De odiarnos a amarnos -
Capítulo 24
Capítulo 24:
“¡Por favor, William!”, exclamó Emma poniéndose frente a él.
“Ella me dijo que, de no operarte…”.
“Si me opero quedo inválido, si no me opero también… La única diferencia es que no me voy a envenenar con falsas esperanzas”, contestó William entre dientes.
Ese hombre iracundo y grosero había regresado
“Quítate de mi camino”.
“¿Es tan malo tener esperanza?”, preguntó Emma apoyándose en los descansabrazos de William.
“Se me hace tarde…”, respondió molesto
“Te voy a pedir que no vuelvas a mencionar el tema. Yo sabré si lo hago o no lo hago y cuando lo hago. ¿Entendido?”.
Emma se quedó en silencio viéndolo partir, con el corazón roto.
“Vaya, qué poco tacto para traerme aquí”, dijo Gina, la abogada favorita de Edward, en cuanto le quitaron la capucha negra de la cabeza.
Aún tenía las manos atadas a su espalda y esperaba pacientemente para descubrir quién la había llevado a esa bodega abandonada.
“Dudo mucho que quisieras venir por tu propia cuenta…”, dijo William saliendo de las sombras, acercándose en su silla.
“Joven William… ¿Por qué no me sorprende? Siempre me imaginé que terminaría haciendo algo así. ¿Para qué me necesita con tanta premura?”.
“Quiero contratar tus servicios y pagar por la información que esa astuta cabecita guarda. Me gustaría que no pongas resistencia, no quisiera ser brusco contigo”.
La propuesta de William la hizo sonreír.
“No puedes desaparecerme, porque serían muchos problemas legales, además tu padre sabría que fuiste tú, así que espero que tu oferta tenga muchos ceros, porque de lo contrario le diré todo al Señor Edward…”.
“Gina, a veces no sé si decir que eres inteligente o simplemente interesada y odiosa”, dijo William con molestia y torció los ojos.
“Te daré tres veces lo que mi padre te paga”.
“Tu padre puede redoblar esa cifra sin problemas”, agregó Gina con una sonrisa amplía.
“¡Bien! Diez veces tu sueldo… ¿Contenta?”.
“¡Claro! Me fascina la idea, pero no pienso hablar hasta que vea ese dinero en mi cuenta”, dijo levantando los hombros.
William sacó su teléfono y después de unos segundos le mostró la pantalla que aseguraba la transacción exitosa.
“Necesito mis manos para corroborarlo, ´jefe´…”.
“Mike…”, pronunció William.
El ayudante liberó las muñecas de Gina que de inmediato revisó la notificación en su celular
“Bien… ¿Ahora me dirás lo que quiero saber?”.
“¡Claro! Has comprado mi conocimiento y mi silencio… además de mi complicidad. ¿Qué quieres saber, William?”.
“Quiero que me expliques a detalle cómo demonios llegó Emma a mi vida… y que me hables de ese maldito contrato que la ata a mí”.
“Bien, espero que tengas tiempo porque será una historia larga”.
Gina se cruzó de piernas y sonrió divertida.
“Todo el tiempo del mundo…”, contestó William agudizando su mirada.
Cuando Emma estaba dispuesta air directo al trabajo, llegó un mensaje del número de William.
´Ven directo a la casa, tenemos que hablar´.
Sintió el malestar de quien teme un regaño, aun así, ya vestida con su acostumbrado traje sastre, entró a su auto y se dirigió directo a la residencia.
La casa se sentía particularmente sola e incluso oscura. Rose la había recibido con una sonrisa melancólica y la llevó hasta el comedor donde William la esperaba.
En cuanto sus ojos se posaron en ella, sintió un frio glacial. ¿La iba a tratar con indiferencia después de la discusión que habían tenido? Tal vez fue mala idea demostrar su preocupación.
“¿Qué ocurre? ¿De qué quieres hablar? Si se trata de la plática de la mañana, yo solo… quiero que estés bien…”, comenzó a hablar Emma sin filtro, guiada por su angustia.
