De odiarnos a amarnos -
Capítulo 23
Capítulo 23:
“Eso creo…”, dijo Emma resoplando y en cuanto William extendió sus manos hacia ella, se sentó en su regazo y se abrazó a su cuello, acurrucándose contra su pecho.
Después de parecer una bestia feroz, había adoptado la actitud de un gatito mimado.
“¿Esto te duele?”, preguntó la doctora.
“¡Sí!”, exclamó Emma aferrándose con ambas manos al sofá dentro de la oficina de William mientras veía como la doctora hacía girar su tobillo inflamado.
“¿Y esto?”.
“¡También! ¡Auch! ¡Me duele incluso hasta cuando respiro!”.
“Doctora Duran, ¿qué tiene Emma aparte de poca tolerancia al dolor?”, preguntó William evitando la mirada cargada de reproche de su esposa.
“Tiene un esguince grado dos, necesitará una férula… pero estará bien”.
“¡Ah no! ¡Yo no quiero férulas ni nada de eso! Tengo muchas cosas que hacer como para andar cojeando…”.
Emma se levantó alisando su falda y dispuesta a salir de la oficina.
“Señora Harper, necesita darle apoyo y descanso a su pie, sino los ligamentos no mejorarán…”, dijo la doctora y sonrió divertida
“Siempre tan necia, Emma…”.
“¿Se conocen?”, preguntó William.
“Cuando la Señora Harper era pequeña, la traté por mucho tiempo…”, respondió la doctora y vio con ternura a Emma, como si aún fuera esa pequeña niña en el pabellón infantil
“Una paciente muy necia y rebelde”.
“¿No hay otra forma?”, preguntó Emma viéndola con esos ojos de cachorro.
“¡Claro!… nada de usar tacones y…”; dijo Sofía mientras rebuscaba dentro de su maletín y sacaba una aguja enorme
”Una infiltración. Recuéstate, esto solo te dolerá un poco”.
“¿Mi esposo me puede abrazar mientras haces lo que tengas que hacer?”, preguntó tragando saliva.
“Claro, será bueno que alguien te agarre para que no te muevas”, respondió la doctora guiñando un ojo.
De inmediato Emma se abrazó al torso de William y escondió su rostro contra su pecho mientras este intentaba consolarla acariciando su espalda.
“Entonces… se accidentó en un auto deportivo, pero… ¿qué daño sufrió en su espalda? ¿Por qué no puede caminar?”, preguntó Emma una vez que estuvo a solas con la doctora, mientras William asistía a una junta importante.
“¿No te lo ha explicado?”, preguntó Sofía desconcertada.
“No, y sinceramente tampoco me he animado a preguntar, no quisiera abrir alguna herida en su corazón”.
La doctora torció la boca no muy segura de romper su pacto de confidencialidad médico-paciente, pero terminó cediendo y explicó como un fragmento de acero proveniente de la carrocería se alojó entre las vértebras de William, quitándole la capacidad para caminar, pero no para sentir.
Al retirar ese pedazo de acero, William podría recuperar la movilidad, pero era una operación muy peligrosa y un error milimétrico podría provocar que él no volviera a caminar. No era un tema sencillo y cuando William supo sus opciones, el miedo lo orilló a desistir de la operación.
“¿Quieres que te ayude?”; preguntó Emma cuando William entró a su habitación después del trabajo.
“¿Ayudarme con qué?”, injurió con media sonrisa y de nuevo se sintió embelesado por esa mirada gentil y cariñosa.
“Supongo que… te vas a bañar y…”.
´Me siento tan estúpida diciendo esto´, pensó mientras sus mejillas se sonrojaban
“¿Sabes qué? Olvídalo, me voy a mi habitación.
Dio media vuelta dispuesta a ocultar su vergüenza cuando William la tomó de la muñeca, deteniéndola.
“Te has ofrecido a ayudarme, espero que no te estés acobardando…”; dijo con esa mirada profunda y besó el dorso de su mano, haciendo que un escalofrió recorriera toda la piel de Emma.
Como aquella primera vez, Emma ayudó a William a desnudarse y de la misma forma sus mejillas se sonrojaron conforme iba descubriendo cada porción de piel.
Mantuvo su mirada clavada en el techo, luchando por no ver su entrepierna mientras William disfrutaba poniéndola nerviosa.
Dentro de la tina, Emma se esmeró en bañarlo con cariño, recorriendo sus extremidades con la esponja y masajeándolas ante la mirada confundida de William.
No comprendía por qué de pronto Emma era más cariñosa y atenta.
“Bueno… lo demás te lo lavas tú”, dijo Emma tan roja que causaba risa.
“Tienes que terminar lo que empezaste…”.
La tomó por la muñeca, deteniéndola.
“¡William!”.
La jaló, acercando su mano peligrosamente al agua.
De pronto se encontró deseándola con desesperación. Ansiaba más, deseaba poseerla y hacerla suya, consumar su matrimonio, pero en ese momento se tuvo que conformar con un beso robado.
La tomó por la nuca manteniéndola contra su boca mientras devoraba sus labios con hambre.
Emma se dejó llevar, disfrutando de la sensación.
Sus manos se posaron sobre las mejillas de William mientras el beso se volvía más profundo y dulce, tan pasional que le robaba el aire de los pulmones.
No le importaba morir asfixiada si estaba entre sus brazos.
“Quédate conmigo esta noche…”, dijo William contra sus labios, tomándola por sorpresa.
Emma se quedó perdida en sus ojos avellana y asintió antes de retomar ese dulce beso que la consumía en fuego y deseo.
Mientras William secaba su piel, Emma descubría la suya. Ante los ojos profundos de su esposo, deslizó su ropa lentamente hasta quedar solo en lencería, fingiendo no sentirse observada.
Las pupilas de William se dilataron dándole oscuridad a su mirada. Ardía en deseo, pero se esforzaba por no ceder ante sus impulsos.
Podría tomar a Emma esa noche hasta saciarse, ella se mostraba dócil y lo aceptaría entre sus piernas si se lo pedía, pero no quería que su padre ganara, no sabía lo que tramaba, pero si Edward Harper quería que Emma estuviera embarazada antes de cumplir dos meses de casados, William no lo complacería.
Esa noche se recostó en la cama junto a Emma, acarició su piel mientras sus labios se alimentaban de su aliento, ciñó su cuerpo al suyo y disfrutó sentirla arder en sus manos, con la esperanza de que algún día, no habría nada que lo detuviera.
Emma despertó retorciéndose entre las sábanas, el aroma de William estaba por todas partes y eso le agradaba.
Cuando se dio cuenta, este la veía con atención desde la silla de ruedas, ya con los pantalones puestos y la camisa sin abrochar, mostrando su abdomen marcado y ese tatuaje sobre su pecho que lo hacía ver rudo.
Recordó la sesión de besos y caricias de la noche anterior y no pudo evitar sonrojarse. Aunque no habían consumado el acto, había sido un momento íntimo que despertó deseos ocultos en Emma.
“Buenos días…”, dijo William con una mirada dulce y una sonrisa divertida.
Durante el desayuno, Emma quería abordar el tema de la cirugía y el tiempo se le acababa. Antes de que él decidiera ir al trabajo, lo tomó de la mano, deteniéndolo por sorpresa.
“Ayer hablé con la doctora Sofía…”.
Aunque el gesto de William se volvió serio y distante, Emma decidió ignorarlo
“Me explicó tu lesión en la espalda y…”.
“Emma… detente…”, pidió apretando los dientes.
“Me habló de la operación…”.
“Suficiente, me tengo que ir…” dijo William haciendo girar las llantas de su silla.
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