De odiarnos a amarnos
Capítulo 26

Capítulo 26:

“Eso no cambia que su presencia sea una tortura”, dijo Lorena abrazando a Emma de manera protectora.

“Entonces, supongo que también te quejarás de él”, agregó Álvaro señalando con su pulgar.

Lorena vio a lo lejos a Johan con esa sonrisa altiva.

Mientras Bastian había entrado con actitud desconfiada y molesta, el nuevo dueño de los viñedos Raig se pavoneaba con una sonrisa soberbia y una mirada que brillaba por su astucia.

Esta vez fue Emma quien abrazó a Lorena, queriéndola esconder.

“¡También es obvio que él esté aquí!”, exclamó Álvaro.

“¿Se podrían relajar? Les recuerdo que nosotros representamos al Corporativo Gibrand, todos querrán una oportunidad para asociarse con nosotros. Emma…tú eres quien debe de entrar por esa puerta con la frente en alto y mirada arrogante, no como un pequeño ratón asustado. ¿Se te olvidó cómo manejarte en este tipo de eventos?”.

“Tienes razón…”, dijo Emma resoplando y alisando su vestido.

“Yo soy el pez gordo en ese maldito estanque, soy el tiburón. Yo no estoy encerrada con ellos, ellos están encerrados conmigo.

“Exacto…”.

Álvaro palmeó el hombro de Emma.

“Pues yo soy un maldito pez dorado y me iré a esconder a mi habitación”, dijo Lorena acomodando su bolso en el hombro.

“¿No saldrás de ahí ni siquiera en la cena?”, preguntó Álvaro levantando una ceja, sabiendo que lo que compartían ambas mujeres era su amor por la comida.

“Tal vez… solo para comer”, respondió Lorena apenada.

“¡Señorita Emma Gibrand! ¡Qué placer recibirla!”, exclamó el organizador, el Señor Ávila.

Estrechó la mano de la chica que se sonrojó ante su exclamación

“Me alegra saber que ha vuelto a ser el rostro del Corporativo, estábamos muy tristes sin usted. Su padre es muy difícil de tratar”.

“No sé cómo dice eso. Mi padre es un hombre muy dulce”, dijo Emma con una sonrisa que advertía estar bromeando, pero el Señor Ávila solo pudo aflojar un poco el cuello de su camisa mientras lo consumía el nerviosismo.

Todos conocían a Román por ser un feroz mercenario en los negocios. Altanero, exigente y determinado.

Aunque Emma era buena negociante y le gustaba analizar cada propuesta con paciencia, siempre ofrecía una sonrisa gentil, además, era joven, hermosa y relumbraba de elegancia. Era un rayo de luz entre la oscuridad de ese estanque oscuro lleno de tiburones.

“Por favor, hemos organizado un juego de póker entre algunos de nuestros empresarios más cercanos. ¿Le gustaría apostar un poco?”, dijo el Señor Ávila ofreciéndole su brazo mientras Álvaro torcía los ojos.

“No lo sé… no soy muy buena jugadora”, respondió ansiosa por jugar.

Ella no era partidaria de los juegos de cartas ni de apostar, pero cuando llegaba a participar, era difícil que le ganaran. Era muy inteligente, pero sobre todo… había aprendido a contar las cartas y asegurar su victoria.

“Nada de ilegalidades”; susurró Álvaro en su oído, la conocía bien.

“No sé de qué hablas, solo es un juego amistoso”, respondió entre dientes y sin perder la sonrisa.

“¿Crees que no te conozco, niña? Solo recuerda que estaremos aquí todo el fin de semana para negociar y no sería agradable que descubrieran que la encantadora e inofensiva Señorita Gibrand juega sucio”.

Emma no pudo evitar reír ante el temor de Álvaro.

Hasta la fecha nadie la había descubierto en su treta y ese día no tenía por qué ser diferente. Cuando llegó a la sala privada, perdió el color de sus mejillas. Su atención recayó primero en Johan, quien agudizó su mirada al reconocerla.

Con una sonrisa venenosa y levantando su trago, la saludó a la distancia, intimidándola.

