De odiarnos a amarnos -
Capítulo 27
Capítulo 27:
De pronto se escucharon golpes a la puerta y Emma tuvo que ir a abrir. Un hombre con un traje elegante y guantes blancos entregó lo que parecía una invitación.
“Lo envía el Señor Goretti. Con su permiso, Señora”, dijo el hombre antes de hacer una leve inclinación e irse.
“¿Señor Goretti?”, preguntó Lorena con el ceño fruncido.
Emma abrió la invitación y comenzó a leer, se trataba de una cena en uno de los balcones privados del casino esa noche. Cuando revisó el nombre de a quién iba dirigida, se sorprendió.
“No es para mí”.
Se la extendió a Lorena quien con mirada apática y la cuchara sostenida entre sus labios, tomó la invitación.
Sus ojos, así como su boca se abrieron con sorpresa, la cuchara cayó sobre la alfombra y por poco la alcanza el bote si no fuera por Emma.
“Johan…”, pronunció Lorena en un susurro.
“¿Cómo supo que estaba aquí?”.
Lorena estaba horrorizada y fascinada. El único momento que lo había visto fue cuando llegaron y él ni siquiera se dignó a voltear, aun así, él supo que estaba ahí, tal vez su aroma, tal vez su presencia que lo hacía vibrar, pero fue consciente de ella desde el momento que bajó de su auto para entrar
“No, no debería de hacer esto”, dijo Lorena viéndose en el espejo.
Emma le había prestado uno de sus vestidos.
Quien no la conociera, diría que es una dama de la aristocracia o una modelo. Pese a su reducida estatura, Lorena tenía una proporción adecuada de curvas delicadas y agradables a la vista.
Siempre usaba ropa que cubría la belleza de su piel y pasaba desapercibida, pero en ese momento, era otra mujer, incluso Emma estaba sorprendida del cambio.
“Pero… ¿tú quieres hablar con él? Recuerdo que cuando fue nuestro jardinero, se llevaban muy bien”.
“Una historia de amor entre un jardinero y la sirvienta puede ser creíble, pero… entre un empresario como él y una sirvienta como yo, no… imposible, se ha alejado mucho de mis posibilidades. Además, está casado con Marianne Raig… me siento ridícula…”.
“Creo que debes de hacer lo que el corazón te diga. ¿Quieres asistir a la cena?”, preguntó Emma viendo a su amiga con tristeza.
“Sí, quiero volver a verlo, quiero saber qué fue de él, quiero verlo a los ojos y convencerme de que después de tanto tiempo ya no siento nada, pero tengo miedo de equivocarme”.
“No irás sola, yo te acompañaré, estaré cerca si me necesitas”, contestó Emma y Lorena le respondió con una sonrisa.
El balcón, aunque tenía una vista espectacular de la ciudad, la corriente de aire le erizaba la piel a Lorena. Había una mesa pequeña y dos asientos, así como mucha comida, más de la que dos personas podrían acabarse.
Lorena se tomó del barandal y respiró el aire frío, liberando un suspiro melancólico. Comenzaba a arrepentirse.
En ese momento, a su espalda, Johan la veía con atención, sorprendido por lo que esa sirvienta había escondido debajo de todos esos atuendos sueltos que no hacían justicia a su figura. Ante sus ojos se veía como una criatura tan pura y delicada que no se animaba a acercarse y perturbar su calma, quería guardar en su memoria ese momento.
De pronto Lorena se sintió observada y volteó hacia él, sus mejillas se sonrojaron cuando su corazón se alteró.
Había dejado de ser ese jardinero desaliñado y con las manos llenas de tierra para convertirse en un caballero de renombre, aun así, ella no podía evitar verlo como en realidad era, un hombre con un arma, dispuesto a jalar el gatillo.
“Creí que me dejarías plantado…”, dijo con media sonrisa y se acercó lentamente.
“Estuve a punto de no venir”, contestó Lorena agachando la mirada.
“¿Por qué me citaste?”.
“Me mataban las ansias de volver a platicar contigo”, dijo Johan con una sonrisa arrogante que lo hacía ver encantador.
