universitaria”, dijo William sin voltear hacia Emma.

“Sí, estoy estudiando contaduría…”.

“¿Tú? Me sorprende, te ves demasiado infantil e inmadura para una carrera tan ser…”.

“Quiero apoyar a mi padre en su empresa y pertenecer al departamento de finanzas algún día”, contestó molesta, ignorando la soberbia en la voz de su esposo.

“¿Sabes escribir rápido a computadora?”.

“Si”.

“¿Qué tan buena eres usando hojas de cálculo?”.

“Sé lo básico”.

“Bien, a partir de mañana trabajarás en la firma de abogados como mi secretaria”, dijo William dejando su plato a la mitad.

“No puedes decir que eres mi esposa, me daría pena que te relacionaran conmigo, así que tendrás que quitarte ese feo anillo…”.

Emma guardó silencio, no tenía intenciones de pelear, pues sabía que no ganaría nada.

“Frannie”, llamó William a la sirvienta con esa mirada cargada de lujuria.

“Necesito que me ayudes a darme un baño”.

“Claro, Señor, será un placer…”, dijo la sirvienta respondiendo con una sonrisa pícara y mordiéndose los labios mientras empujaba a William para sacarlo del comedor.

“Creo que… esto no está bien…”, dijo Emma con la mirada triste y ganas de llorar. Lorena se acercó corriendo y se sentó a su lado.

“Si el Señor Román se entera de esto…”.

“No podría hacer nada, Lorena… hay un contrato”.

“Si algo he aprendido de Álvaro, es que todo contrato tiene huecos legales… solo hay que encontrarlos y eso está haciendo”

Lorena posó su mano sobre el brazo de Emma, queriendo consolarla.

“Mientras lo hace, no le digas nada a mamá. Sé que te llamará para saber cómo estoy, sé que te pedirá fotos. Por favor, no digas lo que ocurre, solo la preocuparás”.

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