De odiarnos a amarnos
Capítulo 3

Capítulo 3:

“¡Claro! Román Gibrand, el dueño del Corporativo Gibrand, el CEO más hijo de p%ta y peligroso que puede existir. Un hombre que parece más un mafioso que un director ejecutivo…”.

“¡Mi padre no es ningún mafioso!”, exclamó Emma furiosa

“Te recuerdo que soy tu esposa ahora, sería un gran detalle de tu parte que no me trates como a tu enemiga”.

“Tienes razón, eres mi esposa ahora…”, dijo William cerrando la puerta de la habitación

“Quítate ese camisón y recuéstate en la cama”.

Sus palabras dejaron en silencio a Emma que de manera automática se cubrió con ambas manos.

“¿Qué pasa ´esposa´, te doy asco?”, preguntó con sarcasmo mientras sus ojos avellana veían con profundo desprecio a Emma

“Que quede claro que no me estás haciendo ningún favor y que tu lástima hacia mí solo me da aversión. Duérmete temprano, mañana debes prepararme el desayuno y debe de estar listo antes de las ocho”.

“Habla con Rose para que te indique cuales son las especificaciones de mi dieta… Buenas noches ´querida´”.

William salió del cuarto azotando la puerta, dejándola desorientada y asustada.

´ ¿En qué me metí?´, pensó mientras se sentía sola. Quería llamar a sus padres, quería que Frida apareciera y la consolara, que Román le dijera que todo estaría bien, pero sabía que eso no pasaría.

Durante toda la noche solo dormitó. No era su cama, no era su casa y las pesadillas y el arrepentimiento la torturaban. Cuando por fin sus ojos se abrieron, pasaban de las siete. La angustia se apoderó de ella.

Salió corriendo de su habitación una vez que se vistió con un encantador overol de mezclilla y una pañoleta cubriendo su cabeza. Ella era amante de verse linda y combinada, y nunca podía faltar algo color rosa adornándola.

Cuando entró a la cocina se encontró con una Señora entrada en años, un mechón blanco nacía de su frente y estaba peinado hacia atrás.

La mirada arrogante de la sirvienta recorrió el cuerpo de Emma con molestia.

“Supongo que usted es la Señora Harper”, dijo con voz cascada y arrogante.

Revisó su reloj y bufó.

“El amo William dijo que usted se encargaría del desayuno, pero dudo que en media hora pueda cumplir con ese deber, ¿Cierto?

“Lo siento, es que… me quedé dormida…”, dijo Emma apenada y agachando la mirada como perro castigado.

“Vaya a la habitación del Señor William, la necesita más que yo”, contestó Rose retomando su labor en la cocina.

“¿El Señor William no planea compartir la habitación conmigo?, ¿Tiene su propia habitación?”.

“Deberían dormir en la misma cama, pero dudo que el Señor William tenga ganas de hacerlo. Después de todo, Señora Harper, no es del gusto del Señor”.

“¿Cómo que no soy del gusto? ¿De qué habla?”.

Emma nunca había dudado de su belleza hasta ese momento. En la escuela había sido asediada por muchos chicos y no estaba acostumbrada a recibir ese tipo de comentarios.

“El Señor Edward la escogió bajo su propia percepción de una mujer hermosa y correcta para William, pero como siempre pasa, el padre no supo cuáles eran los verdaderos gustos del hijo y, aun así, lo obligó a casarse con usted…”.

“¿Perdón?”.

Estaba indignada al escuchar a Rose hablar como si William fuera el que estaba sufriendo por ese matrimonio y no ella.

“No pierda el tiempo, el Señor William, la necesita en este momento”.

Era temprano y ya se sentía asqueada de la situación. Buscó la habitación de William y en cuanto la encontró, tocó un par de veces hasta que escuchó la invitación para entrar.

“Espero que el desayuno ya esté listo…”, dijo William con arrogancia mientras bajaba de la cama a su silla de ruedas.