“Solo quiero eso, nada más… sin desconfianzas ni mentiras”.
“Yo jamás te mentí…”.
“Pero yo sí”, respondió Johan y agachó la mirada.
“¿Tienes hambre?”.
Con una mirada gentil, extendió su mano hacia Lorena, quien la tomó apenas con la punta de los dedos, y como todo un caballero la llevó hasta la mesa.
Lorena se veía como una princesa de cuento de hadas, adornada por la luz de la luna, y Johan era un barbaján luchando por comportarse como un caballero, cambiando su mirada astuta y perspicaz, por una más dócil que solo le dedicaba a Lorena.
´ ¿Por qué tenemos que enamorarnos del hombre menos indicado? Habiendo tantos hombres buenos en este mundo, ¿por qué escoger al que nos traicionó o nos hirió?´, pensó Emma al ver a través del ventanal a Lorena cenando con Johan, compartiendo sonrisas tímidas mientras la plática comenzaba a tomar fuerza.
Enojada con ella misma, decidió seguir cuidando de Lorena mientras se concentraba en los tragamonedas, su único juego adictivo, tal vez porque no había encontrado la forma de burlarlo y ganarle.
Cuando estaba dispuesta a sentarse delante de uno, escuchó la voz de una talladora de cartas que parecía haberse inspirado en su desgracia.
“¡Si tienes mala suerte en el amor, posiblemente tengas buena suerte en las cartas!”, exclamó la chica de labial rojo, alentando a la gente a jugar.
Emma, no muy convencida se acercó, descubriendo que era un inofensivo juego de póker.
Volteó una vez más hacia la pareja en el balcón y al ver que no había novedades, tomó asiento junto con otros. Las cartas fueron repartidas y Emma empezó a hacer magia.
Cada partida la ganó al hilo, así como la admiración de los demás jugadores que veían en ella a una criatura vulnerable con mucha suerte.
Cuando estaba a punto de tomar todas sus fichas, su suerte volvió a cambiar.
“¿Señora Gibrand?”, preguntó un hombre fornido y alto a su lado. Era un guardia del casino.
“¿Ajá?”
“Tiene que acompañarnos”, agregó mientras su compañero se acercaba para ayudarla con la silla.
“¿A dónde? ¿Por qué? ¿Qué hice?”.
“Por favor, no haga un escándalo, no querrá que la gente se entere de que la Señora Gibrand hace trampa en las cartas”, susurró el primer guardia y le guiñó un ojo.
”Eso… ¿Cómo dejaría a la familia Gibrand?”.
“Necesito hablar con mi abogado…”, dijo alterada, sabiéndose en aprietos.
“Descuide, a donde vamos hay teléfono para que llame a su abogado, a su padre y a todos los santos que conozca”, agregó el hombre con media sonrisa y la tomó del brazo, dirigiéndola entre la gente.
Emma echó un último vistazo a Lorena que no se había percatado de lo ocurrido por estar absorta en Johan. Esperaba que el resto de la noche su amiga no tuviera ningún problema.
Cruzada de brazos y delante de una mesa, Emma esperaba pacientemente con los dos guardias detrás de ella en una habitación tan oscura que no se alcanzaban a ver las paredes.
De pronto una puerta en algún lugar se abrió y el ruido de las llantas de esa silla de ruedas se le hizo familiar. En cuanto la luz iluminó a William, quien se puso del otro lado de la mesa, Emma no dudó en torcer los ojos y resoplar.
“Estoy lisiado, no ciego…”, dijo viéndola con molestia, pues parecía que no estaba dispuesta a fingir buenos modales
“Déjennos solos”.
Los guardias, después de un leve asentimiento, salieron de la habitación, pero Gina, con un elegante vestido que dejaba ver sus muslos tonificados, se acercó y se recargó sobre el hombro de William, dedicándole una sonrisa divertida a Emma que volvió a torcer los ojos.
“¿Qué hago aquí?”, preguntó con hostilidad.
“No sabía que mi esposa era una tramposa en los juegos de azar”, dijo William recargándose en el respaldo y dedicándole una sonrisa arrogante.
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