Casi perfecta -
Capítulo 32
Capítulo 32:
La felicidad en su voz era evidente, jamás la había visto tan feliz, tan plena, tan en paz. La muerte del padre de Karim liberó a muchos de sus cadenas, pero ahora mi pasado también estaba libre.
Corté la llamada y me quedé allí, sin poder moverme. El sonido de uno de los juguetes de Emma me sacó de mi trance.
La observé.
Era su hija, y ahora él parecía que tendría hijos con mi hermana. ¡Qué locura!
Sé que hace dos años desaparecí, él me cree muerta como Ihlar, pero Anna sabe que no es así. Y por lo que veo, ella jamás dijo nada. Ahora, ¿Qué debo hacer?
La miré, ya estaba muy lastimada como para decir lo que de verdad siento.
“Me iré, y cuando estés más tranquilo, intentaré ayudarte a buscarla”.
Ella va por su bolso, parece que quiere salir y por más que quiera correr a buscarla, no debo olvidar que mi padre ya no está.
Él no puede dañarla, pero sigue siendo mi hermana.
Antes de que siga tomando sus cosas, la tomo por detrás. Mis brazos la rodean y la aprieto contra mi pecho, siento cómo su respiración está agitada y nerviosa.
“No iré a ningún lado donde no estés tú”, ella se gira, llena de pena y lágrimas, confundida.
“Sabes que esto es un error”.
“Te elijo a ti”, mis labios van a los suyos, ella no responde, pero no me importa. Meto mi lengua en su boca y es ahí donde su cuerpo se relaja.
Ella responde al beso, sus manos van a mi nuca y las mías quitan su camiseta, levantándola por encima de su cabeza para ver su cuerpo desnudo.
La desnudez es perfecta, no dejo que los recuerdos me invadan y sigo.
Me quita mi ropa y, paso a paso, llegamos a la cama.
Su espalda queda recostada en el sedoso cobertor que cubre el colchón.
Me quito el pantalón y beso su pecho, mis manos aprietan sus caderas, repasando lo que en mi mente ya imaginé mil veces.
Sus senos van a mi boca, apretándose y masajeándolos, dejándolos hinchados.
Mis besos bajan a su vientre y, sin prisa, mi nariz se hunde en su intimidad, aspiro el aroma íntimo que es particular de ella. Mi
lengua recorre la parte externa sin llegar a nada profundo, escucho g$midos y mi deseo aumenta, hasta que, dejándola pensando, salgo de allí.
Con todas las ganas de más, la p$netro.
Una y otra vez, sin ternura ni piedad, salvaje, violento. La piel choca y se escuchan los sonidos de las embestidas en el aire.
Observo cómo sus manos aprietan el cobertor y su pecho se despega de la cama.
Ahora solo disfruto ver su deseo, su triunfo.
Me siento poderoso al saber que, sin que ella lo sepa, me castigo una y otra vez, porque esto es una mentira que algún día deberá ser verdad.
…
Horas después…
Me levanto cuando la cama está vacía. Trato de que mi día comience diferente, ahora todo debe acomodarse.
Escucho ruidos abajo y me levanto.
Al llegar al baño, veo una nota.
[Voy por ropa para ir al crematorio].
Miro mi reflejo en el espejo.
Esto se llama resignación, a perderla de nuevo y a dejarla ir mil veces más.
Lo que pocos saben es que maté a mi padre, porque lo escuché decir que él la había matado. Y ahora sé que eso no fue verdad, seguro es algo que le dijo a mi madre para que me guarde, nada más.
Me meto a la ducha, debo terminar lo que empecé.
Al salir, ya listo y vestido, recibo una llamada de mi madre.
“Hijo, iré contigo”.
“Mandaré un auto, madre. Te veo allí”.
“Hijo, después de esto debo decirte algo”.
Sabía por su tono de voz que ella lo sabía.
“Me dirás que Luz está viva”.
“Sí, como supiste, no podía decir mucho, hijo. Ella salió de aquí para poder ser feliz, y te aseguro que lo es. Le dije que estabas feliz con Anna, y la verdad es que se le llenaron los ojos de lágrimas, se veía feliz por ti. Y eso que aún no se conocen. Quiero que estén juntos, quiero a mis hijos juntos”.
“¿Ella está bien?”
Trato de que mi voz no se corte.
Mis lágrimas se deslizan con ternura.
Ellas no saben que el alma está ahora mismo tomándose a puños con el corazón, mientras que la razón solo mira y se ríe.
“Hijo, ya le conté a tu hermana que tu padre ya no está. Le dije que al fin estaríamos juntos y que iremos a verla”.
Sentí como alguien me daba una patada en medio del estómago.
“¿Y qué te dijo?”.
“Que ahora saldría de viaje, pero que está feliz de vernos, claro que sí”.
“Madre, debo irme. Mando un auto por ti”. Corto la llamada y apoyo mis manos en la mesa del baño. Ella no le importa verme.
La cabeza no deja de atormentarme.
Ella está viva y, en parte, eso me hace feliz. Pero ¿Cómo pudo ser tan cruel como para dejarme con ese dolor?
“Y que todos lleguen al reino del señor”, escucho, y un hombre de traje y guantes blancos me entregan una caja de madera con letras en bronce, las cenizas de mi padre están listas.
Mi madre me acompaña sin emitir comentarios.
Ella no está feliz por su muerte, pero sí liberada.
Todo pasa y a lo lejos veo un auto.
Sé que es Anna. Camino hacia ella, pero enciende el auto y se marcha. Aún nos queda mucho por decir.
Al caminar cerca de casa, ella me dice que el dibujo está en su mochila, y al mirar hacia allá, la veo.
Está frente a mí, observándonos con los ojos cristalinos.
Mi hermana está aquí.
Miro a Emma, que está en su mundo, y después miro para cruzar la calle y lo hago, mientras mi estómago se aprieta con la caída del paso y la cercanía me une a ella.
Cuando llego, veo cómo sus lágrimas ya no esperan más y me abraza. No soy quien para no responder, por más que duela, yo me fui, los dejé.
“Hola”, me dice mientras me aprieta en sus brazos.
“Hola”, le respondo y me separo de ella mientras se arrodilla para abrazar a Emma.
“Hola, hermosa, ¿me das un abrazo?”
Emma me mira y, sin maldad alguna, abre sus brazos para que ellas se fundan en un tierno y cálido abrazo de bienvenida.
Veo cómo mi hermana disfruta y no contiene su emoción al tomarla entre besos. La levanta en brazos.
“Espero no ser inoportuna, pero debía verte. Convencí a tu madre de que me diera tu dirección. Sabes que, ahora que no hay peligro, ella me…”
“Está bien, no debes excusarte. Disculpa por no llamar, es que…”
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