Casi perfecta -
Capítulo 30
Capítulo 30:
Ahora ella no haría lo mismo, su hermana no estaba muerta, pero más que pesarle no poder decirlo, ella deseaba que esto terminara ya, dejando a Karim decidir si iría por ella, lo cual estaba seguro de que haría, ya que ella tenía un hijo suyo.
“Ahora que tu padre no está, podrías, si estuviera viva, estar con Luz felizmente. Incluso podrían tener una linda familia”, comenta él.
Ella traga saliva y dolor mientras dice esto.
“Lo que pasaría no importa, ella no está, pero tú sí”, responde.
Fue allí donde se atascó, no debía mostrar debilidad, pero muy apresurada, Anna se levanta, tropezando con la silla y cayendo al agua.
Karim, muerto de risa, la mira sin hacer nada. Ella sale enseguida y muy enojada por las burlas de él, se encamina hacia la habitación.
“¡Tonto, así te deja el alcohol!”, le grita mientras sube a cambiarse. Toma la ropa que Karim dejó y se mete al baño para una ducha rápida, quitándose el cloro y vistiéndose con la ropa que él le había dejado.
Al salir del baño, con una toalla secando su pelo, lo encuentra sentado en la cama. Levanta las manos como pidiendo piedad.
“Lo siento, es que me causó gracias y mucha… No tendría ganas de reír si un amigo se cae, yo lo ayudo a levantarse y tú no eres buen amigo”, dice Karim, acercándose a ella, tomándole las manos y mirándola muy de cerca.
“Tienes razón, no soy un buen amigo, y creo que con esto renuncio a serlo”, responde él. Sus manos van a las mejillas de Anna, y sus labios la besan sin recibir respuesta.
Cuando se separa, ve las lágrimas de Anna, quedando congelado.
“Lo siento, no quería…”, dice nervioso.
“No podemos, no se puede, comprendelo, se me hace muy difícil para mí y tú lo complicaste todo”, responde ella. Sin que él siguiera lastimándola sin saberlo, Anna suelta una gran verdad.
“Ella está viva”.
Anna se queda mirando por la ventana.
Ha seguido con su vida, tratando de que todo fuera normal.
Ahora tenía su propio negocio, una librería que le daba felicidad y mucha paz. Por fin se sentía plena.
Trataba de no pensar en nada que le dejara tristeza en el alma, pero le dolía no saber de su hermana.
Su madre mantenía con tacto, según ella, era más seguro que no viniera a verla, ya que estaba vigilada. Su madre de alguna manera la mantenía a salvo, pero ¿De qué?
Una sonrisa con sonidos de juego la hizo cambiar de rumbo.
Era Emma, su hija de dos años.
Esos años de alejamiento de los recuerdos.
Fue hasta donde estaba Emma en su rincón de juegos.
Ella era una niña muy parecida a su padre, fuerte, algo callada, con esa mirada que todos los días de alguna forma la hacía muy feliz y la torturaba.
“Qué niña más hermosa”, susurra Luz.
La puerta suena, un cliente había entrado.
Ella deja a Emma jugando y se dirige al mostrador.
Era un cliente que había encargado una trilogía de Mercedes Ron, la autora preferida de Luz. Mientras atiende al cliente, entra otro hombre, vestido con una chaqueta marrón y gorro de sol que esconde su rostro. Sin embargo, cuando se quita el gorro, revela a un Ihlar totalmente sorprendido y angustiado.
“¿Por qué me hiciste esto?”, son las palabras entre lágrimas que salen de su boca.
Luz, asustada y congelada, lo mira sin saber cómo reaccionar. Solo desea despertar de esta pesadilla que ya había superado muchas veces.
Sus ojos enrojecidos por las lágrimas no dejan de verlo, asombrados pero con un rastro de felicidad en él.
“Si no sales, aprieto la alarma y la policía estará aquí”, amenaza ella.
Ihlar no la deja continuar, queriendo dar a entender que no la lastimaría, aunque ella no esté segura.