“Sé que no nos casamos por amor, sé que no sientes nada por mí y no tendrías por qué hacerlo, pero eso no significa que no me preocupe por ti y no desee que esos dolores desaparezcan. Solo recuerda que pase lo que pase, no me iré de tu lado”.
“Me iré por unos meses…”, dijo William como si Emma no hubiera dicho ni una sola palabra
“Tengo asuntos que atender, negocios que no puedo descuidar. Estaré ausente un promedio de ocho a diez meses…”.
“¡¿Ocho a diez meses?!”.
“Como dudo que quieras quedarte en esta casa, te irás de regreso a la residencia Gibrand, con tu familia… Ya hablé con tus padres y están ansiosos por recibirte, y no te preocupes por empacar, Lorena ya está haciendo las maletas”.
“Bien, ¿hay algo más que deba escuchar?”, preguntó Emma sin levantar la mirada.
“No, eso es todo…”.
“En ese caso, me retiro”.
Emma se levantó dejando el plato casi intacto, pero William no hizo nada por detenerla.
Al día siguiente William salió temprano, sin despedirse de Emma, pero pasando a su habitación para verla dormir una última vez, guardándose esa imagen en su memoria, pues estaría mucho tiempo lejos de ella.
Los sirvientes se habían ido la noche anterior, dejando la residencia completamente sola. Cuando
Emma despertó, se sintió nostálgica. Se asomó a la habitación de William y su corazón se quebró al no encontrarlo.
¿A dónde se había ido con tanta prisa y por tanto tiempo? ¿Por qué no quiso llevarla con él? ¿Por qué la abandonaba de esa forma? ¿Qué había hecho mal? Las preguntas se revolvían en su cabeza y se sintió avergonzada de haberse enamorado de ese hombre. Nunca tuvo sentido hacerlo y, aun así, ahí estaba, llorando por alguien que la trató mal desde el primer día.
Lorena tomó de la mano a Emma y con gentileza la llevó hasta la salida. Incluso el Bugatti se quedaría en el garaje, Emma había preferido que James fuera por ellas, pues no quería llevarse absolutamente nada que la hiciera recordar a William.
Abrazando al Señor Orejas, Emma se fue en silencio en el asiento trasero, viendo por la ventana, sin ganas de pensar, deseaba llegar a casa y desahogarse entre los brazos de su madre.
No pasaron muchos días para que el Señor Harper fuera de visita a la residencia Gibrand, con la plena intención de ver a su nuera.
“Considero que, al salir mi hijo de la ciudad, lo mejor sería que mi nuera se fuera a vivir a la residencia Harper, conmigo… “, dijo Harper al entrar a la habitación de Emma.
Había pedido una plática en privado y aunque Román no estaba muy dispuesto, accedió con la condición de que Álvaro estuviera presente.
“¿Cuál es el problema de que esté con mi familia? “ preguntó Emma sin dejar de ver a Álvaro, que permanecía como un mueble más, escuchando con paciencia, listo para intervenir si la conversación se volvía ´peligrosa´.
“Bueno, entenderás que tu vientre ahora le pertenece a mi hijo y sería de mal gusto que en su ausencia, tú termines en los brazos de otro hombre”, contestó Harper con una amplia sonrisa.
“Y hablando de eso. ¿Ya estás preñada?”.
“No Señor… Aún no”.
“¿Mi hijo no es tan buen semental como dicen las malas lenguas? Aunque esté en silla de ruedas, ha dejado a muchas mujeres satisfechas, sería ilógico que a su esposa…”.
“¡Qué no estoy embarazada!”, atajó Emma incómoda.
“¿Te has hecho una prueba?”.
“No”.
“Entiendes que solo tienes dos meses para dar un descendiente, ¿verdad?”.
“Y usted está de acuerdo en que no puedo quedar embarazada en ese tiempo si su hijo ha decidido desaparecer por ocho meses, ¿Cierto?”, contestó perdiendo la paciencia.
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