´Bien, ganarle a un Raig no es una opción, no quiero tener aquí a su esposa queriéndome matar´ pensó Emma correspondiendo la sonrisa con rigidez y desviando la mirada para encontrarse con el gesto serio de Bastian.

Su estómago se retorció y sus pies parecieron clavarse al suelo cuando llegó ante la mesa.

“Señorita Gibrand”, saludó Bastian sin despegar su mirada oscura de ese encantador rostro. Cuando descendió hasta el delicado zafiro colgando sobre su clavícula, no pudo evitar sonreír.

Eso solo significaba que Emma no había dejado de pensar en él.

“¿Estás segura de que puedes con esto?”,  le preguntó Álvaro al oído, notando como Emma había perdido la determinación desde antes de comenzar el juego.

“Sí, aún puedo… ´No estoy encerrada con ellos, ellos están encerrados conmigo´…”, dijo como un mantra que había aprendido de su padre.

“Señores y encantadora Señorita Gibrand”, anunció Ávila con una sonrisa enorme enmarcada con su mostacho blanquecino.

“Hoy nos acompañará el dueño del casino en un par de partidas, así que no se pongan nerviosos…”.

Todos comenzaron a reír de manera sutil mientras se ponían de pie, escondiendo a Emma entre las espaldas anchas y trajeadas. Tuvo que inclinarse un poco sobre la mesa para alcanzar a ver al hombre.

El estómago de Emma se retorció dolorosamente mientras sus extremidades perdían fuerza. La garganta se le cerró y su corazón se detuvo. Llena de furia y frustración, vio a William Harper entrar, empujado por una chica de curvas pronunciadas y mirada arrogante que no dejaba de susurrarle al oído, generándole sonrisas.

De pronto el anillo de bodas comenzó a quemarle en el dedo cuando se dio cuenta que William no portaba el suyo. La única persona que desvió su mirada de William para poner atención en el semblante de Emma, fue Bastian.

La conocía tan bien que estaba seguro de que en ese momento se estaba desmoronando mientras su rostro era una máscara de seriedad. Sus ojos estaban secos, mientras su corazón sangraba y la ahogaba.

“Creo que no podré…”, dijo Emma a Álvaro en un susurro y el abogado asintió, comprendiendo la situación.

En cuanto todos se sentaron, Gina, la encantadora mujer que había llevado a William hasta la mesa, se sentó sobre su regazo de manera coqueta, dejando que él posara su mano en sus piernas descubiertas por la abertura de su vestido.

Después de compartir un par de risas y miradas de complicidad, William se dio cuenta de la única silueta que había quedado de pie.

Su corazón dio un vuelco, pues Emma se veía como una diosa, con ese vestido blanco y negro pegado a sus curvas y su piel tersa de los hombros descubiertos recibiendo la luz de las lámparas. Lo único que le faltaba para terminar de ser encantadora lo había perdido en cuanto lo vio, la sonrisa.

Sin levantar la voz se acercó Emma al Señor Ávila para disculparse, quien tomaría su lugar en la mesa sería Álvaro. Con una mirada comprensiva y a la vez triste, el Señor Ávila entendió.

“Lamento comentarles que nuestra hermosa Emma no podrá acompañarnos hoy, será una lástima, pero la veremos en el desayuno de mañana, ¿verdad?”, preguntó Ávila notando la tristeza en el fondo de las pupilas de Emma.

“Claro, sin falta”, respondió y dedicó una sonrisa insípida a toda la mesa.

“Entonces, preparen sus mejores ofertas para que nuestra querida Emma convenza a su padre de invertir con ustedes o simplemente para que no se quede con sus empresas”, dijo Ávila y todos en la mesa rieron excepto tres hombres a parte de Álvaro.

“¡Ya me enteré de cuáles son sus ´negocios´!”, exclamó Emma furiosa mientras caminaba de un lado a otro en la habitación.

Lorena la veía con atención mientras seguía comiendo helado directo del bote.

“¡Esa mujer se le sentó en las piernas!”.

“No es sorpresa, se enredaba con Frannie en la casa…”, dijo Lorena levantando los hombros.

“¿Lo golpeaste?”.

“No… Es el dueño del casino”.

“Oh…”.

Lorena le ofreció su cuchara llena de helado, sabiendo que Emma lo necesitaba más que ella.

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