“¿Alguna vez has bañado a alguien?”.

El rostro de Emma se sonrojó. A los únicos que había bañado era a sus hermanos cuando eran bebés, pero sabía que el contexto era diferente.

“Ah… no…”.

“Bien, hoy aprenderás…”, dijo William yendo al baño.

“Ayúdame con la ropa”.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Emma y volteó en todas direcciones como si esperara que alguien más realizara la orden, pero solo estaba ella.

Se acercó mientras él se sacaba la camiseta blanca que había usado de pijama, mostrando su abdomen marcado y esa piel de tono cálido. Tenía un as de picas tatuado encima del corazón.

En cuanto William se bajó los bóxers, Emma desvió la mirada, su rostro estaba hirviendo. ¿Qué hacía? Era su esposo, tenía que ayudarlo, pero… no se sentía capaz de verlo desnudo.

“Ayúdame levantando mis piernas mientras entro en la tina”, dijo William y a Emma se le desencajó la mandíbula.

“¿Cómo?”.

Hacía un esfuerzo muy grande por no bajar la mirada hacia su entrepierna.

“Tómalas por mis corvas, espero que no sean muy pesadas. Se ve que eres una mujer muy débil”.

De estar nerviosa, pasó a estar iracunda. Odiaba que la subestimaran. Abrazó las piernas de William y levantó el rostro en un intento por no ver de más. William estaba logrando lo que quería, molestarla.

Ver ese rostro sonrojado e indignado le encantaba. Solo esperaba el momento en que la chica saliera corriendo y suplicara regresar con su familia.

Cuando William estaba dentro de la tina, le dio la indicación a Emma de que lo bañara mientras él adoptaba una posición de relajación, cerrando sus ojos y dejando que ella tallara cada parte de su cuerpo. Cuando faltaba la zona entre sus piernas, la chica se detuvo.

“¿Hay algún problema?”, preguntó William ocultando su sonrisa.

“Supongo que… ´eso´ te lo lavas tú”, dijo Emma ofreciéndole la esponja.

“Eres mi esposa, algún día lo tendrás que tocar y apuesto a que te va a encantar”, respondió con sorna, causando más indignación en Emma.

“¡Suficiente! ¡Eres inválido, no manco!”, exclamó Emma poniéndose de pie y arrojando la esponja al agua.

”Lávate tú solo, no tengo que estarte agarrando”.

“Al parecer mi padre se esmeró en darme una mujer aburrida”, dijo William con gesto de hastío y desagrado”.

“Llama a Frannie, por la hora, de seguro la encontrarás en el comedor. A ella le encanta bañarme”.

La mirada de William buscaba cualquier indicio de molestia en el rostro de Emma, satisfaciéndose con su indignación mientras quería aguantar una sonrisa hiriente.

“Bien, voy por ella”, respondió Emma con el ceño fruncido.

“Intenta no ahogarte en la tina, ‘amorcito´”.

Salió furiosa de la habitación, sentía que le dolía el estómago y tenía ganas de gritar. Era su primer día como la mujer de ese hombre y ya quería matarlo.

Apretó el zafiro en su cuello, de nuevo lamentándose por no haberse fugado con Bastian.

Al llegar al comedor, vio a una única sirvienta, joven, rubia y de rasgos vulgares. Tal vez eran los celos de Emma los que hablaban, pero si tuviera que compararla con una muñeca, sería con una inflable.

La mujer tenía un cuerpo escultural y a diferencia de las demás, su uniforme era entallado y corto. Parecía que lo había conseguido en una ´se% shop´.

“Ah… ¿Frannie?”, preguntó Emma con duda.

La chica giró hacia ella y con la misma arrogancia que parecían tener todos en esa casa, la vio de pies a cabeza.

“Sí. ¿Qué necesita, ´Señora´?”, preguntó altanera con una mano en la cintura.

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