Ihlar, extrañado y angustiado, frunce el ceño.
“¿Tú crees que soy capaz de lastimarte? ¿Así de ruin me crees?”, pregunta.
“Sal de aquí”, ella se reafirma.
En ese momento, la puerta suena de nuevo y es una clienta que venía a recoger unos libros. Ihlar se aparta para dejar pasar a la señora.
Pero su mundo se congela cuando ve a esa niña. Se da cuenta realmente al prestarle atención. Luz despide a la señora y coloca el cartel de ‘cerrado’.
“Vete ya, mira lo que tuve que hacer para liberarme de ti”, murmura Luz, recordando cómo él la encontró.
Se enfrentan, ella rígida pero temerosa.
“Vete de aquí por las buenas”, le ordena ella.
“Yo solo quiero…”. Ihlar da un paso hacia ella y es cuando Luz saca un arma y la apunta a su pecho.
“Estoy preparada y diré que entraste a robar. Juro por Dios que te mataré si no te vas, olvídate de mí”, advierte Luz.
Ihlar, dolido y confundido, toma el arma y la aprieta más contra su pecho.
“Prefiero que me mates aquí. Esta locura que se instaló en mí hace dos años no me deja en paz. No soportaba no verte más. Investigué y nadie salió ese día con tus características. Jamás estuviste muerta”, las lágrimas inundan el rostro de Ihlar, casi rogando por ser escuchado.
Luz ve a un Ihlar irreconocible, vulnerable, todo lo contrario a lo que solía ser.
“Dispara y mátame, te lo ruego”, pide él.
Ambos están inmersos en una guerra de sentimientos, él feliz de saberla viva y ella temerosa de volverlo a ver.
“Vete, por favor”, ruega Luz.
“Dejame mostrarte algo y me voy”, suplica él.
Ella baja el arma dudosa, pero con ganas de que se marche.
Él se aleja y levanta sus mangas, mostrando cortadas recientes en sus muñecas. Había intentado quitarse la vida.
“Seguiré intentándolo solo para volver a estar a tu lado, aunque sea muerto”, admite Ihlar.
“Vete, no voy a creerte. Intentaste matarme el día del incendio y ahora…”, interrumpe Luz.
“No fui yo, siempre supe que estabas a salvo. Solo me mentía a mí mismo para tomar la empresa. Sé que soy una mierda, pero…”, se justifica él.
Una voz de hombre detrás de Ihlar los interrumpe.
“Hola, Luz, ¿estás bien?”, pregunta un hombre muy parecido y masculino.
“Sí, Beto, llévate a Emma. Yo ya voy, esperen en el auto”, ordena Luz, mientras Beto toma a la niña bajo la atenta mirada de Ihlar.
“Un poco niño para ser papá, pero…”. murmura Luz, nerviosa pero firme.
“Vete y no vuelvas. Olvida que me viste, olvídate de mí. La empresa ya no es mía”, dice ella mientras Ihlar intenta avanzar.
Luz saca un arma, que nadie sabe de dónde surgió, y se la apunta.
“Vete, o te ayudaré a dejar de respirar”, amenaza ella.
“Vamos, hazlo. Solo así terminará tanto dolor. Mírame, Luz. No soy nada. Fui una bestia, pero cuando creí perderte, supe lo mucho que te amo. Ahora veo a esa niña y siento todo lo que no te di…”, Ihlar trata de explicar entre lágrimas.
“Páralo, no te creo nada. ¡Deja eso!”, exclama Luz.
“Mira, me iré y te dejaré mi número. Mándame un mensaje y hablamos. Te juro por lo que más quieras que no diré nada a nadie sobre ti, la niña o cualquier cosa”, promete Ihlar.
Él se va y Luz corre tras él, cierra la puerta, toma su bolso y se dirige al auto donde está su hija Emma y Beto, quien no entiende nada y solo ve a una mujer pálida, asustada y llena de miedo.
“¿Qué pasó? ¿Quién es él?”, pregunta Beto.
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