Buscando recuperarla -
Capítulo 8
Capítulo 8:
“Las cosas hubieran salido mejor si hubieras tenido un margen más amplio de solvencia”
Le dijo, recordando aquella vez, cuando había perdido la beca para Juilliard.
“Pero las decisiones que yo tomé no hubiera podido cambiarlas el dinero. Lo que compartimos forma parte del pasado”
Se aseguró el bolso del ordenador sobre el hombro y pasó por su lado, rumbo a la puerta.
“Gracias por preocuparte por mí, pero hemos terminado. Adiós, Malcolm”.
Siguió adelante.
Sin querer le dio una patada a una caja llena de panderetas al salir del despacho.
Malcolm podía quedarse o marcharse, pero eso ya no era responsabilidad suya.
El conserje cerraría con llave cuando se fuera por fin.
Tenía que alejarse de él antes de hacer el ridículo de nuevo.
Sus sandalias golpeaban el suelo con fuerza.
Salió del edificio a toda prisa y se dirigió hacia el aparcamiento de los profesores.
Los ojos le escocían por las lágrimas.
De repente oyó el sonido de sus pasos detrás, pero siguió adelante.
El aparcamiento estaba desierto.
A la jornada escolar todavía le quedaba una hora.
A lo lejos se oían los gritos de los niños, provenientes del patio del recreo.
Celia echó atrás la cabeza y parpadeó rápidamente.
La luz del sol la cegaba y los ojos se le humedecían por momentos.
Se enjugó las lágrimas como pudo y avanzó hacia su pequeño sedán verde.
El asfalto desprendía mucho calor.
Había una octavilla de publicidad sujeta al parabrisas.
Celia se detuvo en seco.
¿Sería otra advertencia del último enemigo de su padre?
Llevaba una semana encontrándose esos papeles sujetos al parabrisas, y todos estaban relacionados con la muerte.
Sacó el papel.
Era un descuento para una floristería.
Una ola de alivio la inundó por dentro.
Se rio a carcajadas y arrugó el papel.
Sacó las llaves del coche y abrió la puerta del acompañante para dejar el bolso del ordenador, y entonces, se detuvo en seco.
Había una rosa negra en el soporte para vasos.
Presa del pánico, recordó la octavilla de la floristería.
Sacó el papel del bolso y lo estiró sobre el asiento.
Retrocedió de espaldas, tropezó.
Dio contra alguien.
Era un pecho fuerte, masculino.
Reprimió un grito y se giró lo más rápido que pudo.
Era Malcolm.
Él la sujetó de la nuca.
“¿Qué sucede?”
“Hay una rosa negra en mi coche. No sé cómo ha llegado aquí porque cerré el coche esta mañana. Sé que lo hice, porque tuve que desbloquearlo de nuevo para entrar”.
“Llamaremos a la policía ahora mismo”.
Celia sacudió la cabeza y le apartó la mano.
“El jefe de policía tomará nota y me dirá que estoy paranoica, que ha sido una broma de los estudiantes”.
El jefe de policía siempre hacía referencias veladas a su pasado inestable, a todo lo que su padre había tratado de esconder.
Muy pocos lo sabían, pero el estigma no se borraba con el tiempo.
Malcolm la agarró de los hombros y la hizo caminar hacia los guardaespaldas.
Pasó por su lado y se dirigió al sedán. Miró la rosa y luego se agachó para inspeccionar los bajos del coche.
Celia tragó en seco.
Dio un paso atrás.
“Malcolm, vamos a llamar a la policía. Por favor, aléjate del coche”.
Él se volteó hacia ella, cubriéndola con su enorme sombra.
“En eso estamos de acuerdo”
La agarró del brazo.
Las durezas de las yemas de sus dedos le arañaban la piel.
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